Usted está aquí: jueves 19 de enero de 2006 Política Los partidos contra sí mismos

Octavio Rodríguez Araujo

Los partidos contra sí mismos

Todos los partidos han tenido y tienen tendencias políticas en su interior, a veces distintas por matices de interpretación ideológica y otras veces por diferencias entre los grupos y las aspiraciones de poder de cada uno de éstos. En este segundo caso no hay nada que discutir, pues de lo que se trata es de negociaciones y de suma de fuerzas. Puede ser que también existan diferencias ideológicas, pero en realidad no serían éstas las que definirían las negociaciones si lo que está en juego son cargos político-electorales para mantener la unidad de un partido.

Que existan divisiones en el seno de un partido no es tan grave como podría parecer a simple vista, lo que sí es preocupante es que los partidos enfrenten divisiones por puestos políticos potenciales, es decir por candidaturas para los más de 600 cargos de elección popular federal en disputa este año, en lugar de que fueran por razones ideológicas.

Se entiende que si los partidos políticos buscan el poder, sus miembros y simpatizantes también luchen por alcanzarlo; pero si los partidos por definición son partes de la sociedad o aspiran a representar a partes de ésta, uno pensaría que ese poder al que aspiran (partidos, militantes y simpatizantes) sea para desde ahí llevar a cabo un proyecto, un programa, el cumplimiento de ciertos objetivos, distintos a los que defienden otros partidos, sus competidores. Pero no parece que sea esto lo que está ocurriendo.

Todos los partidos -que suman ocho con el registro de dos de nueva creación- han evidenciado que en su interior existen grupos y, ante éstos, sus dirigentes han actuado de diversas maneras: el PRI deshaciéndose de los opositores del grupo hegemónico y dominante para luego incluir "magnánimamente" a los que terminaron postrándose de rodillas para quedar en el juego interno. El PAN derrotando de forma más o menos limpia a los aspirantes a la Presidencia y luego negociando con los grupos (todavía está por verse el resultado de estas negociaciones para las demás candidaturas). El PRD, a diferencia del PRI, ha buscado la negociación intergrupal concediendo cuotas de poder potencial a los miembros de cada tribu, con independencia absoluta de afinidades ideológicas o de principios. Los tres pequeños de ya viejo registro (PVEM, PT y Convergencia) lo único que han hecho es intercambiar de la manera menos perjudicial para ellos sus apoyos por cargos potenciales para las cámaras de Senadores y de Diputados. Los de más reciente registro son todavía más espurios (si vale el énfasis) que los últimos tres mencionados; me refiero al Partido Nueva Alianza (PNA o Panal) de Elba Esther Gordillo y al Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina (PASC), organizaciones que desconocen el significado de una posición político-ideológica, cualquiera que ésta sea, y, particularmente el segundo, el sentido de partido político.

Ninguno de los partidos registrados ha hecho hincapié en cuestiones de principios, en ideologías definidas o en proyectos claros para el país en caso de que ganen el gobierno federal en disputa. Sus candidatos presidenciales han elaborado puntos programáticos y han hecho declaraciones de las que se pueden deducir proyectos. Sin embargo, no hay indicios de que se tomen muy en serio sus promesas de precampaña a la hora de negociar con los grupos internos de sus partidos para mantener la unidad de éstos. El pragmatismo parece ser la norma, cuando no los golpes bajos y tortuosos, ejemplares en el caso del PRI. Quizá ya en campaña, que apenas comienza, definan con mayor precisión sus propósitos y sus diferencias con sus contrincantes más allá de los adjetivos, como ha estado haciendo el promotor de la otra campaña que, hasta ahora, sólo ha buscado la afirmación de sí mismo por la negación de los demás.

Da la impresión de que los partidos políticos registrados están haciendo lo posible por desprestigiarse ante los ciudadanos. El caso más bochornoso lo encabeza el PASC, que antes de registrar a sus candidatos a la Presidencia se ha mostrado dividido de manera irreversible. Baste ver al desacreditado y confuso Doctor Simi acompañado por Carlos Berumen, de triste y sospechosa historia en las filas del zapatismo civil (particularmente en la Convención Nacional Democrática de 1994-1995), para tener una idea de que ese partido y un billete de ocho pesos son la misma cosa. Ni la parte socialdemócrata, encabezada por Alberto Begné y Patricia Mercado, ni la campesina encabezada por Berumen e Ignacio Irys, evitan que tengamos la sensación de que el registro a su dividido partido fue un desacierto del Instituto Federal Electoral.

Si una vez que los partidos logren su unidad interna -al margen de los métodos utilizados- no hacen propuestas sólidas y definidas de sus proyectos y objetivos en caso de llegar al poder, el porvenir de las elecciones federales próximas será de fácil pronóstico: una alta abstención y una precaria legitimidad para los que ganen. Y si esto ocurre, los únicos que resultarán beneficiados serán el PRI y los promotores del abstencionismo, que no quieren aceptar que éste no evitará que alguien nos gobierne aunque sea con un mínimo de votos. Daniela Pastrana, en excelente artículo publicado en Masiosare (15/01/06), nos recuerda que el partido encabezado por Roberto Madrazo "gobierna 17 estados, que concentran casi 54 por ciento de la lista nominal", y en elecciones competidas y al mismo tiempo confusas para los ciudadanos por cuanto a definiciones, el aparato cuenta, y el PRI lo tiene más aceitado que sus adversarios.

 
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