El mejor amigo
El mejor amigo de los humanos es, sin duda, el perro. Se trata de una relación extraña entre los integrantes de dos especies completamente distintas, pero llena de solidaridad y afecto. Unos son bípedos y los otros cuadrúpedos. Unos hablan y los otros no, o más bien se expresan de manera diferente. Unos son inteligentes y los otros no tanto, aunque no siempre queda claro cuál es cual. Unos pueden ser malévolos, traidores y despreciables; los perros nunca. Los canes siguen siempre a sus amos y corren su misma suerte, comen más o menos lo mismo que ellos, en la pobreza muy poco. Juntos en las buenas y en las malas, en la alegría y la tristeza, a veces hasta la tumba. Además trabajan siempre: pueden jalar trineos, ser pastores, vigilantes, rescatistas y luz de los ciegos. Ahora, de acuerdo con un estudio que aparecerá publicado en marzo de este nuevo año, pueden contribuir a la detección temprana del cáncer.
El olfato de los perros es asombroso. Si en los humanos este sentido juega un papel tan importante. Por ejemplo en la selección de los alimentos, en la percepción de peligros, en la memoria y en la sexualidad; es difícil imaginar lo que significa tener, en el techo de la nariz, entre 150 y 300 millones de receptores olfatorios, comparados con apenas 5 millones que nosotros poseemos. La percepción del universo es completamente distinta. Si pudiéramos imaginar a un humano que de pronto adquiriera tal capacidad, seguramente se volvería loco. Lo que se sabe acerca del olfato no es mucho, ha sido siempre uno de los sentidos más enigmáticos.
El olfato representa la interacción de los seres vivos con el mundo desde un punto de vista químico. Los olores que percibimos, por ejemplo el de una flor o el de una persona, son resultado de la interacción entre moléculas disueltas en el aire y los receptores químicos que se encuentran en la mucosa olfatoria. Se trata de una percepción a distancia. Al llegar a su destino, a través de la respiración o el olfateo, estas moléculas se disuelven y se asocian con células nerviosas que mandan señales al cerebro. Así nos enteramos de lo que químicamente pasa afuera, es decir, a qué huele el mundo. Eso nos hace tomar decisiones y actuar, acercándonos o alejándonos del estímulo. Además, los olores se integran a la memoria, al evocar un olor podemos revivir hechos pasados.
La mucosa olfatoria de los perros es 100 veces mayor que en nuestra especie. Se sabe que pueden percibir una variedad mucho mayor de moléculas que los humanos, a mayor distancia y en menores cantidades. Quiere decir que pueden descomponer una sustancia en cientos de elementos moleculares y percibir cada uno de estos componentes a distancias muy grandes. También significa que pueden detectarlos, de acuerdo con algunos autores, disueltos a concentraciones tan bajas como de una parte por trillón. Su nariz es un laboratorio. Es probable que la memoria de los perros sea principalmente química, es decir, de evocación de olores, como se observa en algunos programas de entrenamiento.
El empleo de perros como sensores en la ciencia es algo muy interesante. Lo primero que hay que notar es que no se trata de una tecnología. Se trata de la asociación con un ser vivo (no humano) para lograr un conocimiento o la solución práctica a un problema científico. En la lucha contra el cáncer, por ejemplo, la detección temprana es hasta ahora crucial. Es la diferencia entre vida o muerte. De acuerdo con Michael Mc Cullock y sus colegas, autores del artículo que se publicará en marzo en la revista Integrated Cancer Therapies (pero que ya puede leerse en www.ict.sagepub.com), las técnicas que se utilizan en la actualidad para la detección del cáncer son aún poco precisas.
Todo comenzó en 1989, cuando, en una nota breve en The Lancet, Williams y Pembroke describieron un caso en el que un perro insistentemente olfateaba un lunar en la pierna de una persona, que posteriormente fue diagnosticado como melanoma, un tipo de cáncer en la piel. Después, en 2001, Pickel y su grupo ampliaron la información sobre la capacidad olfatoria de los perros en la detección del melanoma; lo mismo ocurrió para el cáncer de vejiga, como mostraron Willis, Church y West en ese mismo año. En 2004, nuevamente Pickel, concluyó, empleando perros, que el cáncer emite sustancias químicas que pueden ser detectadas por métodos biológicos, pero en su trabajo utilizó preparados a partir del tejido enfermo (mediante biopsia).
La novedad en 2006 consiste en que se amplían las modalidades de la enfermedad que pueden ser detectadas tempranamente gracias a la capacidad olfatoria de los perros, como el cáncer pulmonar y de mama. También, que pueden descubrirse por el examen del aliento del enfermo sin recurrir a la biopsia. Los hallazgos son prometedores, pues la efectividad de los canes después de un entrenamiento breve (de tres semanas), es de 99 por ciento en el caso del cáncer pulmonar y de 88 por ciento en el de mama. No quiero decir con esto que ya esté resuelto el problema científico de la detección temprana del cáncer, pero sí que se justifica ampliar la investigación en este campo.
Los resultados obtenidos con la participación de los perros han propiciado nuevos proyectos de investigación científica y la búsqueda de tecnologías para el examen químico de las moléculas presentes en diferentes tipos de cáncer. Quiere decir que esta especie está contribuyendo al desarrollo de la ciencia y la tecnología en la medicina. Ojalá que algún día alguien pudiera compartir el premio Nobel con un perro.
Pero no faltarán objeciones, pues también su capacidad olfatoria es utilizada para fines menos benéficos, como en las actividades militares y policiacas. No es culpa de ellos son nobles y fieles a sus amos, quienes pueden ser malévolos y traidores. Los perros no tienen una ética en el sentido humano. No tienen por qué, pues, para empezar, no son humanos, y hasta donde yo sé, no se ha desarrollado una filosofía comparada.