José Pérez García, galardonado por la CNDH
Construimos un México sobre cimientos de pobreza
Los niños indígenas, invisibles para la sociedad oaxaqueña
Ampliar la imagen El padre, en La Ciudad de los Ni� donde recibe a menores desamparados FOTO Cortes�de la CNDH Foto: Cortes�de la CNDH
Ex Hacienda de Vigueras, Oax., 9 de diciembre. Los niños indígenas son invisibles para la sociedad oaxaqueña. Sus madres recorren oficinas, van de aquí para allá pidiendo auxilio y las traen vuelta y vuelta. Son mujeres que piden ayuda para sus hijos, quienes son rechazados y les niegan las oportunidades, asevera el padre José Miguel Pérez García.
El indígena no busca el lujo para comer, las oficinas lujosas no van a resolver el problema de la miseria; estos niños gritan que quieren amor, no vamos tras el dinero o los subsidios, pedimos simplemente que los quieran, comenta el ganador del Premio Nacional de Derechos Humanos (PNDH).
La sociedad de Oaxaca debe hacerse cargo de estos niños, no dejárselos al gobierno, primero la sociedad debe ver por ellos, estima.
Por eso, abunda, hemos recurrido a la sociedad para que con su impulso colectivo apoye a los niños que nada tienen. Y la respuesta ha sido muy buena, los sábados las familias traen comida para los más de cien niños; dueños de restaurantes envían pan y alimentos, y también locatarios de los mercados.
Al principio, recuerda el religioso, que este viernes fue reconocido por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), sólo "recibíamos niños de seis y siete años, pero no estaba en nuestra imaginación que nos iban a traer bebés recién nacidos, de meses, de dos y tres años de edad; al paso de los años vimos que no eran nada más los varoncitos los que necesitaban ayuda, sino también las niñas, porque muchas veces venía la hermanita con dos niños. Recibíamos a los niños y la niña se quedaba igual o peor, entonces, en 1979 empezamos a recibir a las niñas. Fundamos El Hogar de las Niñas, y hoy tenemos más de 30, todas en primaria", cuenta el padre.
Historias dolorosas
Nuestra tarea, dice el sacerdote, "es educar a los niños. Cuando llegan enfermos, atenderlos, verlos crecer cuando son bebés, y darles la primaria. Cuando la acaban, los que tienen familia regresan con ella; a los que no les buscamos un hogar, para socializarlos, porque ellos necesitan una familia, son niños que no saben lo que es el abrazo de un padre, un beso, que no han recibido una caricia. Tenemos una larga lista de solicitantes, de familias que quieren educar a un niño y que éste les ayude en sus casas".
Relata que hay cosas crudas, escenas tremendas. "Mire (señala con el dedo), ve a esa niña, me la trajo su madre cuando tenía un día de nacida. La iba a tirar a la basura, pero se arrepintió, y la vino a dejar. Nunca regresó por ella. La niña ya tiene 13 años".
El religioso voltea y señala de nuevo, "ve a ese niño, tiene seis años, lo trajeron cuando tenía tres meses. Su abuela me lo trajo porque su madre murió en el parto". Un niño se acerca al padre, y éste le pide que le regale un vaso de agua. A este infante, explica, "nadie lo viene a ver".
Son historias que duelen, pero es la realidad de muchos niños indígenas de Oaxaca. Hay otras crudas, fuertes, inimaginables. Hace años llegaron cinco hermanos. Tres niños y dos niñas. Su padre era un alcohólico que golpeaba a su mujer. Una noche llegó borracho y los niños corrieron a la cama donde estaba acostada su madre, la abrazaron, no obstante, él la golpeó y le enterró un cuchillo en el corazón. Los niños relataron su tragedia, se veían las manos y decían que hasta ahí había escurrido la sangre, "se nos mancharon porque la abrazamos mucho", contaron.
La voz se le quiebra al padre Pérez García, hace una larga pausa, se tapa los ojos unos minutos. Luego retoma las historias: "Hace tres años me trajeron a un niño panzón, la panza pesaba más que todo su cuerpo. Sálvemelo, me decía su padre, se me muere y tengo otro peor, pero se quedó en la casa. 'Vete por él, también tráemelo'", le dije.
"El indígena se fue por su hijo, pero no regresó sino 15 días después. 'Por qué no me trajiste a tu otro hijo, tráemelo', pero me respondió: 'padre, no vine porque cuando llegué ya se había muerto'".
Estas, cuenta, son historias dolorosas, pero es la realidad. "Esta es la pobreza cruel en México. Niños maltratados, golpeados y abandonados. Niños malcomidos, desnutridos, con panzas desmesuradas, niños y niñas que han sufrido lo inimaginable, que piden se les quiera".
En esas historias el sacerdote evoca sus recuerdos e hilvana otras que indignan. "Esa señora -una anciana que pasa junto a él y lo saluda- es abuelita de un pequeño, a quien me trajeron arrastrándolo, nadie lo quería por rebelde. Es hijo de una prostituta que se lo dejó a la señora, y ésta lo rescató y me lo trajo; cada mes lo visita, ella ve por él, trabaja de lavandera allá en el Istmo, junta su pasaje y cada mes viene a ver a su nieto".
Lecciones inolvidables
El religioso cierra los ojos como evocando y hurgando en sus recuerdos, mueve la cabeza de un lado a otro, se agita y poco a poco vuelve con su narración. "Hace como 30 años, ocho niños me dieron una lección, de esas que a uno lo sacuden, que lo impactan, que lo mueven. Era domingo y los llevé al parque; íbamos en una camioneta, la estacioné y vi que se asomaban por las ventanillas y dirigían su mirada hacia un carrito de paletas. Quieren una, me dije, hice cuentas, costaban tres centavos cada una, y se las compré, pero los niños la chupaban y seguían viendo por las ventanillas de la camioneta".
Intrigado les preguntó: "¿qué no querían paleta, por qué entonces siguen mirando al paletero?"
Uno respondió: "Sí padre, sí queríamos paleta, pero queremos saber cómo es tener un papá para poderlo abrazar como esos niños". Unos pequeños se colgaban del cuello del señor y los niños indígenas querían sentir lo que es tener un padre, dice.
Estas, asevera, son realidades recurrentes, pero es lo que pasa en Oaxaca y en muchas partes; nos equivocamos cuando pensamos que con vestir al niño con ropa limpia o con zapatos buenos ya está solucionado el problema, pero no, es más hondo, está en la raíz del ser humano, "estamos construyendo un México sobre cimientos de pobreza y queremos que brille, cómo, díganme cómo", concluye el religioso.