En los años recientes se han incrementado las "antorchas guadalupanas"
Utilizan a Juan Diego para disciplinar las costumbres paganas en Chiapas
La canonización del indígena no ha logrado convertirlo en objeto de culto
Ampliar la imagen Ind�nas tzotziles corrieron y cantaron por las calles de San Crist� de las Casas para festejar a la Virgen de Guadalupe FOTO V�or Camacho Foto: V�or Camacho
San Cristobal de las Casas, Chis. 12 de diciembre. Las carreteras que conducen a esta ciudad están literalmente a los pies (descalzos, para mayor proeza) de millares de peregrinos-atletas que las recorren maratónicamente portando antorchas encendidas rumbo a las parroquias de las ciudades chiapanecas, y particularmente a la catedral de San Cristóbal. Es la peculiar operación conocida como "antorcha guadalupana", que pone los pelos de punta a los automovilistas y choferes de camión que la encuentran en el camino. No una, ni dos, decenas de veces.
Su trasiego comenzó semanas atrás, pero desde ayer es continuo. Así cada año. La diócesis de San Cristóbal, que abarca el territorio indígena de Chiapas, es campeona de esta carrera. El precedimiento es audaz, sobre todo a lo largo de la carretera Panamericana que por acá tiene lo suyo en materia de curvas, barrancas y pendientes.
Componen las "antorchas" niños y jóvenes de ambos sexos, miembros de clubes deportivos, escuelas, barrios y grupos parroquiales que se visten de Juan Diego y montan camiones de redilas en dos tiempos. Un primer vehículo avanza por delante "sembrando" un antorchista que espera la llegada del portador del fuego que lo precede. Cuando éste lo alcanza, recibe la tea y echa a correr hasta el siguiente relevo. Un segundo camión va recogiendo a los que ya se rifaron el pellejo en ambos carriles.
Al inicio de esta tradición moderna no había muchas "antorchas" indígenas, pues venían organizadas desde las poblaciones mestizas del estado, pero con el tiempo se han incorporado las zonas rurales. Con ello, el espectáculo antorchista presenta hoy dos vertientes: mestizos disfrazados de "indito" de pastorela con calzón blanco y pañuelo guadalupano que hace las veces de tilma, e indígenas vestidos de sí mismos.
Muchos antorchistas tiznan deliberadamente sus ropas. Un buen número de los grupos que corren por la carretera son chamulas con su vestimenta cotidiana; las mujeres realizan pues la faena con sus pesadas faldas de lana. Los niños de los pueblos de Zinacantán y Oxchuc a orillas de la carretera son público instantáneo de la peculiar procesión, y del embotellamiento que les pisa los talones.
Finalmente hoy convergen en el centro de la ciudad. "Por el deporte/ la fe/ y la superación", corea un grupo acompañado de claxonazos y sirenas a lo largo de la avenida Insurgentes. "Hache i/ hache o/ está antorcha ya llegó" repite otro. Una pequeña multitud los espera en el parque municipal y el atrio de la catedral. "No hay cansancio/ no hay dolor/ con la Virgen/ y el Señor".
Al calor de la festividad, este 9 de diciembre, el obispo Felipe Arizmendi Esquivel decretó la creación de una nueva parroquia sancristobalense. Se suma a otras 49 que ya existen, pero esta es exclusivamente tzotzil (chamula cabría decir) y abarca decenas de poblaciones de los municipios San Juan Chamula, Teopisca y San Cristóbal. Su sede es el templo San Juan Diego, y abre un nuevo capítulo a la nunca resuelta cuestión juendieguina.
La canonización de Juan Diego no ha logrado convertirlo en objeto de culto, pues qué más raro para un indígena que adorar a otro igual que él. Viene emparejado al culto por excelencia, el de la Virgen que forjó una patria. Además, en el mundo tzotzil el nombre de "San Juan" enmascara deidades prehispánicas, del mismo modo que la Guadalupana es la diosa Tonantzin (o Ch'ul Me´tik).
El componente pagano de este culto, en especial en Los Altos, ha hecho la delicia de los antropólogos durante décadas, pero roba el sueño de la Iglesia católica, dogmática por definición. La insistencia vaticana por canonizar a un indígena de cuya existencia histórica se duda produjo memorables polémicas. El propio ex abad de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, se opuso a la causa vaticana y fue tildado de viejito chocho.
El nuevo santo fracasó como objeto de culto, pero el reciente giro de las "antorchas" y la creación de una vasta parroquia revelan el papel de este icono en tierras donde es cerrada la competencia por los fieles entre la Iglesia católica y las extendidas denominaciones protestantes, llamadas "sectas" por sus oponentes.
La Iglesia católica trata de "disciplinar" las tendencias paganas de los tzotziles con las cuales ha debido coexistir el dogma. San Juan Diego representa el "modo correcto" de ser creyente y guadalupano. Aquí, donde los santos no son para imitar sino para adorar, el indio elevado a los altares aparece como otro instrumento de evangelización en tierras famosas por su resistencia a la "reducción" desde la Colonia.
A reserva de su resultado, el nuevo culto abre otro capítulo en la siempre inconclusa implantación católica, para la cual el anterior obispo, Samuel Ruiz García, aportó la controvertida iglesia indígena, en el espectro de la Teología de la Liberación (otro mal sueño del Vaticano).