Usted está aquí: sábado 7 de enero de 2006 Política Ramona, la líder zapatista que prefirió la lucha al matrimonio

Ramona, la líder zapatista que prefirió la lucha al matrimonio

La comandanta Ramona, integrante del Comité Clandestino Revolucionario Indígena de la zona de San Andrés Larráinzar, se presentó por primera vez ante la prensa los últimos días de enero de 1994, un día de niebla densa, en el claro de un bosque cubierto de musgo. El liderazgo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ofrecía su primera entrevista a un grupo de periodistas y ella, en función de su alta jerarquía, compareció al lado de otros comandantes: David, Felipe, Javier, Moisés, Isaac.

No llevaba pasamontañas, sino un paliacate nuevo; en su cabello trenzado ya brillaban algunas canas. David le había prestado un suéter, no tanto por el frío, sino porque así podía cubrir su huipil, cuyo bordado habría delatado su comunidad de origen. Eran días de rigurosa clandestinidad. Sus botas y el ruedo de su falda azul iban manchados de lodo.

Unica mujer, única monolingüe del grupo que fue comisionado para divulgar la palabra del EZLN en ese primer encuentro con la prensa, Ramona mantenía su posición marcial, con una escopeta contra el pecho; silenciosa, paseaba la mirada entre sus compañeros, que explicaban a los reporteros cómo, en centenares de comunidades indígenas, luego de 10 años de un proceso callado y profundo, se puso a votación la decisión de guerra o paz: ''Fue el mismo pueblo el que nos dijo ya, ya empecemos. Ya no queremos aguantar más porque ya nos estamos muriendo de hambre''. Ella asentía.

Entonces llegó la pregunta sobre las razones de mujeres y niños para sumarse a las filas zapatistas.

Todas las miradas se volvieron hacia Ramona, la comandanta. ''Bueno, pues...'', y soltó una cascada de palabras en tzotzil. Rápido se dio la orden entre las milicianas para que una de ellas tradujera.

Y habló sin pausa: ''Porque las mujeres también están viviendo en una situación más difícil, porque somos las más explotadas, oprimidas fuertemente todavía. ¿Por qué? Porque las mujeres desde hace tantos años, desde hace 500 años, no tienen sus derechos de hablar, de participar en una asamblea.

''No tienen derecho de tener educación ni hablar ante el público ni tener algún cargo en su pueblo. No. Las mujeres totalmente están oprimida y explotada". Y contó de sus años de bordadora. De cómo tardaba hasta tres años para terminar alguna de las suntuosas piezas que portan las mujeres de los Altos y cómo, cuando bajaba a San Cristóbal de las Casas a vender sus blusas, le pagaban migajas por su obra de arte.

Habló de su vida cotidiana: ''Mucho sufrimiento'', repetía en español. Y continuaba en tzotzil: ''Levantamos tres de la mañana a preparar maíz y de ahí no tenemos descanso hasta que todos ya durmieron. Y si falta comida, nosotros damos nuestra tortilla al hijos, al marido''. Risas. Ella no tenía marido ni hijos. Explicó que ella había elegido la lucha, no el matrimonio. Era una de las más antiguas dirigentes del EZLN.

Habló de sus sueños: ''Que seamos respetados de veras como indígenas. Nosotros también tenemos derechos. Que se acaben todas las discriminaciones; que respeten, pues, nuestros derechos, que tengamos participación como pueblo, como estado, como país, porque nos han dejado así muchos de nuestros gobernantes; los ricos nos han dejado así, como escalera, hasta abajo".

Y expresó un mensaje final: ''Que como las compañeras mujeres están explotadas sienten como que no están tomadas en cuenta ellas, como que sienten que están muy explotadas, que ya se decidan a levantar el arma, como zapatista''.

Días después Ramona se hizo símbolo. Durante las conversaciones entre el EZLN y el gobierno federal en la catedral de San Cristóbal, a finales de febrero del 94, portó la bandera nacional que el subcomandante Marcos desplegó. El comisionado del gobierno de Carlos Salinas, Manuel Camacho, apenas pudo pescar la punta del lienzo para no quedar fuera de la imagen emblemática. Por su rango jerárquico, ella aparecía siempre a la diestra del mediador, el obispo Samuel Ruiz. Ahí llevaba ya pasamontañas y lucía su huipil rojo de San Andrés. Casi no habló pero su silencio fue elocuente, subrayado por el parpadeo de sus ojos negros. Sentada a la mesa de negociaciones, sus pies no alcanzaban el suelo. Por su baja estatura una periodista la llamó llaverito.

Blanche Petrich

 
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