La multitud enfebrecida lo confirmó como un clásico
Se consagra Serrat, con el corazón en la mano
Amoroso, el público aclama concierto íntimo e intimista
La noche del viernes 20 de enero del año de gracia 2006, el cantante, compositor, guitarrista Joan Manuel Serrat se consagró en su grado más alto, concebido y conseguido en toda una vida dedicada a procurar el bien a los demás. Con un recital íntimo e intimista, mostrando sus canciones en paños menores, el maestro Serrat se confirmó como lo que es: un clásico.
Después de un breve paréntesis que hizo en su luenga y ejemplar carrera, pausa que tomó nada más para partirle la madre a la muerte y confirmarse también como un guerrero victorioso luego de una operación exitosa de cáncer en la vejiga, cirugía aplicada en su vientre el 4 de noviembre de 2004, pero ya el 6 de mayo de 2005 estaba en el Teatro Calderón de Valladolid para iniciar la gira 100x100, que lo tiene ahora en México en un ciclo de 18 conciertos 18, el primero de los cuales, celebrado la noche susodicha de anoche, fungió como ceremonia iniciática para todos, una multitud enfebrecida de placer y amor en el Palacio de Bellas Artes, en la unción definitiva del maestro Serrat como lo que es: un clásico.
A las 20 con 17 apareció tras las piernas del escenario el humanista, un hombre sencillo y amoroso vestido de mezclilla y camisa blanca como su alma, y recibió sobre su noble humanidad un alud de cariño, un largo, intenso, clamoroso, entrañable, conmovedor, amorosísimo alarido de recibimiento, megavatios de energía positiva, toneladas de emoción. El coro anónimo en las butacas de Bellas Artes clamaron en su ardoroso alarido sin pronunciar precisamente las palabras, pero untando cada sílaba en las paredes de sus corazones: ¡Salve, Serrat!
Inició con estos versos: menos tu vientre/ todo es futuro fugaz/ menos tu vientre/ todo es oculto/ menos tu vientre/ todo inseguro/ todo postrero/ polvo sin mundo. Y culminó con Lucía, para eslabonar 23 canciopoemas en una intensidad de lunas clareando lentamente mientras resbalan una a una de un vaso a otro de la clepsidra.
Presentó así Serrat sus canciones en prendas íntimas. Penélope en pantaletas. Señora en negligée. Lucía en bikini. Todos felizmente borrachos y en pelotas en La noche de San Juan. Viejas y nuevas canciones, entreveradas con un decir de maestro. Dichas como solamente un poeta, su autor, puede decirlas. Fraseadas como sólo Juan, como gusta que le digan quienes él nombra sus amigos, sabe hacerlo. Canciones en las manos, en la boca, en el cuerpo, en el alma de un clásico, del mismísimo clásico que las parió.
En la segunda canción salió a escena el pianista, qué digo el pianista, el hermano del alma de Juan, el maestrísimo Ricard Miralles, para descrucificar las teclas de un piano oscuro que se iluminó con los siguientes versos de Benedetti, que cantó Serrat: una mujer desnuda y en lo oscuro/ tiene una claridad que nos alumbra.
Y entonces Joan Manuel Serrat canta esta canción ya clásica de una manera distinta, como nunca antes la había cantado y como nunca jamás volverá a cantarla, por la sencilla y simple razón de que es un clásico, y la condición de un clásico es la inmortalidad heraclitiana.
El clásico taburete rojo, el escenario desnudo, el piano con su pinta de erotismo natural y la guitarra (desnudo de mujer/ nalgas donde la redondez del mundo cobra sentido) en los brazos del poeta, ameritaban una botella de champán. Y hela ahí, una copa para el poeta, una copa para el pianista. Y algo falta: una plática amena e inteligente. Y hela ahí, historias gentiles en boca de Serrat, ironías que no importa que los escasos de alma no entiendan del todo, porque él las explica. Es más, las canta.
Porque un autor clásico está siempre a la mano de todos. A la mano y al corazón.
Y entonces, a las 22 con 22 del viernes 20 de enero del año de gracia de 2006, Serrat cantó Lucía. Se llevó una mano al corazón. Y se fue por el mismo camino por el que había aparecido. Pero se quedó, desde la primera de las 18 noches en que cantará su poesía y sus bondades, porque esa es la condición de un clásico, la certidumbre, la permanencia.
¡Salve, Serrat! Un clásico felizmente en vida.