Nuevo activismo político de la Iglesia católica
Existe preocupación entre diferentes actores políticos por la posible activa participación política del alto clero católico. Dicha activación se remonta a 2003, cuando la jerarquía mexicana no sólo anunció su interés por participar en el proceso político electoral, sino que ha venido preparándose para hacer sentir su peso en la vida política y gravitar en la formulación de proyectos y encauzamientos políticos que se elaboren en 2006.
Ya lo expresaba contundente Ernst Bloch: a la humanidad le ha costado mucho repensar su reino futuro sin la tiranía de un "señor soberano", sea intemporal o temporal. En esta perspectiva, y a pesar de que para muchos pueda resultar absurda, numerosas Iglesias y estructuras religiosas no han abandonado del todo el ideal teocrático. En los actuales e intensos debates sobre los valores, ética y moral social, enarbolados por sectores clericales, subyace en el fondo una nostalgia del retorno de Dios como gobernante. La fuerza suprema del creador que determine las fronteras admisibles de sociedades incrédulas y neopaganas. Las recientes experiencias del Islam integrista y del cristianismo fundamentalista ponen de relieve que la secularización adquiere formas alejadas a la supuesta e inevitable muerte de Dios. Por el contrario, en este inicio de siglo la política y las creencias religiosas toman de nuevo relieve en las más diversas regiones del mundo y México no es la excepción.
La transición del sistema político mexicano, sus continuos reacomodos internos -aunque muchos epidérmicos- han venido moldeando las condiciones objetivas de participación de las Iglesias, en particular de la católica, en la vida política del país. Esta no sólo asciende por méritos propios, sino que forma parte de un proceso en ruta, crece desde el desgaste del sistema político porque enarbola muchas reivindicaciones civil y sociales, ávidos de nuevos entramados.
Girolamo Prigione politizó en una perspectiva moderna al clero católico, condujo a la Iglesia con habilidad entre 1978 y 1997 para convertirla en actor de reparto estelar en el entarimado político mexicano. Junto con los empresarios es, a la postre, la institución que mayores dividendos ha obtenido en los últimos 15 años. La decadencia de los gobiernos priístas contribuyó sin duda, pero el factor central fue la estrategia adoptada por los prelados. Las visitas pontificales consolidaron la estructura católica aun frente a gobiernos, como el de Zedillo, que enfrentó en diferentes ocasiones la crítica y la presión eclesial.
El nuncio Prigione hizo un relevo generacional moviendo a más de 84 por ciento de los obispos; el perfil era obvio y personajes de la talla de Onécimo Cepeda, Norberto Rivera y Juan Sandoval emergieron como portadores de nuevos estilos, cambios pastorales y contenidos diferentes. Las principales tesis enarboladas por este grupo emergente, que se resumen la doctrina Prigione, son: a) Fidelidad absoluta al Papa y a la ortodoxia doctrinal. b) Una Iglesia fuerte, unida y poderosa capaz de negociar con mayor ventaja con los gobiernos y la sociedad. c) Una Iglesia visible, mediática, conducida por personajes recios, influyentes y capaces de ser interlocutores. d) Para lograr con eficacia la misión religiosa se usa el poder económico, político y mediático. En corto se establecen vínculos coyunturales con el poder político, la Iglesia está por encima de éstos y es un factor de estabilidad social.
La Iglesia no busca conquistar el poder absoluto para sí. Pensarlo así sería absurdo; intenta posicionarse para que el poder mismo, en una sociedad culturalmente católica, la defienda y proteja los intereses materiales y espirituales de una institución que en México se ha acostumbrado a los privilegios. Los momentos estelares para insertar sus propósitos e intenciones son precisamente durante los procesos electorales en que los partidos, candidatos y el conjunto del sistema se presentan más vulnerables. La entrevista reciente a Manuel Espino (La Jornada, 12/12/05), más que manifestar sus mocherías, ofrece promesas de campaña como hizo en su momento Vicente Fox con su aparatoso "decálogo".
Sin embargo, las condiciones del país han venido cambiado drásticamente y apuran a la propia Iglesia a replantear estrategias. Ya no basta, por ejemplo, el posicionamiento ante el poder para garantizar los intereses básicos de la jerarquía. La competencia religiosa, principalmente pentecostal y neopentecostal, ha alcanzado niveles tan alarmantes que la Iglesia católica está obligada a repensar su actuación. No obstante, su restructuración interna, a nivel de la conferencia episcopal, apunta a que la jerarquía continuará tensando la normatividad ética de una sociedad secular cada vez más globalizada. Dicho de otra manera: lo político ahora resulta insuficiente.
La presión al poder y a los conductores políticos ya no son suficientes para prevalecer la misión y los objetivos estratégicos. Ahora son los tiempos del nuncio Giuseppe Bertello, quien ha venido cambiando también el perfil del espicopado mexicano y se dice que las candidaturas de cerca de 40 por ciento de los actuales prelados han pasado por su despacho. Los acontecimientos más reciente, expresiones y actitudes del clero apuntan a una clara intención de orientar sus energías en el proceso electoral que se avecina.
La Iglesia católica parece estar preparada para cierta confrontación con actores y proyectos que reprueban y atentan contra sus principios. Pero también está dispuesta, con cierto pragmatismo, a negociar para fortalecer sus demandas e intenciones. Este juego, a veces complicado, es parte de la agenda religiosa de los obispos y goza del total apoyo del papa Benedicto XVI.