El aluvión sudamericano
Los chilenos y, en mayor cantidad, las chilenas, manifestaron de manera rotunda sus preferencias electorales por la opción de izquierda. Con ellas, fortalecen lo que ya es más que una simple tendencia hacia esa orientación en la América del Sur y que es ya un verdadero aluvión de aspiraciones y búsqueda de respuestas de los electores ante problemas similares que los aquejan. La mayoría de tales tribulaciones, siempre acompañadas con aspiraciones de mejoría, provienen de los perversos efectos que conlleva el modelo económico neoliberal aplicado, así como, en varios casos notables (Venezuela, Argentina o Bolivia), por las superestructuras extranjerizantes que asfixian las iniciativas, independencia y soberanías locales.
Hay que recordar que fue en Chile donde durante la dictadura se aplicaron a rajatabla toda la colección de reformas patrocinadas con ahínco ejemplar por el Banco Mundial, siguiendo los lineamientos del Acuerdo de Washington. Después de más de 20 años de su funcionamiento, los resultados están a la vista. El crecimiento económico sostenido, pero sumamente desigual de Chile se hace acompañar de una cauda de consecuencias sociales negativas. Ante el descontento, el próximo gobierno de Michelle Bachelet tendrá que introducir las correcciones que se vienen solicitando con urgencia, tanto en educación, salud y empleo como, de manera especial, en la seguridad social. El ya maduro sistema de Afore, con sus cuentas individualizadas, muestra feroces limitantes para cumplir con las promesas y las expectativas levantadas para financiar pensiones dignas.
Si sólo quedara en posturas ideológicas, el fenómeno social y político que se va formando en el subcontinente tendría mucho de endeble. Es preciso hacer un esfuerzo para distinguir los distintos rasgos, circunstancias y hasta esencias diversas entre las economías y sociedades que lo conforman, a cual más complejos. Pero lo cierto es que, con sus propios nombres y ofertas políticas, varios partidos y candidatos de izquierda han alcanzado el poder en la mayoría de los países sudamericanos. Y, lo que es más importante aún: despliegan sus energías organizativas para formar, con toda la seriedad y las dificultades inherentes al caso, los que bien podrán llegar a ser viables cimientos para un mercado común, mejorando el ya conocido compromiso que responde a las siglas de Mercosur. A partir de ese proyecto, de gran calado y trascendencia, el futuro de los pueblos del sur bien podrá ser diferente a lo conocido: un extenso territorio lleno de frustraciones, dependencias y oportunidades desperdiciadas que han sido, con frecuencia inusitada, la constante en la vida política y económica de esas naciones.
Por largas décadas anunciadas, ya fuera como pretensiones políticas o de mero trato mercantil, las tentativas integradoras en Latinoamérica no pasaban de la etapa discursiva a las realidades tangibles. El mismo Mercosur es un esfuerzo que no supera la formación de algunos mercados compartidos entre cuatro o cinco naciones. Ahora, sin embargo, se ha llegado a la conciencia y al diseño de proyectos realizables que pueden garantizar una construcción integradora de gran envergadura. Una que ayude a los distintos pueblos involucrados a superar sus ataduras, dudas e incapacidades para darse un horizonte de esperanzas que los lleve a mejorar sus formas y calidad de vida.
Así como en Chile -el país de esa región más liberalizado de todos-, los demás tendrán que acompasar las reformas a sus modelos económicos y de convivencia social de tal manera que logren combinar sus estratégicos recursos con las aspiraciones y limitantes de los demás que no los tienen en abundancia. La integración es un objetivo que adquiere ahora rostro tangible, formas precisas para los países del sur. Cuentan para tal empresa con una gran palanca: la energía. El gas y el petróleo de Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador o Perú (y más adelante Colombia) son ingredientes indispensables para dar basamento y viabilidad a un mercado compartido que les permita la unificación posterior de otro tipo de factores. Pero las reformas que se tienen que llevar a cabo son de gran calado.
Todo indica que los gobiernos de izquierda, y los que aún faltan, aunque aparecen en vías de ser electos, pretenden abrazarlas sin tardanzas y titubeos que les impidan coordinar sus tareas pendientes. Venezuela tendrá que liberarse o modificar sustancialmente la superestructura extranjera que impone modalidades diferentes y hasta excluyentes a sus recursos energéticos, los cruciales en todo este planteamiento. Brasil tendrá que renunciar a sus impulsos hegemónicos a veces avasallantes para los demás países. Argentina deberá buscar mayor realismo o solidez en sus miras, bajarle a sus tendencias populistas y corregir sus bocanadas de europeos educados, cristianos y blancos. Chile tendrá que fijar la atención en sus vecinos y atisbar menos hacia el norte del continente. Pero el esfuerzo mayor se deberá hacer cuando los ya encaminados en la dirección integradora jalen a los que se han rezagado, en particular Bolivia, Ecuador y Perú, sin cuya participación mucho quedará en suspenso.