Usted está aquí: miércoles 21 de diciembre de 2005 Opinión Los ecos de Bolivia

Luis Linares Zapata

Los ecos de Bolivia

La prolongada, humillante espera de los indios bolivianos llegó a su fin. Uno de los suyos se ha hecho de la Presidencia de ese país a la usanza antigua: con gran esfuerzo, rechazos airados y penalidades sucesivas. El músico callejero, el aymara desarrapado, el líder cocalero que había sido evitado por los criollos del oriente y amenazado por el embajador estadunidense ha triunfado, como nadie esperaba, en toda la línea electoral. Tal vez gane, también, el Congreso y varios departamentos que nunca habían respondido a los deseos de los excluidos. La clara mayoría de la población boliviana, los de raza indígena (y en su casi totalidad incluidos dentro de la feroz categoría de pobreza extrema) tendrán a un genuino representante en el mayor cargo político de ese país. Los ecos de tal hazaña se oirán por todo el continente. Por lo pronto ya sienten un molesto repiqueteo en los oídos ciertos consejos de administración de trasnacionales españolas, francesas y británicas, posesionadas como grandes señoras del gas boliviano. En Washington producirá harto desprecio y hartazgo entre los barones del dinero imperial, aunque no les agriará su cotidiano desayuno entre mandones. Por el ancho mundo correrán distintas versiones, unas de aprecio, otras de indistinto rechazo y, en este país, moverá un sinfín de cuerdas íntimas, a cual más de ellas sensibles, pero mantenidas tras discreto velo.

Los desatados y compulsivos denostadores del presidente venezolano, muchos de ellos entre los medios de comunicación (radio y telera) tendrán un personaje adicional para alivianar sus múltiples y acendradas fobias de clase. Los estrategas de las campañas en receso medirán, con teodolito, con microscopio o con telémetro demoscópico, la conveniencia de usar tan ejemplar victoria para su propia promoción. En todo caso, remarcará diferencias, que serán sin duda muchas, empezando por la raza. Ninguno de los aspirantes locales lleva esa genética en la sangre. Los tres más destacados de los candidatos mexicanos son analfabetos musicales, a diferencia de Morales, quien en algún tiempo sobrevivió como trompetista en una banda popular trashumante. Ninguno de los de acá nació y sobrevivió en una barriada de extrema pobreza y, menos aún, comparten sus tajantes definiciones en política externa.

Los académicos nacionales desempolvarán, no sin enfado, sus conocimientos de aquel país andino tan ignoto para el común de los mexicanos, poco intrigante para ser observado por las elites, sin mayores atractivos para el turismo, aun el social que bien podría gozar de un carnavalito en Cochabamba.

Los críticos nacionales agotan mucho de su energía en explorar lo revelado en alguna universidad de California, cualquier cosa acontecida en Wall Street, la última publicación de Harvard, lo que dice el Washington Post en su edición de hoy o la actualidad que sale de las calles y aparadores de Nueva York, apenas llenarán alguno de sus caros renglones con la figura poco achurada de ese indio molesto. Lo que viene del sur, además de las playas de Brasil, la condescendencia de Lula con los centros financieros incluida, sólo alcanza notas perdidas en las páginas interiores de una sección especializada de la prensa. La liga argentina de futbol no logra jalar los desplantes soberanos de Kirchner. Las pugnas por el poder en Chile atraen a los internacionalistas locales no tanto por el izquierdismo de su adelantada, sino por ser mujer que ha padecido el exilio con éxito notorio en Australia o Alemania.

Por lo tanto, poco habrá que adicionar a la victoria de Evo Morales, cuyos rasgos físicos rebasan, con mucho, la categoría de un simple naco, dirán los escogidos de Polanco, Santa Fe o la Del Valle. Allá por Monterrey alegarán que están muy ocupados atendiendo lo que dicen los empresarios. En Guadalajara, los diarios reportarán la última venta de una tequilera más a los españoles o canadienses. Sería muy atrevido pensar que el ascenso de Evo a la presidencia boliviana sería motivo de amplias discusiones y esperanzas entre los tamaulipecos, concentrados en asar corderos con que abulten, dos o tres centímetros adicionales su ya crecido vientre. A ese tal Morales no lo conocen ni les importa a una gran parte de los mexicanos. Y, a lo mejor, tendrán cierto grado de razón: Morales puede convertirse en uno más de los más de 200 presidentes que Bolivia ha tenido desde su independencia y, el pueblo que lo votó, continúe padeciendo los estragos de sus más de cien años que lo someten a la soledad más espantosa.

Pero ahora pueden dar aunque sea un paso, el primero, fuera de ese destino al que lo han condenado sus ralas elites criollas, entreguistas, torpes y rapaces. Frente a Evo Morales se presenta una oportunidad que no debe dejar pasar. Puede unirse de lleno a la ruta que han emprendido los sudamericanos para integrarse. Reversar la dirección marítima de sus gasoductos para enchufarlos con los que planean construir sus vecinos. La industria energética puede ser un excelente detonador de la unión, del desarrollo. El ducto continental que iría del Caribe a la Patagonia puede recibir la contribución del gas boliviano, los crudos de Colombia, Ecuador y Argentina para compartirlos con las fábricas nacionales de Paraguay, de Chile, Uruguay y Brasil.

Evo tiene que acercarse a la pujante economía de servicios cubana para fincar la industrialización biotecnológica de la coca y embarcarse, junto con los miles de cubanos capacitados para ello, en una aventura educativa y de salud que rescate a las masas depauperadas de Bolivia de su forzada miseria por siglos de olvido y explotación.

 
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