Usted está aquí: miércoles 14 de diciembre de 2005 Política Desesperanza, ética y odio

Arnoldo Kraus

Desesperanza, ética y odio

La secuencia es clara. Primero la desesperanza, luego la pérdida de los valores éticos, después el odio y, casi al final, el ser humano que se rebela. Las razones que explican ese entramado también son nítidas: ni la casa ni la educación ni la escuela ni la religión ni el trabajo sirven. Imposible avanzar, imposible salir adelante. Imposible decirle sí a la vida y sí al futuro cuando ésta reiteradamente responde en forma negativa. Aunque no recuerdo con precisión la idea, Bertolt Brecht resumía bien la realidad de ese conglomerado de personas: "primero comer, después la moral".

Las matemáticas convertidas en palabras imprimen a la idea previa otro sentido: desesperanza crónica + pérdida de los edificios éticos = odio. Con la precisión que ofrecen las sumas y las restas, aunque geográficamente sean distantes, la adición propuesta podría aplicarse a muchos grupos. Por ejemplo, a los franceses, que parecen franceses, pero no son franceses; a los chiapanecos zapatistas, que parecen mexicanos, pero que no reciben los beneficios del resto de sus connacionales; al de los kurdos, saharuis o palestinos que siguen sin contar con una nación, a los pobres y muy pobres de Nueva Orleáns, y a las masas de emigrantes que constituyen una nueva nacionalidad y que se reproducen desde América Latina hasta Africa. Al igual que lo que sucedía en la vieja primaria, el orden de los factores no altera el resultado: todos son sumandos, todos son similares.

Aunque como grupos difieren son, entre una miríada de razones, semejantes en las expectativas de vida, en el origen del problema, en la magnitud de la pobreza, en el nivel de (des)educación, en el grado en que la globalización los ha modificado y en los niveles de insalubridad.

En esas comunidades, trastocados los valores éticos y menguadas las posibilidades de progreso, las ideas de pertenencia y de responsabilidad se modifican o se pierden. Nacer y crecer en un ambiente donde la desesperanza es la norma y una epidemia que hermana es una tragedia y es uno de los máximos fracasos de la civilización y de las economías modernas.

Un ejemplo nuestro. Excluyendo a los que han emigrado a Estados Unidos, o a los que reciben dinero del extranjero por la misma razón, ¿qué porcentaje de las personas que nacieron en las últimas tres décadas en la sierra de Oaxaca o en la de Puebla o en Ciudad Netzahualcóyotl habrán mejorado sus condiciones de vida? No son pocos los pueblos de Oaxaca donde casi no hay hombres y los censos demuestran que Ciudad Neza está poblada por muchos oaxaqueños. Y de ahí, hacia donde se quiera. Desde los cadáveres de Atocha hasta la rebelión de los suburbios franceses, del discurso del presidente iraní hasta la creciente ola de terrorismo cuyos actores dejan el mundo acompañados de muchas vidas inocentes, de los trabajadores migratorios de todo el mundo que mueren en su intento hasta los cazadores estadunidenses que aguardan apostados en la frontera mexicana en espera de la presa. Un mundo lleno de desesperanza. Un mundo lleno de odio. Un mundo secuestrado por la iniquidad.

Imposible no recordar a Montaigne. El autor de los Ensayos afirmaba que frente a la muerte, a la violencia, a la crueldad y a los homicidios, los seres humanos, independientemente de la clase social y de la educación, somos iguales y respondemos ante la adversidad con "lo mejor" o con "lo peor". Quizás por esa razón prefería escribir en francés y no en latín, pues consideraba que las ideas debían diseminarse no sólo en los seres doctos, sino en las personas sencillas. Han pasado más de cuatro siglos desde que falleció Michel de Montaigne. Hoy diría que sus premoniciones acerca del odio y la desesperanza fueron ciertas. Diría también que uno de los grandes errores de los políticos de todo el orbe fue, es y será no haber sabido cómo menguar las diferencias entre "los unos" y "los otros".

La suma, desesperanza crónica + pérdida de los edificios éticos = odio retrata la realidad del mundo actual. Refleja también la imposibilidad de la razón y la magra repercusión en los cerebros de los políticos de incontables voces independientes que han intentado alertarlos acerca de la miseria y la desigualdad a la que han sometido a tantas comunidades.

 
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