Permeó presagio de derrota la ceremonia de unción de Roberto Madrazo
El otrora "partidazo", en caída libre
Desairaron el acto Labastida Ochoa, Montiel Rojas, Sauri Riancho y varios gobernadores
Ampliar la imagen Aproximadamente 7 mil pri�as, la mayor�de Oaxaca, Tabasco y Puebla, asistieron ayer a la rendici�e protesta de Roberto Madrazo Pintado como candidato del PRI a la Presidencia de la Rep�a FOTO Jos�ntonio L� Foto: Jos�ntonio L�
Cuando Roberto Madrazo Pintado todavía no descendía del templete, ahí mismo, en el PRI, más de uno percibía una amarga sensación de derrota anticipada. Todo se los anunció. Lo mismo el largo y vacío discurso de su abanderado que la repetición insensata de símbolos usados en el ritual de ceremonia de hace seis años, o la resurrección de personajes que, entonces como ahora, vuelven causa perdida cuanto tocan.
Ni las camisetas rojas ni la martilleante música con las canciones compuestas para Madrazo lograron dar color ni ritmo a esta puesta en escena.
¿No había más que la Plaza de la Solidaridad, en la sede nacional del tricolor, para organizar la rendición de protesta de su candidato presidencial? Parece que no. La misma foto gigantesca y el mismo escenario donde hace seis años Francisco Labastida Ochoa comenzó la ruta del fracaso.
O sea que ni por cábala...
Ayer tampoco fueron capaces de construir siquiera un mínimo rasgo de ingenio contestatario con las frases plasmadas en camisetas. "¿Tú crees que el PAN sabe gobernar?.. yo tampoco". "¿Tú crees en el compló del Peje?.. yo tampoco".
¿Nadie pudo advertir tampoco a Beatriz Paredes que vestirse de azul y blanco en esta ocasión era, por decir lo menos, un desatino? ¿No tiene el PRI un solo político con la capacidad para conseguir ya no la presencia de Labastida o de Arturo Montiel, pero al menos la de todos los gobernadores priístas o de la ex presidenta nacional Dulce María Sauri? ¿Era vital para Ulises Ruiz, emblemático madracista, salirse antes de que terminara de hablar su candidato?
Ayer fue claro: incapaz de reinventarse, el PRI no pudo en cinco años construir un abanderado con aptitud ni apetito de triunfo.
Era, en realidad, la serpiente mordiéndose la cola: el mismo personaje que se apropió del partido y se impuso como candidato presidencial ayer nada ofreció, pero tampoco se lo exigieron.
Sin embargo, mientras transcurrían los minutos de ese discurso vacuo, los rostros de la aristocracia partidista se volvían más sombríos que en aquella negra noche del 2 de julio de 2000.
Lo palpaban en un candidato que no propuso ni confrontó. En todo caso, endulzó sus propios oídos, y apenas, casi de salida, se acordó de ofrecer al PRI ganar el año entrante la Presidencia de la República.
Madrazo se olvidó incluso de su leyenda. Y nadie vio ahí a un hombre victorioso o con fuerza para llamar al combate. Lo decían su lenguaje corporal y su retórica.
En la primera fila, los senadores, diputados, gobernadores y líderes partidistas -de ayer y hoy-, cada vez más cabizbajos, no asentían ante las frágiles definiciones del tabasqueño; apenas intercambiaban miradas con sus vecinos de asiento y algunos hasta se ruborizaban al evocar el clásico sexenal, cuando su "enfático" líder y abanderado presidencial rechazaba los "radicalismos extremos".
Y no disimulaban su prurito cuando, machacón, Madrazo se volvía un adalid de la competitividad, pero omitía hablar de justicia.
De todos modos la disciplina y los cálculos pragmáticos, ante la posibilidad de recuperar el poder, aglomeraron una vez más al extendido sillerío de invitados, separados otra vez de la masa por las infaltables rejas metálicas y los guardias de seguridad.
Porque ayer, el otrora "partidazo" fue como una de esas viejas familias venidas a menos, que desempolvan las cortinas, sacan del armario los ruinosos manteles y la despostillada vajilla de plata para tratar de impresionar y dar lustre a sus antiguas glorias. Pero no lo logró. No impresionaron. La decadencia impera.
Se huele en las letrinas portátiles colocadas ahí, en la misma explanada; muestra su decrepitud en el acarreo aportado casi todo por sólo tres entidades: Oaxaca -la mayoría-, Tabasco y Puebla. En total, unos 7 mil asistentes, según cálculo de ojos acostumbrados a estas concentraciones.
La nomenklatura dispuso de la primera fila. Manlio Fabio Beltrones, Emilio Chuayffet, Enrique Jackson, María de los Angeles Moreno, Jesús Kumate, Carlos Romero Deschamps, Joel Ayala, César Augusto Santiago, Mariano Palacios Alcocer, Rosario Green, Manuel Angel Núñez Soto, José Murat, Heladio Ramírez y Heliodoro Díaz. Los ex dirigentes partidistas José Antonio González Fernández, Jorge de la Vega Domínguez, Humberto Roque Villanueva, Adolfo Lugo Verduzco y Humberto Lugo Gil. Y divididos por la pasarela, los gobernadores de Veracruz, Oaxaca, estado de México, Chihuahua, Hidalgo, Nuevo León y Tamaulipas.
Madrazo llegó tarde, como suele hacerlo. Usó la mejor sonrisa para saludar desde la pasarela a la gente que se le acercaba, pero que volvía a su actitud taciturna y sin emoción cuando aquél continuaba su recorrido.
A buena hora habían llegado también el líder del Partido Verde, Jorge Emilio González, con su eterna actitud de hartazgo, y Bernardo de la Garza, el ex candidato del ecologista ahora en su papel de estadista guardado para mejores tiempos.
Durante casi 40 minutos los rostros circunspectos trataban de entender aquellas frases en las que, para triunfar, primero se recordaba la derrota; para reivindicar al PRI se lamentaba -precisamente su ex líder- que no ha podido emerger el nuevo partido reclamado por los jóvenes.
Un texto, pues, en el que los asesores o el propio candidato decidieron que era elegante no mencionar a los contrincantes por su nombre, pero fueron capaces de imitar retóricas en boga, con párrafos como éste:
"...(y) que logremos así insertar el bienestar de la gente de mejor manera, de la gente que es primero que las cosas, de la gente que es primero que las estadísticas, porque si las estadísticas económicas dicen que el país va bien, pero tanta gente vive mal, es que no vamos bien en la economía nacional".
Y así por el estilo...
De la señora Elba Esther y sus huestes todos fingieron olvidarse.