Editorial
Venezuela: paradojas poselectorales
Los comicios legislativos realizados el pasado domingo en Venezuela han dejado en esa nación sudamericana un escenario incierto y cargado de paradojas.
Debe mencionarse, en primer lugar, la abrumadora victoria lograda por los partidarios del presidente Hugo Chávez, quienes, ante el retiro de la oposición del proceso electoral, lograron hacerse casi con la totalidad de los escaños de la Asamblea Nacional. A primera vista ello se traduciría en un triunfo incontestable y rotundo. Sin duda, la nueva composición legislativa permitirá al mandatario modelar las leyes a discreción por más que la orientación política, social y económica de las modificaciones sea, en buena medida, un enigma, catapultarse para un segundo periodo en la presidencia y remover la prohibición de un tercero.
La oposición, por su parte, cometió, también en una primera lectura, una colosal equivocación al abstenerse de participar en la contienda. Con ello los opositores han quedado completamente marginados de los procesos legislativos y, lo más grave para ellos, afrontan una circunstancia de atomización y desbandada. Las expresiones organizadas que quedaban del antichavismo ni siquiera han podido convencer a los observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de la Unión Europea (UE) de la supuesta parcialidad de las autoridades electorales ni del presunto carácter antidemocrático de los comicios. La organización panamericana atribuyó a la propia oposición el hecho preocupante de que "un sector importante de la ciudadanía se haya quedado sin representación en la Asamblea Nacional". La UE, por su parte, reiteró que, a juicio de sus observadores, "hubo transparencia en el proceso electoral".
La conformación legislativa surgida de estos comicios posee, pues, plena legalidad, la cual será transmitida al conjunto de sus futuras determinaciones.
La credibilidad es otra cosa. En el entorno internacional será políticamente difícil abogar por un Legislativo abrumadoramente fiel al Ejecutivo y elegido por sólo una cuarta parte de los electores. En efecto, la abstención rondó el domingo pasado 75 por ciento, cifra sin precedente que no necesariamente se explica por la decisión de los opositores de retirar sus candidaturas, sino también, y acaso principalmente, por el cansancio y el desgaste de las masas chavistas después de años de movilización constante. Sea como fuere, el dato será recordado y machacado por los adversarios internos y externos del gobierno venezolano.
A la postre, en las recientes elecciones no ganó ninguno de los dos bandos: la oposición, al abstenerse, dio una patada al tablero, cometió con ello casi un suicidio político y puede llevarle años recomponerse. Chávez y sus partidarios ganaron el control casi total de un Legislativo marcado por la falta de pluralidad y por la escasa proporción de votantes a los que representa. La Asamblea Nacional podrá convertirse en el principal instrumento del mandatario para operar los cambios que pretende, pero también es, desde ahora, su más grave debilidad política.
Es posible que la polarización política en Venezuela haya llegado demasiado lejos, hasta el punto de generar un escenario en el que todos pierden. Cabe esperar que la sociedad de ese país hermano encuentre vías para recomponer la convivencia institucional de todas las expresiones políticas, sin exclusiones, autoexclusiones ni berrinches. Un primer requisito para avanzar en tal objetivo es, desde luego, que Washington deje de intrigar y de exacerbar las divisiones.