MUSEOS DE MEXICO
Consumismo e ilusión conviven con la ciencia en el Papalote
Grandes consorcios patrocinan exhibiciones en las cuales incluyen logotipos de sus productos
Ampliar la imagen Ni�de un colegio privado del DF y j�es de una primaria p�a mexiquense en ese espacio de contrastes que es el Papalote FOTOS M�a Mateos-Vega Foto: M�a Mateos-Vega
El Papalote Museo del Niño, ubicado en la segunda sección de Chapultepec, se ha convertido para millones de visitantes en una especie de Aleph borgiano: un espejo donde se refleja el universo entero, sostenido por la imaginación infantil y, principalmente, por un ilimitado apoyo de decenas de patrocinadores.
A 12 años de su apertura y luego de constantes renovaciones, el recinto es en la actualidad escenario de contrastes: la ciencia y sus sorprendentes posibilidades conviven, por ejemplo, con módulos donde se muestra al niño los encantos del consumismo (el minisúper) y de la fábrica de ilusiones (la televisión).
Grupos de pequeños de Tultitlán, estado de México, juegan con alumnos de algún colegio particular de San Angel o Las Lomas. Turistas de Baja California y niños de Tepito tiran, todos juntos, pelotas en la fuente. Algunos se sorprenden más que otros ante las computadoras que se han convertido en la columna vertebral del museo. Sin ellas, 90 por ciento de las casi 300 exhibiciones no tendrían sentido.
A veces también llegan grupos de niños indígenas o discapacitados y para todos hay algún espacio donde jugar, aunque sea un momentito, aunque no le entiendan a los comandos de las pantallas, aunque no puedan usar un aparato, aunque sea de pisa y corre para ver de qué se trata el siguiente juego. Cada mes un patrocinador paga el transporte y la entrada a niños de alguna escuela pública ubicada en una zona marginada.
Lo que para unos es aburrido a otros sorprende. Eso sí, la mayor parte de las exhibiciones las disfrutarán más los niños "grandes", los de siete años en adelante y, por supuesto, los papás. Para muchos adultos también es "su primera vez" con las computadoras. Para los bebés y pequeños hasta de tres años las opciones se limitan a espacios acondicionados para simplemente retozar (los llaman sitios de "estimulación temprana"). Nada de tecnología avanzada.
Impacto visual
Los estímulos visuales que recibe el visitante son tan vastos que a los pequeños no les alcanzan los ojos para conocer todo. En promedio, el museo enterito se recorre en tres horas y media, sin contar la visita a la megapantalla y al domo digital.
Fieles a la consigna de "se permite tocar", hasta los más tímidos "se desatan" al entrar: tocan, giran, buscan, aprietan, jalan, brincan, ensayan, corren, trepan, sudan, encuentran, ríen. Y al final, ante sus padres o profesores agotados, quieren volver a empezar.
Entre semana la mayoría de visitantes son grupos escolares. Son quizá los mejores días para acudir al recinto, pues los espacios no están saturados. Los fines de semana hay que aguantar largas filas para entrar, esperar turno ante algunas exhibiciones y desear que el niño no se engente y se quiera ir a los 15 minutos de haber entrado, tras haber esperado hasta una hora para ingresar en el museo. En periodo de vacaciones, dicen quienes lo han sufrido, la visita a Papalote es una verdadera odisea.
Televisa, Alpura, Nestlé, Kimberly Clark, Comex, IBM, Pfizer y Bimbo son algunas de las empresas que, al patrocinar una exhibición, incluyen desde sus logotipos hasta referencias a sus productos.
En la cabina de televisión (equipada totalmente por la empresa de Emilio Azcárraga Jean) los niños juegan a ser los productores de algún programa de chismes de la farándula o de un noticiero, o mejor, a ser una "estrella" más del canal de las ídem. Cuando salen, eufóricos después de haber jugado frente a las cámaras profesionales, se les pregunta: "¿qué quieres ser de grande?", y responden sin titubear: "cantante".
No sucede lo mismo después de que han jugado con imanes, con el simulador de huracanes o el de sismos, con la máquina de energía, el péndulo caótico, el fluido magnético o el pozo de gravedad. Pocos niños saben (o no les interesa) que también pueden soñar con ser científicos.
La megapantalla Imax y el domo digital son el receso al ajetreo de los juegos y actividades del museo. La primera es una sala de cine en la cual, por lo general, se exhiben cintas en tercera dimensión, o que proyectan algún tipo de efecto especial.
El domo digital resulta, hasta para los adultos, una experiencia deslumbrante, "envolvente", dicen los anuncios. Las butacas propician que el espectador esté prácticamente acostado, mirando la bóveda semiesférica que parece cubrirlo todo. Aparecen el cielo, las nubes, las estrellas y luego el mar, flotando sobre las personas que inician un viaje por el universo, como pájaros, como astronautas, como mirando un Aleph borgiano dentro de esa gran caja de sueños y realidades que es el Papalote Museo del Niño.