Usted está aquí: viernes 6 de enero de 2006 Opinión Dos compañeros, dos amigos, otra campaña

Jorge Fernández Souza

Dos compañeros, dos amigos, otra campaña

En una de las averiguaciones previas iniciadas por la Fiscalía Especial Para la Atención de Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, aparece como agraviado Raúl Pérez Gasque, de quien existe una declaración fechada el 9 de abril de 1974 en el Distrito Federal, después de que fue detenido en Ocosingo, Chiapas, el 21 de marzo de ese año. La detención habría ocurrido por su pertenencia a las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN).

Así, cuando menos entre el 21 de marzo y el 9 de abril de 1974, Pérez Gasque estuvo en manos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y después fue desaparecido. Ahora figura como una de las víctimas de la guerra sucia.

En manos de quién estuvo durante su detención, de quién sufrió los seguramente brutales y ominosos interrogatorios, quién o quiénes son los responsables de su desaparición, son algunas de las preguntas que tendría que resolver la fiscalía, a la luz de las cuales un juez o unos magistrados tendrían que emitir una sentencia. Sin embargo, los resultados alcanzados en la impartición de justicia hacia los responsables de la guerra sucia no permiten mayor optimismo sobre el esclarecimiento de casos como el de Raúl Pérez Gasque y el de su compañera, Elisa Sáenz Garza, detenida y desaparecida en la misma circunstancia.

Pocos días antes de que Pérez Gasque fuera detenido y después desaparecido, el 14 de febrero de ese mismo año de 1974, fue secuestrado en Mérida, Yucatán, Efraín Calderón Lara, Charras, abogado y asesor de sindicatos independientes. Días después, su cadáver fue encontrado en montes de Quintana Roo, con huellas de tortura.

Pérez Gasque y Calderón Lara, yucatecos los dos, se habían conocido en los años de la preparatoria. La injusticia social, la falta de democracia, el movimiento del 68, los movimientos populares y guerrilleros latinoamericanos, la inquietud y la utopía de la época, su temple juvenil, los acercaron a la participación y a la organización políticas y sociales de izquierda. Habían compartido no sólo las calles, los barrios, las canchas deportivas y los amigos de su ciudad natal, sino las mismas perspectivas y esperanzas de cambio social. Con ese mismo ánimo, tomaron caminos distintos. Cuando dejaron de estar en comunicación, ambos tendrían 22 años, y cuando en ese 1974 uno fue desaparecido y el otro asesinado, andarían por los 27.

En Yucatán, Charras había tomado el camino del sindicalismo independiente, que en 1972 y 1973 crecía por el impulso de los electricistas democráticos y por la disposición organizativa de trabajadores de diversas ramas industriales y de servicios. Raúl militaba, probablemente desde 1969, en su organización no abierta.

Cuando Efraín Calderón fue asesinado por motivo de su actividad sindical, en febrero de 1974, gobernaba en Yucatán Carlos Loret de Mola y era presidente de la República Luis Echeverría. El homicidio fue ejecutado por agentes y ex agentes de la policía yucateca, aunque el origen de la orden quedó en la penumbra. El movimiento social que estalló en Yucatán a raíz del crimen ha sido, desde una perspectiva popular e independiente, el más importante de las últimas décadas.

Con seguridad, nadie de quienes participaban en la ola ascendente del movimiento imaginaba que, en esos mismos momentos, Raúl estaba sujeto a la ferocidad demencial de los criminales de la DFS. Por el carácter de su militancia y porque sus captores tenían como práctica ocultar, torturar y desaparecer a sus detenidos, de la suerte que corrió Raúl nada se supo. Y nunca se sabrá si antes de su detención se enteró de la muerte de Charras.

Unos tres o cuatro meses después de su inicio, el movimiento popular desatado por el homicidio de Charras se replegó ordenadamente. Las acciones sindicales organizativas continuaron por más de un año, y después fueron declinando. A partir de entonces ha quedado la memoria, que unas veces flaquea y otras es combatida. Un ejemplo: al calor del movimiento popular y estudiantil, el teatro del edificio central de la Universidad de Yucatán fue bautizado con el nombre de Efraín Calderón. Tiempo después, apagado el movimiento, autoridades universitarias y del gobierno le cambiaron el nombre por el de Felipe Carrillo Puerto, seguramente calculando que era mejor un recuerdo socialista de los años veintes que una presencia que recientemente había cuestionado el estado de cosas.

Pero si los del poder político y de la corrupción sindical han buscado eliminar todo recuerdo de Charras, de Raúl no les interesaría que se supiera nada. El funeral organizado con la ira popular en el caso de Calderón Lara y la memoria que a pesar de todo sigue viva no han existido para Raúl: él sigue desaparecido. Sin embargo, más allá de eso, tanto Raúl como Charras existen en la permanencia de las razones que los llevaron a enfrentarse con la injusticia, y en las necesidades, sufrimientos y reclamos populares que perduran y se profundizan.

Si la memoria es vigencia de las causas, entonces tendría que acompañar, aún programáticamente y a su paso por Yucatán y por el país, a una campaña que pretende encontrar la brújula perdida de la izquierda.

 
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