Usted está aquí: jueves 19 de enero de 2006 Cultura Dream team de artistas convocó a simples mortales y gente nais

Sólo algunos estoicos resistieron el frío en la explanada de Bellas Artes

Dream team de artistas convocó a simples mortales y gente nais

Minutos antes de comenzar la gala, la reventa de boletos todavía hizo acto de presencia

El público que ocupó sillas y jardineras guardó silencio y se comportó con solemnidad

ANGEL VARGAS

La chusma y la gente nais, allí, codo con codo, palmo a palmo, sin distingos, en una tabla rasa democrática que sólo el arte es a veces capaz de lograr.

Es el principio de un concierto que habrá de durar más de tres horas y que sólo los muy estoicos lograrán resistir, no sin el indispensable auxilio de un grueso suéter, gabán o abrigo y un cafecito bien caliente y, por qué no, hasta un alipús.

Noche de martes y la explanada del Palacio de Bellas Artes está casi a reventar de gente. Es la noche de la gala Nunca más: un concierto por la vida, con la cual se conmemora el 60 aniversario del fin del Holocausto y en la que se reúne un dream team de relevantes músicos e intérpretes del orbe: Philip Glass, Ute Lemper y Laurie Anderson, entre ellos.

Muchos por curiosidad ocupan una silla o un espacio de las jardineras, ''pa' ver de qué se trata''; pero también son muchos los que allí están a sabiendas de que será un acto memorable, histórico.

Dentro del recinto, en tanto, poco más de mil personas totalmente palacio casi todas ellas, colman el teatro. Vestimentas y fragancias finas y exquisitas. Joyas exuberantes y aplausos complacientes.

Las entradas, se decía, estaban agotadas desde hacía meses, pero todavía minutos antes de comenzar la función los revendedores ofrecían boletos para el anfiteatro, entre mil y mil 500 pesos.

Hubo por supuesto quienes sí pagaron esa friolera, pero varias fueron las personas bien trajeadas, peinadas, perfumadas y enjoyadas que se quedaron con las ganas de entrar y debieron conformarse con presenciar la función desde fuera, merced a la pantalla gigante y las sillas que fueron instaladas frente a la entrada del coloso de mármol.

Ropas cotidianas y modestas y trajes y vestidos de línea o diseñador se entremezclaron conformando un público heterogéneo no sólo en cuanto a edades, sino también respecto a estratos sociales. La mezclilla y el casimir al cobijo de las estrellas y la hermosa luna que la claridad de la noche dejó admirar.

En punto de las 20 horas comienza el concierto con el clarinetista judío-argentino Giora Feidman, con una profunda y sentimental pieza tradicional judía.

Quietud entre pregones de ambulantes

Entre el sillerío y las jardineras acondicionadas espontáneamente como asientos, la concurrencia mantiene el mismo silencio y la misma solemnidad que si se encontrará dentro del teatro, inclusive aplaude, aunque con cierta timidez, quizá por resultar muy extravagante o sinsentido hacerlo ante una pantalla gigante.

Inexplicable, pero el caótico entorno del centro capitalino donde se ubica el recinto se mantiene inerte, con una quietud chicha muy rara, que sólo de vez en vez es rota por algún desafinado claxonazo, el rugido de algún automóvil, el silbatazo de un agente de tránsito o el pregón de los ambulantes que ofrecen chicles, pepitas, café, flores, así como de indigentes que piden una ayuda para su chesco.

Hasta el intermedio, gran parte de ese público permanece en sus asientos, disfrutando la actuación de la polifacética artista Laurie Anderson, el minimalismo del compositor Philip Glass al piano, las sutilezas epifánicas del violinista Shlomo Mintz, el estremecedor y cautivante canto de Ute Lemper y el conmovedor testimonio en vivo de un sobreviviente de un campo de concentración.

Pero el descenso de la temperatura es inclemente, despiadado. Es un frío que muerde las entrañas, y a partir del intermedio hasta el final de la velada la gente huye en forma paulatina, permaneciendo sólo unos cuantos al cierre del telón.

Después de tres horas, la explanada se ve desierta, con decenas de sillas vacías y sólo algunos estoicos y bien abrigados espectadores que al irse observan los lujosos automóviles estacionados sobre avenida Juárez y los choferes, con vaso en mano y un frío del carajo, esperando a sus patrones.

 
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