Número 113 | Jueves 1 de diciembre de 2005
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Llegar a viejo  
 
Por Joaquín Hurtado
Vómito y evacuaciones negras. Mareos, doctor, desubicación en el mapa del día, doctor. Sangre digerida, descompuesta, me agrió la boca desde la mañana, doctor. De camino al trabajo el aliento me olía a amoniaco.

La enfermera me canaliza en una camilla improvisada en el pabellón de urgencias. “Le va a molestar un poquito, señor, esta sonda es para ayudarle a limpiar todo lo que trae en el estómago, por si se requiere la endoscopía”. Y empieza uno de los capítulos más perversos, más dolorosos, más humillantes de esta jornada que mal comenzó y mal acabará.

La invasión nasogástrica me deja sin gritos, sin lágrimas, sin ánimo de mentarle la madre a la estúpida enfermera que “nomás no puedo, señor, no coopera y la sonda no llega al estómago”. ¿Que no coopero, maldita?, ¡si agradecida debía estar que no le arranco a mordidas la nariz!

Pasadlo a piso, hay que transfundir al sidoso ulceroso. El cuadro completo: sobre una cama, al pie de una ventana, arrinconado en una pared con dos cucarachos y manchas rojas, un montoncito de huesos pelones y un tubo de plástico succionando por gravedad la repulsiva sanguaza de mi interior.

Cuarto 208 con un letrero tremendito en la puerta: “Aislamiento protector”. Díganme ustedes, señores y señoras, quién se protege de quién. No me contesten: estamos en 2005, veintidós de epidemia y siguen ustedes en las pinches mismas idioteces.
Entra el enfermero blindado para un tour en campo radioactivo. Desenchufa, conecta, atornilla, calibra y ahí te van. Cinco unidades de sangre AB+. Sangre de reyes, bromea el enfermero. La boca me sabe a diablos. ¿Qué tragaría el desventurado donador?
Por todos lados bolsas de basura con un logo de tres círculos entrelazados. Danger Biohazard Infectious Waste. Me siento tan importante como un pollo gripiento en los arrozales de China.

El sacerdote: “¿desea hablar de algo?” Mi mujer: “no, gracias”. El sacerdote: “¿y su esposo?” Mi mujer: “tampoco”. El sacerdote: “estoy a sus órdenes, por si me necesita”. Mi mujer: “No lo creo, y ahora váyase que estamos muy ocupados”. ¡Qué insolencia del padrecito, queriendo interceder entre mi mujer y Dios.
El médico buenaonda me informa después de varios días de internamiento y agonías que estuve al borde de lo peor. Lo “peor” según él es la muerte. Le digo que no: lo peor apenas viene, y no es la muerte; lo peor es el miedo animal que me invade al saber que me voy hundiendo cada día más en una dimensión violenta y extraña, sin retorno.