La persecución contra Lydia Cacho, o el mundo al revés
En el mundo al revés, los patos le tiran a las escopetas, el delito es virtud y las leyes castigan la honestidad. El mundo al revés es tema clásico del humor pero, cuando es lo cotidiano, como ha sucedido históricamente en México, se convierte en la realidad a desvanecer. Tal es el caso de la persecución a la periodista Lydia Cacho.
Especialista en violencia de género, esta periodista escribió un reportaje sobre las redes de hombres poderosos que abusan sexualmente de niños y niñas, Los demonios del edén: el poder que protege a la pornografía infantil, en el cual documenta numerosos casos de abusos reiterados de Jean Succar Kuri -hotelero de Cancún, hoy detenido en Estados Unidos-, pederasta que eludió en más de una ocasión a la justicia gracias, al parecer, a sus nexos con personajes poderosos del mundo del dinero y la política, como
el funcionario Miguel Angel Yunes y Camel Nacif, empresario maquilador de Puebla a quien varias de sus trabajadoras han denunciado por acoso sexual.
El reportaje de Cacho -publicado en formato de libro- usa fuentes legales, notas periodísticas y testimonios diversos. El caso es sólido y el Poder Judicial en Puebla actúa con celeridad aprehendiendo a... ¡la mujer que documenta y denuncia hechos punibles! Sólo en el mundo al revés se detiene a quien denuncia hechos punibles, no a quien los comete.
Lydia Cacho es llevada ante los tribunales poblanos de modo irregular, sin citatorio, porque Camel Nacif interpuso contra ella una demanda por difamación.
Es necesario recalcar que la periodista no acusa a Nacif, sólo recoge testimonios y artículos periodísticos sobre él, pero las leyes mexicanas vigentes sobre imprenta e información son más viejas que la Constitución de 1917 y tienen rasgos más vinculados con una sociedad en la que se practican duelos de honor que con el México de hoy: castiga con cárcel ciertos delitos
de imprenta y el Código de Puebla (como el de muchos otros estados) establece: "La difamación consiste en comunicar (...) la imputación (...) de un hecho cierto o falso que cause deshonra, descrédito" o desprestigio. Aun así la acción contra Cacho carece de sustento, pues documentar un delito no es deshonrar, desacreditar o desprestigiar. La persona que delinque se ha deshonrado, desacreditado y desprestigiado por mérito y demérito propios.
Sólo en el mundo al revés se persigue a un periodista por documentar su reportaje. Las leyes de imprenta vigentes en México son tan anacrónicas que resultan ineficaces e inoperantes. En muchas partes del país la ley castiga por igual a quien difunde noticias falsas que a quien revela hechos ciertos y esta impostura quiere hacer muy borrosa la frontera de lo ético en la práctica periodística.
Una de las facetas más ominosas de esta cultura informativa son las campañas de difamación que emprenden periodistas, medios y consorcios informativos contra sus enemigos políticos. Para muestra basta el botón de las campañas de linchamiento que han sufrido en las últimas décadas Cuauhtémoc Cárdenas, el subcomandante Marcos, Samuel del Villar y Andrés Manuel López Obrador, entre otros. En estas campañas, los periodistas han llegado incluso a simular atentados, robos (tal como lo hizo Tv Azteca en tiempos de Samuel del Villar) y hasta han hecho acusaciones infundadas de homicidio. En todos estos casos, periodistas y medios difunden informaciones parciales, rumores malévolos y, con frecuencia, mienten. En estos casos, son pocos los periodistas que han enfrentado un proceso legal, y cuando se les ha acusado de mentir o se les ha documentado su falsedad han alegado que se atenta contra su libertad de expresión.
La otra faceta de esta cultura legal es el proceso que se le sigue a Lydia Cacho, a quien se le dictó, con prontitud, auto de formal prisión.
Sólo en el mundo al revés el derecho a difamar queda impune, al mismo tiempo que se castiga el derecho a documentar e informar.
A Lydia Cacho, perseguida por documentar