Usted está aquí: miércoles 14 de diciembre de 2005 Política Los idus de fin de año

Luis Linares Zapata

Los idus de fin de año

¿Qué tendrán de especiales estos finales días de 2005 que los legisladores quieren aprobar, con beligerancia inusitada y encendida pasión por la estabilidad, iniciativas de trascendencia para la vida política, cultural y económica de la nación? Por lo que se nota, bien pueden ser las ventoleras que corren después de la sacudida etapa de confrontaciones electorales en el interior de los partidos. Pero también pudieran deberse tan enjundiosas pretensiones legislativas al temeroso ambiente que flota en la república de los pocos debido a los datos y las señales que han dado, al unísono, los trabajos demoscópicos recientes sobre las preferencias del electorado y las masivas concentraciones concitadas por el abanderado perredista y sus redes ciudadanas de apoyo. Lo cierto es que los pasillos, oficinas y salones del Congreso se inundaron de urgidos tiempos, una especie de idus frenéticos que anuncian tormentas, movimientos no del todo abiertos para alterar no sólo el ritmo, sino la orientación que seguirá el país durante el próximo sexenio. Ese crucial periodo de gobierno que se definirá con el voto de los mexicanos en julio de 2006, pero del cual al menos una parte sustantiva podría quedar condicionada por las modificaciones de leyes en vaporosos trámites actuales.

Los legisladores federales pretenden aprobar un par de iniciativas, formuladas a trasmano, en dos cruciales aspectos de la vida institucional de la República: una que toca el entramado económico vía el Sistema de Administración Tributaria (SAT), al que se le quiere dotar de autonomía y designarle desde ahora junta directiva y administrador. Con la otra se afectaría el núcleo de las futuras comunicaciones del país. Un punto por demás neurálgico y ya marcado por el duopolio televisivo que domina el panorama informativo.

Con la Ley de Radio y Televisión, que por extraña unanimidad aprobaron los diputados por tercera vez en años recientes, Televisa se ha metido de lleno en zonas de alto conflicto. La causa eficiente de tales problemas es transparente: la soberbia manera en que la empresa usa su influencia para empujar sus negociaciones en pos de voluminosos privilegios.

El primer zarpazo lo dieron mediante el ya famoso decretazo que les redujo, de sopetón, 12.5 por ciento de tiempo disponible para el Estado a un magro 2 por ciento. En su empeño para tal objetivo, los ejecutivos de la empresa siguieron la enroscada ruta de las relaciones íntimas con la pareja presidencial. Su segunda entrada a la escena de las turbulencias la llevaron a cabo cuando se les adjudicaron, a título gracioso, elevado número de concesiones para operar casas de juego. En esa ocasión se valieron de la desbocada como fallida ambición por la Presidencia de un panista. Y la tercera se encuentra en pleno desarrollo en estos días de agitación electoral con el activado proceso legislativo de la Ley de Radio Televisión. La etapa inicial ya se concretó, de súbito, en la Cámara de Diputados. Queda pendiente su paso por el Senado de la República.

Así, esta misma semana podrá verse, a plena luz del día, el despliegue de dignidad o solícita sujeción que desplegarán los señores y señoras senadores de esta desconcertada República. Se verá con claridad el margen de voluntad soberana que ese cuerpo colegiado mantiene frente a los designios y propósitos de los grupos informales de poder o, en su defecto, el avasallamiento que tales poderes fácticos ejercen sobre los organismos que los mexicanos se han dado para conducir sus asuntos públicos. Lo que está en juego es la forma en que los ciudadanos entrarán en contacto, mediante las modalidades institucionales de su aparato comunicativo, con sus gobernantes. Asunto que es, en esencia, materia firme del quehacer político.

De paralela manera se verá también la independencia y la misma dignidad de los legisladores frente a los que se creen dueños de la nación. De aquellos que forman la República de los pocos y que quieren aislar, blindar ahora le llaman, sus masivos intereses contra un entrevisto como cercano cambio de conducción económica. La mera sospecha de una posibilidad donde los mexicanos opten, mediante las urnas venideras, por una ruta diversa a la seguida hasta ahora, pone a estos señores de chequeras abultadas, influyentes despachos y privilegios varios, ante la imperiosa necesidad de protegerse, aun a costa de la desmesura. No les importa el riesgo para la vida institucional. Quieren asegurar, por cualquier medio disponible, la prevalencia de sus groseros intereses particulares. Dar autonomía al SAT, como un primer paso organizacional (al que seguirían de inmediato otros más ya apuntados) es una salida, un mecanismo que les urge. Pretenden atar de manos a un candidato en lo particular al que ven, sienten, con demasiada independencia de sus esferas decisorias. Aún así, y por más prestigios y autoridad que busquen de sostén, por mayores repeticiones y gritos propagandísticos que entonen, la razón se les desbarata ante los deseos transformadores que ya enarbolan amplios, mayoritarios sectores de la ciudadanía. Estos conjuntos ya han optado, contra viento y marea por el cambio y no los detendrán los trucos y albazos que ahora se montan sin pudor y dudosa habilidad.

 
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