Ineficiencia y corrupción en la Plaza México
Cuando los rejoneadores de primera línea llegan a la Monumental Plaza Muerta (antes México), en las horas previas a la corrida mandan a sus representantes a que revisen el escenario donde van a actuar. Un famoso jinete, por ejemplo, entrega 100 dólares en efectivo a cada monosabio para que le arreglen el piso a la medida de sus necesidades profesionales. Esto se debe a que los caballos toreros necesitan que la arena tenga una capa de 30 centímetros de profundidad para que las patas se apoyen con solidez y no resbalen ni tropiecen.
Hace ya tres domingos, cuando debutó en el soberbio embudo de Mixcoac, la rejoneadora Julia Calviere no conocía ese pequeño secreto de la fiesta brava mexicana. No se ocupó de preparar la arena del ruedo y no envió a nadie a que lo hiciera por ella. Cuando se vio en la cara del bravísimo Cielito Lindo de Xajay, era demasiado tarde. Aunque había colocado los mejores grampones en las pezuñas de sus monturas, éstas perdieron las manos porque el ruedo estaba apretado y liso como el suelo de mosaico de una alberca seca. Por eso murió Tango, su mejor caballo.
Nacida en Francia, desarrollada en España, la pobre Julia pensaba tal vez que México formaba parte del primer mundo o que Rafael Herrerías era, al menos, un empresario responsable y celoso de su deber. Pero estaba entrando en el reino de la corrupción donde todo funciona con sobornos y estuvo a punto de morir por no saberlo.
La corrupción de la México es directamente proporcional a la ineficiencia de una empresa cuyo equipo de corraleros tarda, en promedio, 45 minutos para devolver un toro manso o inválido a la trastienda. A nadie extraña que por esa misma razón el domingo pasado los valientes caballerangos de la cuadra Zacatecas hayan demorado 11 minutos para levantar un jamelgo caído en plena suerte de varas. ¿Su tardanza obedeció a una mera torpeza o existen otras causas que alguien, por ejemplo el Gobierno del Distrito Federal, y nadie más, debe corregir?
Según el reglamento vigente en la capital del país, el peto de los caballos de pica no debe exceder los 25 kilos de peso. ¿Alguien verifica que esa obligación se cumpla? Desde luego que no. Por eso, cuando el caballo del domingo pasado se vino abajo, quienes no podían levantarlo tuvieron que retirarle el abultado blindaje de borra de algodón con más capas de tela que las cebollas porque de otro modo, en estos momentos, el pobre penco aún estaría allí.
Como era notorio, el equino había recibido una sobredosis de calmante -una práctica usual en casi todas las plazas del mundo- por lo que, además de llevar encima el equivalente a su propio peso en el peto, estaba penosa y totalmente drogado. El Ronpun, la sustancia que suele administrarse a las bestias de pica, tendría que ser aplicada en presencia del juez de callejón para que a nadie se le pase la mano. Pero exigir que la autoridad haga su trabajo, confiar en que Herrerías prepare el ruedo para rejoneadoras incautas y esperar sentado a que Venezuela ofrezca disculpas a Fox son cosas que probablemente jamás veremos.