Editorial
La degradación de los invasores
Las denuncias conocidas en Londres por los graves maltratos aplicados golpizas, toques eléctricos, situaciones humillantes a reclutas por oficiales del ejército británico, en el contexto de "ceremonias de iniciación" o novatadas, confirma la descomposición moral de un Estado en el que se permite, solapa o alienta la tortura a sus propios efectivos, como parte de lo que considera capacitación regular para la guerra. Como ha hecho cuando se han documentado los tratos inhumanos y brutales de las tropas inglesas a los habitantes del Irak ocupado, cabe esperar que el gobierno que preside Tony Blair recurra a calificar de "casos aislados" el video y los testimonios de malos tratos. Pero a nadie escapa que las torturas y asesinatos en Abu Ghraib, Guantánamo, Afganistán y en las prisiones clandestinas que los angloestadunidenses mantienen en diversos países de Europa, Medio Oriente y Asia Central son, por el contrario, parte de una estrategia planificada, oficial y aceptada, así sea en forma vergonzante, por los gobiernos de Washington y Londres.
Lo más alarmante del caso es que algunos funcionarios de esos gobiernos notablemente el vicepresidente estadunidense, Dick Cheney defienden en público el derecho de estos regímenes a efectuar apremios físicos contra los prisioneros que mantienen en su poder. Pareciera que no sólo se busca torturar, sino presentar la tortura como práctica lícita y aceptable y como el menos peor de los males.
Otro tanto puede decirse de los tormentos practicados por oficiales británicos contra sus subordinados: uno de cada 10 efectivos de las fuerzas armadas inglesas se ha quejado de "maltrato o acoso", lo que evidencia la extensión de los abusos y explica que sean considerados permisibles y legítimos por los soldados de Gran Bretaña que participan en la ocupación de Irak.
No hay razón para sorprenderse, en consecuencia, de que el engendro gubernamental creado por los invasores angloestadunidenses en el infortunado país árabe haya fusionado las tradiciones de la dictadura pasada con lo aprendido de las tropas extranjeras y recurra, hoy en día, a la tortura regular y a los asesinatos de opositores reales o presuntos, como denunció Iyad Allawi, quien fue recientemente usado como primer ministro por las autoridades ocupantes. A decir de este ex funcionario, "muchos iraquíes son torturados o mueren durante los interrogatorios", lo que "recuerda los tiempos de Saddam".
La complicidad inglesa en el arrasamiento de Irak, y la participación de Londres en las atrocidades perpetradas por la soldadesca ocupante, colocan al gobierno de Tony Blair en un grado insoslayable de corresponsabilidad por el grave repunte internacional de violaciones a los derechos humanos en el contexto de la "guerra contra el terrorismo" emprendida por la administración de George W. Bush.
En el ámbito interno, no debe desconocerse el pronunciado deterioro de las garantías individuales. Como botón de muestra, baste con recordar el asesinato de un joven brasileño hace unos meses en el metro de Londres, cometido por policías que lo acribillaron, sin ningún motivo creíble, con balas expansivas, prohibidas incluso en las guerras.
La degradación de ambos imperios el inglés y el estadunidense es un fenómeno lógico y hasta inevitable. No se puede ejercer violencia tan despiadada como la que Bush y Blair han desatado contra los iraquíes sin que la brutalidad termine revirtiéndose contra los propios estadunidenses y británicos. Por lo demás, las masivas violaciones a los derechos humanos de iraquíes combatientes o civiles, y de los propios reclutas del Reino Unido hacen insostenible la fachada con la que el gobierno de Londres se presenta ante el mundo: la de un régimen civilizado, moderno, humanitario, democrático y respetuoso de la legalidad.