Otras conversaciones con Jorge Fons
El proyecto de la CTM sin duda era muy bueno y nos permitía combinar creatividades estimulantemente, pero cuando se cayó, el paso a Hoffmann, aunque ocurrió de una forma natural y el mismo Jorge Fons lo propuso, quizá no era lo adecuado. Lo terminamos, eso sí, y hasta donde recuerdo, pues no lo he releído en 30 años, no estaba mal. Pero Fons, nada pendejo, mejor se pasó a Los albañiles, de Vicente Leñero, que le llegó porque le correspondía. Adaptó la novela muy bien con Luis Carrión y se dieron el lujo de formar un dueto y cantar rupestremente algunas de las rolas en la película pues, en eso, Fons es de la estirpe severa, bergmaniana, que rehúye la música de fondo salvo la "incidental". Los albañiles, entre otras cosas, demuestra una vez más que la literatura y el cine son perfectamente compatibles. Fons, Leñero y Carrión resolvieron muy bien la estructura de la película en la que el tiempo se desarticula y va del pasado al presente y al futuro con una gran habilidad, porque no se pierde la ilación ni el espectador se desconcierta. Jorge no quiso meterse en el tema de Jesucristo, clave en la novela, porque sus inclinaciones espirituales, que las tiene, no iban por ahí. Pero su versión es muy buena, hasta se acepta que Ignacio López Tarso sea don Jesús, lo cual en un principio parecía imposible. Fons conocía el ambiente de cerca, e intuitivamente, así es que recreó de manera formidable la novela y el mundo de los albañiles.
Ya se sabe que Fons, como buen tauro, va despacio y se toma todo el tiempo para hacer películas. La publicidad y las telenovelas, en las que ha conquistado una respetabilidad que no tiene casi nadie, le permiten filmar lo que quiere. En los años ochenta se dedicó a realizar documentales que no he podido ver y de los cuales me interesa especialmente el de Indira Gandhi, un personaje muy complejo. Pero a fines de la década decidió tomar el guión de Xavier Robles, Rojo amanecer, sobre el 2 de octubre en Tlatelolco. Es de suponerse que la dificultad para obtener tomas de archivo o reunir el dineral necesario para reproducir la matanza con multitudes, ejército, halcones, helicópteros y demás, convirtieron a la película en un espacio más bien teatral, el interior de un departamento, que refleja el exterior. Esta película se filmó durante el primer año del régimen de Carlos Salinas de Gortari, el cual se negó a autorizar la exhibición comercial a causa del paternalismo tradicional y el control social implícito, pero, como ocurriera 20 años antes con Reed, de Paul Leduc, que obligó a cambiar de rumbo la política cinematográfica de Luis Echeverría, la lucha por la exhibición de Rojo amanecer también modificó cualquier idea del cine que Salinas pudo haber tenido. La película de Fons tuvo un gran éxito, entre otras cosas, porque nos devolvía el mito del 68; los nuevos jóvenes pudieron tener una idea muy elocuente de la noche de Tlatelolco, lo cual, en tiempos cada vez más oscuros y deshumanizados, hacía falta. Pero también fue puerta de otro nuevo ciclo del cine nacional. Se exhibieron al fin las buenas películas "enlatadas", nomás porque sí, en los años ochenta, y nuevas realizaciones mostraron la eficacia profesional de un cine que empezó a abrirse camino entre las estrechísimas veredas, para nosotros, de la globalización. Finalmente en México había los profesionales, de los que Fons es precursor, al nivel de lo mejor del cine mundial.
El callejón de los milagros, basado en la novela del egipcio Naguib Mahfouz, es un melodrama con múltiples guiños al viejo cine mexicano. Fue afortunadísimo trasladar la historia de Egipto a México y Vicente Leñero, el guionista, la armó como el experto en la materia que es: trastocando el tiempo sutil, casi imperceptiblemente. Es una obra de madurez, lograda en su totalidad, aunque en esta ocasión el desafío es el uso del melodrama con plena conciencia e impecabilidad inobjetable y, por tanto, desafiante. Después Fons hizo la minipelícula La cumbre, un ejercicio de concisión parabólica a través del contraste entre dos parejas de padre e hijo, de clases sociales distintas, ante el mismo paisaje, el mundo, la naturaleza, México. Uno quiere poseerlo, pero al otro le basta con disfrutarlo. La toma que predomina, con la muy bella oscuridad por delante, sostiene la red de significados de esta obra "monterrosiana", en la que por cierto, ¡qué sutilezas!, son gemelos unicelulares tanto los actores que interpretan a los padres y a los hijos.
Jorge Fons, una de las personalidades claves y más fascinantes del cine nacional, demostró su maestría en el largo, corto o minimetraje. Fue continuidad y ruptura. Supo apreciar y aprender de los viejos cineastas mexicanos e introdujo la "nueva sensibilidad" a través del dominio y del refinamiento de los recursos del lenguaje cinematográfico. Ha filmado con talento, sentimiento y conciencia plena, comprometida; sin perder honestidad ni principios, sin caer en las tentaciones del medio o de los cheap thrills. Es antecedente de los directores más jóvenes y sobresalientes del cine mexicano del nuevo milenio porque modificó el concepto del lenguaje, lo abrillantó y lo puso al día, además de que dio lecciones sobre cómo enfrentar el dilema entre el arte y la industria. A fin de cuentas, eligió el camino del arte, de ahí que su obra, como la de Rulfo, sea densa y rica precisamente por selectiva.
Texto leído en la presentación del libro
Conversaciones con Jorge Fons
(UdeG, 2005), en la Cineteca Nacional