Honores a Carlos F. Almada López
Quizá a muchos de mis escasos lectores les asombre leer el título y más aún el contenido de este artículo, pero considero de justicia dar testimonio de mi reconocimiento y admiración hacia uno de los mexicanos más brillantes de mi generación, a un hombre talentoso y honorable y culto, capaz y honrado, esforzado y sensato, dotado y preparado para el servicio público como pocos. Un auténtico hombre de Estado en la plenitud de su vida.
Se trata del doctor en administración pública Carlos Fernando Almada López, ciudadano y servidor público ejemplar, a quien conocí cuando ambos éramos líderes de las escuelas secundarias federales de Guasave y Guamúchil, Sinaloa.
Cuarenta años transcurridos en cercanía me han permitido aquilatar al ser humano recto, comprometido e incansable, y valorar al estudioso, político, administrador, diplomático, maestro y comunicador de excelencia, a quien la infamia y la perversidad sin razón pretendieron mancillar, y quien a sus casi 55 años de edad, como respuesta, de antemano entregó lo mejor de sí a tareas igualmente trascendentes que ingratas: el servicio a la República.
Sin ser hombre perfecto, sin defectos e inmaculado, pero siendo perfeccionista tesonero y de gran iniciativa y creatividad, Almada fue abriéndose paso, prácticamente desde su infancia, impresionando a quienes lo rodeaban, siempre en la búsqueda de lo posible y a veces hasta de lo imposible. Tenaz y perseverante, desde niño siempre dijo lo que sería de grande: un hombre público, pero de conducta intachable, con valores morales y sólida formación teórica y cultural.
Los recuerdos de sus años de estudiante son extraordinarios, tanto en lo académico como en lo político, en la tertulia y hasta como trabajador a su tierna edad, siempre ejerciendo liderazgos.
Como Luis Donaldo Colosio -quien fue su amigo y coetáneo-, Almada bien puede ufanarse de provenir de la cultura del esfuerzo, formado en un hogar respetabilísimo, donde siempre se respiró alegría, amor, dinamismo y espíritu de superación, donde se soñaba con un México y Sinaloa mejores, donde se alimentaban ímpetus y esperanzas para enarbolar causas nobles, y donde se le daba cauce a toda inquietud positiva de una pléyade de jóvenes que luchábamos a brazo partido por ser alguien positivo en la vida.
Este es el origen de Carlos Almada, a quien injustamente trajeron prácticamente a salto de mata, por espacio de 48 meses, separado de sus hijos y de los demás miembros de su familia, incomunicado y casi al borde de la muerte.
Por lo anterior cabría preguntar: ¿quién pagará por los efectos de esta infamia? ¿Cómo se le podrán reparar los daños que le ocasionaron?
Desafortunadamente este caso no es aislado, y es tan solo uno de los muchos que la actual administración federal promovió sin los elementos suficientes, y sin apego a las reglas más elementales de la dignidad, la urbanidad y el decoro.
Un humanista nato, de recio carácter, de excelentes maneras y de extraordinarias calificaciones y prendas de virtud, conocedor del poder del Estado, como lo es Carlos Almada, representativo de lo mejor que Sinaloa dio a México durante la segunda mitad del siglo pasado, no podía quedarse con los brazos cruzados ante el abuso en su contra, y así, en su penoso desierto espiritual en el que se encontraba, sufrió junto a su admirable y fiel compañera y esposa, Milagros Calvo.
Afortunadamente obtuvo fuerzas para superar dolor, vergüenza, desasosiego, soledad, tristeza, angustia y depresión, ante la furia de tan desproporcionado, injusto e implacable enemigo: el aparato estatal pintado de azul que, como lobo hambriento, buscaba culpables.
El doctor Almada no debió haber sido inculpado, pues no era su función conocer el origen de los recursos financieros que recibía para apoyar los trabajos de la secretaría de elecciones del CEN del PRI que estaba bajo su responsabilidad. Afortunadamente tuvo el respaldo sabio y atinado del abogado Alonso Aguilar Zinser, quien logró articular su defensa jurídica y demostró su inocencia, misma que le permite gozar plenamente de su libertad. Ello fue posible justamente porque no se encontró sustento ni motivo en la argumentación de quienes lo acusaron y persiguieron.
Hoy, superada la adversidad provocada, da gusto observar a Carlos Almada volviendo a gozar de la libertad que jamás debió haber perdido. Genera alegría verlo caminar, con la frente en alto, por las calles de México, y disfrutarlo en las charlas siempre amenas e ilustradoras. Percibirlo con madurez plena y sin ingenuidad, con espíritu renovado, prudencia y sensatez, es un verdadero deleite
Carlos Almada transita por la vida con paso firme y seguro, con ánimo conciliador, con su típica agudeza pero con espíritu conciliador y de armonía. Ve la vida con optimismo y preocupación, pero siempre viendo hacia adelante. Vive con dignidad y serenidad, nutrido con el amor de sus seres más queridos y con el respeto y el cariño de quienes siempre confiamos y creímos en él. Espiritualmente su evolución es notable, producto de los años de reflexión, oración y meditación. A cada instante demuestra que aprendió las lecciones que este trago tan amargo le dejó. Su ánimo se ha levantado e irradia un entusiasmo crítico pero propositivo, que contagia y motiva a emprender nuevos vuelos cuando vengan tiempos mejores.
Es deseable que no transcurra mucho tiempo para que sus heridas morales cicatricen, para que supere plenamente el infortunio y para que nuestra nación lo rescate y vea, nuevamente, mostrando sus aptitudes y su inteligencia al servicio de las mejores causas de México.
Sus experiencias profesionales en el ayuntamiento de Culiacán, el gobierno del estado de México, el INAP, las secretarías de Industria y Comercio, Energía y Gobernación, el Instituto Internacional de Administración Pública, con sede en Bruselas; el Registro Nacional de Electores, la Presidencia de la República, la embajada de México en Portugal y el mismísimo PRI, deben ser aprovechadas. Su nombre debe ser reivindicado como homenaje a la honestidad y a la limpieza de un político de una formación teórica formidable y de una trayectoria considerable, digno ejemplo para las nuevas generaciones.
Por todo lo anterior, sin rubor alguno y con todos los adjetivos que contiene este texto, con reconocimiento y admiración ostensibles, y contra su propia voluntad, rindo homenaje a Carlos F. Almada López, y a los que como él han sido injustamente manchados y hasta sacrificados, por acciones imprudentes y por afanes inmaduros y de venganza.