Reivindicar la política
Nunca como ahora, en un clima enrarecido por las descalificaciones recíprocas, los insultos en la máxima tribuna y las guerras mediáticas de lodo, se había precisado en México reivindicar la política, hacerla instrumento de convivencia civilizada, construcción de acuerdos y promoción del cambio social. Herramienta para caminar juntos, no para la defenestración colectiva.
Es imperativo reorientar el rumbo no sólo por los partidos o la llamada clase política, sino por el país. El envilecimiento de la política al final lo pagamos todos, en tiempo estéril, en oportunidades perdidas.
Las campañas presidenciales en particular no tienen que ser jornadas interminables de denostación personal para vulnerar al adversario hasta desembocar en tierra de nadie o, más propiamente, en los oscuros terrenos de los poderes fácticos, visibles o subrepticios, lícitos o no.
No se han iniciado oficialmente los tiempos de proselitismo partidista y promoción del voto y ya la tónica de la descalificación lo preside todo. Nada o muy poco que tenga que ver con el cotejo de ideas, el contraste de proyectos, la calibración de políticas públicas, la ponderación de programas de gobierno.
En vez de sustantivos hay adjetivos. En lugar de ofertas decantadas, dardos envenenados, hasta ver quién resiste más. No han caído en la cuenta de que ni siquiera se trata de una lógica de suma cero, en la cual unos ganan lo que otros pierden. No. Al defenestrarse unos a otros, o peor aún, al ser objetos de invectivas anónimas socavan el piso común de todos: las instituciones de la República.
Eso es lo que no podemos permitir, ese es el piso que no podemos demoler: desacreditar las bondades implícitas de la democracia de partidos y la eficacia del sistema de instituciones y de leyes.
A partir de ese piso, bienvenido el rejuego político, la necesaria lucha por las ideas y convicciones, consustancial a una sociedad plural y diversa como la nuestra. Eso reclaman los mexicanos: ofertas claras en todos los ámbitos, el económico, social, político y cultural.
Esa es la exigencia cardinal de los ciudadanos. Luces y herramientas para encarar el desafío del siglo XXI. No más torneos de diatribas. Coordenadas para transitar juntos en este mundo inexorablemente globalizado e interdependiente.
Esa es la única oportunidad para consolidar el sistema de partidos. Es también el único camino. Y aquí paso de la teoría a la praxis, para que el PRI se rencuentre con la sociedad, para que recupere la credibilidad perdida, para que sea otra vez el partido de las generaciones emergentes.
Es preciso para ello conjugar doctrina y pragmatismo. Principios y realpolitik. Un PRI moderno que no se niegue a sí mismo; un partido seguro de su origen, pero de cara al futuro.
No es fácil. De una parte priva un sentido de cortoplacismo en la lucha política, y de otra, este partido tiene tras de sí la larga noche del neoliberalismo tecnocrático que auspició por dos décadas y que terminó por expulsarlo del poder federal. El culto a los equilibrios fiscales, siempre precarios o incluso ficticios, y la desatención de los compromisos sociales.
Ahora es preciso elevar la mirada. Trascender la lógica de los dimes y diretes. No hacer el juego a la embestida mediática que hoy lo sacude, como antes lo sufrió otra fuerza política. Pasar de la táctica reactiva a la estrategia propositiva. Ganar, no hay de otra, por la vía de las propuestas. Ese es el desafío real.
Me refiero a un proyecto económico articulado, sustentado, con visión de largo plazo, que devuelva el dinamismo a la economía, que genere empleos, fortalezca el mercado interno, que saque a México de su marasmo e impulse nuevamente el crecimiento. No hay que olvidar que el saldo principal de esta administración federal es un crecimiento per cápita cero.
Hablo de una propuesta de Plan Nacional de Desarrollo que atienda a la diversidad regional y amortigüe los abismales contrastes, la asimetría que hoy marca y dibuja la geografía nacional: una bicefalia donde unas entidades miran la modernidad y la competencia con el exterior, y otras luchan por comunicarse entre sí, por crear su mercado de bienes y servicios.
Aludo también, vinculado con esta línea, a un programa de combate real a la pobreza extrema, más allá de los sistemas asistenciales que sólo perpetuan la miseria. Un programa integral para dotar de educación de calidad, salud y apoyos al campo para que los mexicanos más vulnerables adquieran las herramientas para su emancipación económica.
El programa de impulso a la educación de calidad debe cumplir con el imperativo legal de inversión de 8 por ciento del PIB a la formación académica de las nuevas generaciones y con la recomendación de la OCDE de aplicar al menos 1 por ciento del producto a la promoción de la ciencia y la tecnología.
En suma, un proyecto de nación y gobierno que haga del PRI una opción de cambio con rumbo -con la certidumbre que no ofreció la transición frustrada- ante quienes hoy, inermes, sólo reciben como estímulo para emitir su voto una escalada mediática para posicionar, artificialmente, al candidato de la derecha.