“Los paramilitares todavía están aquí”, denuncian sobrevivientesActeal: ocho años de simulación y mentira* Contra la apuesta al olvido, la memoria* En Chiapas la impunidad es la norma "Desde la mirada de los tzotziles desplazados no hay duda: los gobiernos Gaspar Morquecho Han pasado ocho años de la masacre de Acteal y las/os sobrevivientes siguen reclamando justicia. En Chiapas, los crímenes, la injusticia, la mentira y la apuesta al olvido se acompañan. Una estrategia de Estado que se repite si recordamos la masacre en Golonchán en junio de 1980 perpetrada por efectivos del ejercito federal; la de Tzacucum, en marzo de 1983 por un grupo armado por los caciques de Chalchihuitán; la masacre de Acteal en diciembre de 1997 a manos de los paramilitares y los crímenes en Chavajeval y Unión Progreso por fuerzas de la policía y militares en junio de 1998. El saldo de la masacre de Acteal fue de 45 personas ultimadas: 16 niños, niñas y adolescentes; 20 mujeres y nueve hombres adultos; siete de las mujeres estaban embarazadas. Fueron encarceladas 86 personas, se liberó a cinco. Hay 23 órdenes de aprehensión pendientes de ejecutar. Organismos de derechos humanos y el EZLN coinciden en señalar a autoridades de los gobiernos federal y estatal como autores intectuales o con alguna responsabilidad, entre otros, a Ernesto Zedillo, a Emilio Chuayffet, a Jorge Madrazo Cuellar; a Julio César Ruiz Ferro y a Jorge Enrique Hernandez Aguilar. En todos esos casos se mintió a la sociedad, se simuló la procuración de justicia. Las autoridades no hablaron con la verdad; su versión ocultó qué fue lo que pasó y por qué sucedieron los hechos. Era una fase más del “escarmiento” a esos pueblos que luchan por la tierra, contra los cacicazgos y a los que, como ahora, resisten la ocupación militar y las tácticas de la contrainsurgencia. Por eso Blanca Isabel Martínez, directora del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas ( Frayba) , puede afirmar: “Los mataron por lo que representaban como pueblo”. En Chiapas, “la impunidad es la norma y la justicia la excepción”. Por eso y contra el olvido, vale la pena recurrir a la memoria de algunas sobrevivientes de la masacre de Acteal. Lupita La mañana es nublada y cae una pertinaz llovizna. La comunidad de Acteal está calma y las mujeres y los hombres en sus trabajaderos . Aun amarillea el cempasúchil. En el corredor de la oficina de Las Abejas recapitulamos con Lupita sus memorias sobre la masacre del 22 de diciembre de 1997. Guadalupe Vázquez Méndez tenía 11 años. Ese día asesinaron a su padre y madre; a sus hermanas Rosa, Verónica, Antonia, Margarita y Juana. Sobrevivieron al ataque Juan, Manuel, Hortensia, Lucía y Lupita. “Eran como las dos de la mañana y un señor llegó a avisar que los paramilitares iban a llegar a matar gente. En mi casa había muchos desplazados de Quextic. Hacíamos ayuno y oración. Como a las cuatro vinieron “las bases” [de apoyo zapatistas] y dijeron que iban a llegar los paramilitares. Al amanecer nos juntamos en el campo. Lo escuchamos como se acercaban, venían quemando casas, escuchamos las balas y como a las 11 de la mañana [los paramilitares] entraron [a Acteal] por todas partes. Yo vi a dos. Traían ropa y gorra como de policías, traían sus armas, eran altos y delgados. No dejaba a mi mamá y nos fuimos más abajo [al arroyo] y luego bajamos otro poco. Ahí había más gente, ahí estaba mi papá, ahí hirieron a mi mamá que llevaba a mi hermanita Juana [de 8 meses]. Mi papá me gritó que me corriera y me corrí y ahí mataron también a mi papá. Escuché cómo las gentes gritaban, se quejan y le hablaban a Dios”, recordó Lupita. Con su sobrina en brazos, recorrimos esos lugares. En el altar de los mártires de Acteal nos mostró las fotos de sus familiares asesinados. “Después, continuó Lupita, nos juntamos con ‘las bases' y nos quedamos en un cafetal. Estaban haciendo oración y a las 12 de la noche nos fuimos a Polhó y regresamos hasta el 24 de diciembre para enterrar a nuestros muertos.” - Lupita ¿Por qué no se huyeron antes de que llegaran los paramilitares? - Como antes así habían dicho que iban a venir y no habían llegado estaban confiados las gentes de que no iban a venir. De Polhó, Lupita se fue al poblado de Yabteclum, luego se refugió con las Hermanas del Divino Pastor en San Cristóbal de Las Casas y regresó a Acteal en febrero de 1998 para vivir con su tía Maria: “Trabajaba en la casa, dijo Lupita, cuidaba a mis hermanitas. Rosalinda lloraba mucho. Quería mirar a sus papás. Yo me sentía como la responsable de la casa. A veces hablaba con mis papás y les pedía que me llevaran con ellos. Daba miedo escuchar ruidos o cuando tronaban los cohetes en la fiesta. Ya no jugaba pues ayudaba en la casa, se me quitaron las ganas de jugar y lloraba cuando me recordaba lo que había pasado. A los 14 años fui a México con la peregrinación de Las Abejas a ver a la Virgen de Guadalupe para que se hiciera justicia. Luego estuve como cuatro años sin escuela y luego terminé mi primaria y me fui a estudiar a San Cristóbal.” Lupita quisiera estudiar Derecho “para que se hiciera justicia”. La vida sigue pero Lupita no olvida Desde hace un año Lupita, junto con otras ocho estudiantes indígenas, recibe el apoyo de un “grupo italiano” que les garantiza el hospedaje y comida en San Cristóbal de Las Casas. Ellas elaboran sus alimentos y se encargan de la limpieza de la casa donde viven bajo un reglamento interno. Además, de sus cursos formales, participan en talleres sobre sexualidad y derechos humanos. De Acteal, solamente Lupita y Magdalena estudian en la ciudad. Los intereses de Lupita han cambiado y ahora quiere ser médica: “Me siento bien en la ciudad. Me gusta estudiar, conocer más compañeras pero me siento mejor en la comunidad con mi familia. Quiero estudiar medicina pero como es en Tuxtla no sé que va a pasar pues es mucho gasto”. Lupita no olvida, tiene coraje y le “llega la tristeza”. Sabe que no hay justicia, que los paramilitares, los criminales siguen libres. Quizá por eso a sus amigas les comparte su experiencia. Rosi, amiga de Lupita, comentó: “Una vez nos platicó lo que había pasado y todas terminamos llorando.” María María Vázquez Gómez es la tía de Lupita y ella se encargó de cuidar a sus sobrinos después de la matanza. Ella era catequista desde 1995. Ayudaba a las mujeres a reflexionar la Palabra de Dios. El 22 de diciembre se encontraba en Yabteclum: “Por eso me salvé, dijo María, estábamos estudiando la Teología India. Luego lo dejé pues vino la tristeza pues [ese día] murieron nueve de mis familias, mi mamá y mi hermano Victorio. Así pues vino la prueba, la tristeza y por eso lo dejé. No olvidamos. Tengo coraje que mataron a mis familias”. María cuenta que en las mujeres hay mucha tristeza pues quedaron viudas o les mataron a sus hermanas y a sus hermanos, a sus hijas y a sus hijos: “Cuando recuerdo a mis familiares voy a llorar. ¿Cómo se puede olvidar si vivimos juntos? Comimos juntos y así enfermo de mi tristeza, me duele mi cabeza, me duele mi corazón. Cuando no voy a llorar duele mucho y por eso ayuda mucho la celebración, la oración.” Elena “Cuando lo escuché que ya vienen los paramilitares me fui corriendo con mi sobrina, recordó Elena Pérez Luna. Bajé como a cinco metros de donde estaba mi papá y cuando escuché el disparo lo fui corriendo con la otra gente y lo encontré un arroyo y ahí estaba la gente pidiendo [protección] a Dios. Lo vi después que salió cuatro hombres con su traje azul como de [la policía de] Seguridad Pública. Vamos a salir dije, pero pasó corriendo [los paramilitares] y empezó a matar gente y me fui corriendo.” Para Elena la tristeza empezó antes de la masacre pues “los priístas y cardenistas paramilitares” quemaron su casa en Tzajalucum: “Luego lo escuchamos que van matar gente y nos fuimos. Luego vino la masacre y fue más difícil pues ya no vivía con mis familiares. Me quedé muy triste con mis hermanitos pues estaba acostumbrada a vivir con mi papá. Hasta ahorita hay tristeza y gracias a Dios mi hermanito ya está grande y vamos a pedir a Dios que no vuelva a pasar como el 22 de diciembre cuando murieron tantas mujeres. También falta justicia. Vemos que los paramilitares todavía están aquí y aunque el gobierno dice que apoya mucho no es la verdad.” Las sobrevivientes de Acteal siguen reclamando justicia.
*Acteal: una herida abierta, 1998, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), p. 1 |