Ojarasca 104 diciembre 2005


La ecología del p'urhépecha

Del lado de la naturaleza

Juan Chávez Alonso

El pueblo p'urhépecha tenía una conformación sólida de los órganos de gobierno y era cuidadoso con la preservación de la naturaleza, lo que le permitía mantener el equilibrio de su territorio. Protegía el aprovechamiento de los recursos naturales de la tierra y el espacio, y de los productos del subsuelo de la madre tierra, como los metales (hierro y otros). En esta organización del gobierno, los petámuti se encargaban de orientar las diferentes acciones que correspondían a cada instancia en el cumplimiento y la ejecución de sus proyectos.

Las funciones se repartían en dife-rentes campos especializados científica y tecnológicamente. Había personas encargadas de atender todo lo relacionado con el bosque, la fauna, la flora, la astrono-mía, la medicina, la geografía, las mate-máticas y la historia; registraban los acontecimientos y las transformaciones de los fenómenos naturales que se manifiestaban en la tierra y en el espacio.

En la agricultura había un funcionario dedicado a lo relacionado con la tierra, llamado Tarheta Uaxastati. El proyecto agrícola del pueblo p'urhépecha siempre fue ecológico. Procuraba evitar la erosión de la tierra, y sus técnicas permitían conservar la capa gumífera del suelo, que contiene un alto porcentaje de nutrientes, suficientes para el buen rendimiento de los cultivos sin contaminar ni erosionar el suelo.

Fabricaron sus implementos de siembra con obsidiana, hierro y madera, e hicieron cavadores de diferentes formas y tamaños, según las características de los suelos. Luego hicieron arados de madera europeos que modificaron la forma de sembrar. Antes no se hacían surcos en lí-nea recta ni barbechos o cruzas respetando el nivel del agua y la formación topo-gráfica de la región, que en gran parte de su superficie presenta mucha pendiente. Pero el arado abre la tierra en forma horizontal al surco, lo que permite la conservación de la humedad y evita la erosión de los suelos, en total armonía con su entorno natural. Así, los suelos se conservaron siempre fértiles por el constante reciclaje, ya que se dejaba un ciclo intermedio sin cultivarse, permitiendo que la tierra se recuperara con las diferentes plantas que en forma natural se reprodu-cían. Propiciaban la oxigenación, mientras que el nitrógeno, el fósforo y otros elementos fortalecían la tierra, dejándola lista para el ciclo siguiente, abonada en forma natural.

La recuperación de la tierra de cultivo iniciaba el 20 de septiembre y concluía el 20 de octubre, reanudando la cruza en los meses de enero y febrero. Entonces se seleccionaba la semilla para la siembra, procurando que fuera de la mejor calidad. Esto se hacía a partir del cuarto creciente, conforme a las fases de la luna, y no cuando estaba llena, ni después del cuarto menguante.

Existían diferentes variedades de maíz que se utilizaban, según las necesidades de la población, como forraje, arte medicinal, ornato, en ceremonias, alimentos y otros productos derivados. Existe aún maíz blanco, amarillo, azul, morado, colorado, negro, rosa y pinto. El maíz casi siempre se intercala con frijol, haba, trigo, y en algunos casos con avena, calabaza y chilacayote.

La siembra se iniciaba el 10 de marzo y terminaba el 22 de abril. En este lapso las plantas de maíz jilotean. Las limpias se realizaban en la escarda, sacudiendo el zacate o chaponeando después de la segunda limpia, durante julio y agosto. En septiembre engrana el elote y por el día 20 empieza a sazonar el grano y se deshidrata con los primeros fríos que aparecen del 21 de septiembre en adelante, y así se transforma en maíz nuevo. La parte superior de la milpa es utilizada como forraje para ganado vacuno.

Este proceso se llama despunte y se recolecta en forma de manojo o apilos; algunos acostumbran amontonar el rastrojo. En octubre se almacena en lugares apropiados, y las cosechas comienzan después del "día de ánimas" para terminar el 12 de diciembre, variando 30 días de acuerdo con la región, antes o después.

Durante el proceso del cultivo, cosecha, acarreo y almacenamiento del maíz se realizan distintas ceremonias y fiestas, donde se prepara atole de grano, tamales, toqueras, tortillas, uchepos, corundas, pinole. Las largas caminatas que hacían nuestros antepasados duraban muchos días, y los alimentos igual, ya que no era necesario recalentarlos pues no se descomponían.

Los antepasados mantenían una total armonía con los bosques, que permitían la abundancia de escurrimientos de agua, arroyos, ríos y lagos. El término de Itsi Jimbanero nos habla de que, por el equilibrio con la naturaleza, constantemente nacían nuevos manantiales y escurrideros.

Después de los cincuenta, los programas agrícolas de las dependencias oficiales, como el ini, Banrural y el Banco Agrícola de Michoacán, introdujeron herbicidas, funguicidas, insecticidas y los arados de ala o fierro. Finalmente los tractores, con sus implementos diseñados para regiones agrícolas con grandes valles, orientados a reducir costos de producción sin haber realizado estudios de suelos y topografía de la región, también ocasionaron perjuicios. Se alteraron los ecosistemas, se incrementó la erosión de los suelos y la contaminación de los mantos acuíferos, atentándose contra todas las especies, incluida la vida del ser humano.

La agricultura moderna acentuó la voracidad de los talamontes, aparecieron las motosierras, los aserraderos y la extracción de resinas sin un proyecto sustentable, sin controlar los incendios ni reforestar las áreas erosionadas por la tala inmoderada. Esto desequilibró el territorio y hoy escasean las lluvias y se prolongan las sequías, desaparecen los arroyos, escurrideros y manantiales. Hay muerte, devastación y desesperación.

Las instituciones que deben controlar y combatir los incendios forestales carecen del conocimiento real del campo; aunque existen estudios de fotogrametría, quedan ahí; no se relacionan con las culturas de los pueblos indios: son unilaterales y excluyentes, por tanto no funcionan.

La política agropecuaria equivocada del gobierno ha ocasionado que, en lugar de que los trabajadores y productores vivan mejor con el empleo de la tecnología moderna y el aumento de la producción, se encuentren endeudados, sus tierras y sus mantos acuíferos estén agotados, los recursos forestales devastados.

El ecocidio que se lleva a cabo en el planeta, en particular en Michoacán, tiene su origen en la corrupción de las autoridades y en el desconocimiento de las tradiciones y experiencias de los pue-blos indígenas que durante siglos conservaron y reprodujeron los recursos naturales y sus beneficios con la agricultura tradicional.

Tenemos que retomar la agricultura ecológica del pueblo p'urhépecha, con un arado que abra la tierra en forma horizontal, siga una línea en el mismo sentido y mantenga el nivel de agua sin alterar los suelos ni causar erosiones. Esto recicla el abono natural sin requerir productos químicos, mantiene el equili-brio del ecosistema y evita la reproducción de plagas.

Hay que considerar los calendarios de siembra, labranza y cosecha con el fin de solucionar los siniestros forestales, respetar los métodos de las comunidades para trabajar la tierra y controlar los incendios. Antes los incendios se controlaban en la noche, cuando la atmósfera, las plantas, los árboles y el zacate está cargados de humedad, los vientos se reducen o desaparecen y el avance y riesgos que ocasiona el fuego disminuyen logrando un control de éste, con menos desgastes de deshidratación, asolamiento y fatiga.

Los gobiernos federal y estatal deben reconocer la autonomía del pueblo p'urhépecha para el pleno ejercicio de sus derechos y el ejercicio de los saberes tradicionales p'urhépechas.

Estamos por el reconocimiento constitucional de los acuerdos de San Andrés Sacamanch'en de los Pobres.


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