Ayer festejó sus 115 años entre recuerdos de la Revolución y la guerra cristera
Doña Sara ha visto pasar tres siglos
Doña Sara, como le llama todo mundo, aunque en su fe de bautismo -fechada en 1891 y escrita a mano- señala que su nombre verdadero es Gonzala, ha visto pasar tres siglos.
Apenas se incorpora de su sillón para celebrar sus 115 años con un pastel cubierto de merengue y llevar a cuestas el cambio de una vida de cultivos, animales de campo y escondites para evitar a los revolucionarios, a una vivienda que hace esquina con un eje vial y una gran avenida, donde cuatro carriles están cerrados para construir un paso a desnivel que permita la circulación de más autos.
Hasta hace dos años doña Sara sólo comía con manteca, en memoria de sus primeros sabores, y nunca dejó de pedir una copita de mezcal o rompope, aunque desde hace unos meses ya no se la dan.
Ahora, es la mujer más longeva en el Distrito Federal, y probablemente en todo el país, y a decir de sus hijos nunca ha pisado un hospital.
Gonzala López Santos, oriunda de un pueblo de Guerrero llamado Mazatlán, ubicado en el municipio de Chilpancingo, dejó con resistencia las tierras donde se dedicaba al ganado, a la elaboración del mezcal y a la venta de quesos producto de la ordeña. Como otros hombres y mujeres que vivían en los pueblos de todo el país en el siglo pasado, ella veía en la capital una posibilidad de vida mejor a la de traer pistola en la cintura.
Sus hijos: Brígida, de 73 años; Raúl, de 71, y Mario, de 61, emigraron primero, para estudiar y trabajar. Luego, ante la falta del marido, ella también llegó a donde no quería estar.
Es Raúl quien expresa que su mamá representa una historia que se podría escribir en varios tomos.
Doña Sara estudió hasta el segundo año de primaria y "esa ventaja", como dice ella, le permitía contar las monedas de oro que ganaba su padrino.
Como correspondía a la época y a las mujeres, estudió corte y confección, y hacía hasta calzones para los del pueblo.
Sobrevivió al movimiento revolucionario de 1910, cuando "las señoritas" eran sacadas del pueblo por la noche en caballo, para esconderlas en las cuevas. Llevaban quesos para alimentarse en lo que podían regresar a su casa.
"En la Revolución llegaban los pronunciados y arrasaban con lo que podían, y si había mujeres, también. Cuando ellas se enteraban que andaba por ahí la leva, que se iban a llevar a los hombres para pelear, ellas se iban", repite Raúl la historia que tantas veces escuchó de su madre.
Ella también libró el movimiento cristero sin grandes contratiempos, pero los días sin paz hicieron de ella una mujer mayor para la época, antes de que se casara, en 1932.
Sara era novia de Vicente Lozano, y el recadero de ambos era el hijo menor de una revolucionaria que había tenido hijos con distintos hombres. Así, en vez del prometido, fue "el corre ve y dile" quien tras cinco intentos fallidos de que le dieran su mano, llegó con una carreta que consiguió en Chilapa y se la llevó.
El desacato les costó regresar a los cinco días, cuando se venció el plazo para entregar la carreta, y José Leonor Nava, "el guajolotero" y cuida animales, se llevó una paliza por parte de su suegro.
Más de la mitad de su vida Sara vivió sin televisión, electricidad ni estufa, pero tenía un padrino: "Tío Machi", que le hablaba de hombres que volaban "en pájaros de fierro". Sin embargo, la mujer que nació en un siglo, vivió otro completo y se mantiene en el siguiente, lo que más extraña y aún pide de comer son los frijoles de la olla, pero su dieta incluye principalmente una fórmula de leche materna y una malteada vitaminada.
Ahora ella usa un aparato para oir bien, porque sin él sólo escucha a gritos. "Pero más bien ella es quien quiere que nosotros la escuchemos, que estemos aquí, y recita poemas de Ramón López Velarde muy bonito", explica su hijo Raúl.
Sobre la mesa hay una foto en color sepia de doña Sara adolescente, con largas trenzas y faldón, donde aparece rodeada de sus ocho hermanas menores y sus dos hermanos.
Hoy, cubierta con un rebozo y un gorro tejido para abatir el frío de estos días, pide una rebanada de pastel para festejar su cumpleaños.