La cubeta contemporánea
Las cuentas de vidrio para los nuevos salvajes, conocidos también como "clases populares", son las cubetas de colores. Lo saben candidatos, líderes y funcionarios, que siempre pertenecen a un partido político; también las asociaciones filantrópicas y/o de caridad hoy tan en boga.
Nada iguala en eficacia a una solemne entrega de cubetas y otras baratijas domésticas. Es vistosa y rentable; las beneficiadas lucen contentas y el dadivoso cosecha agradecimiento: su droga, su necesidad, su posible voto a favor. "Que esta gente sienta que recibió algo." Podemos ver el fenómeno en las colonias de la capital, así como en ciudades, pueblos y rancherías del país entero. Donde haya clases populares las cubetas serán bien recibidas.
No falla. Lo único malo es cuando no alcanzan para todas y surgen justas expresiones de inconformidad, que deberán acallarse rápido. Con más cubetas. Basta con mandar al chofer a que complete los materiales faltantes en la tlapalería más próxima.
No sugiero que las mujeres beneficiadas sean tontas o se contenten con espejitos. Las aborígenes de la pobreza no usarán como collar o de adorno en sus cocinas las dichosas cubetas, por lo regular de plástico y muy coloridas. La cubeta contemporánea es un utensilio de primera necesidad, y lo será más en el futuro. Si yo tuviera pulsiones empresariales pondría una fábrica de cubetas. O un almacén, y las importaría de China.
Esas lavanderas, campesinas, damnificadas, desplazadas, inmigrantes o amas de casa en el Cerro del Judío, Ixmiquilpan y Lomas Taurinas no sólo son fotogénicas, además conocen la urgencia diaria de acarrear agua de la pipa, la toma o el arroyo. A veces por más de 20 cuadras o tres kilómetros de cerro, lodazal o desierto. A lomo pelado; muy raramente en el de un burro. Las suelen auxiliar o sustituir sus hijas, por niñas que estén, y no faltará un sociólogo que identifique una expresión de los mentados "usos y costumbres". Algo hay de eso en el alto precio de vivir, beber, lavar y lavarse.
Aquí y en China. Como ahora ocurre en la provincia de Harbin, luego de la contaminación con benceno y veneno del río Songhua: las filas de mujeres con cubetas y palanganas vacías, los caseríos desalojados, las riberas podridas. Y esto por no abundar en las imágenes siempre dignas de un Pulitzer en Afganistán, Chad o la sierra huichola, donde el agua reviste una importancia de vida o muerte y el demonio se llama Sed.
La Gran Escasez no viene, ya llegó. Todos los profetas del lado bueno y el lado malo coinciden en que en el siglo XXI las guerras serán por agua, y cada vez menos por petróleo. Los gigantes tipo Coca Cola Company han emprendido su batalla definitiva "para adueñarse de los recursos hídricos del planeta" como reza el apotegma de las denuncias ambientalistas, ese pan nuestro de cada día.
Si fuera empresario comprendería que no tengo ningún chance de participar en la conquista universal de ríos, manantiales y glaciares (montañas y selvas incluídas). Las corporaciones que lo hacen son demasiado grandes, y les cubren la espalda los ejércitos más poderosos de la historia. Sólo queda aprovechar que nunca falta un roto para un descosido: donde el agua es necesaria se requieren cubetas. Señores candidatos: yo, tlapalero en potencia, les digo que estamos ante una "necesidad sentida de la población".
Evitando inoportunos tintes apocalípticos, no sugiero que se están cumpliendo novelas catastrofistas tipo La sequía (1978) de J. G. Ballard, que en un futuro mediato desbancará como lugar común a la muy actual, por aquello de la gripe aviar, La cepa de Andrómeda (1969) de Michael Crichton. Nada más señalo que cuando éramos niños a nadie se lo ocurría ir a la tienda a comprar agua (que ni la vendían) o pagar por un vaso de ella en restoranes y fondas.
Para como van las cosas, en breve el trasiego de cubetas y ollas de plástico invadirá los usos, costumbre y mañas de las clases medias, y ya veremos señoras de tacones o aún con los tubos del peinado haciendo cola por el "preciado líquido", también apellidado "vital" en nuestra jerga periodística. Las que puedan, mandarán a la criada.
Se vislumbra imposible entrar al mercado del agua. Ni siquiera en Motozintla o Puerto Morelos, tras el caótico paso de los huracanes Stan y Wilma, hay manera de que los simples mortales (o "particulares") vendamos o administremos agua. A menos que uno trabaje para las corporaciones, lo cual no necesariamente impide el éxito personal. Sin ir más lejos, en nuestro propio país llegó a presidente un empleado de los dueños del agua, y entre otras atribuciones y privilegios, él y su esposa disponen de medio millón de pesos diarios para comprarse ropa, chuchulucos y otras prendas. ¿Pagarán por el agua embotellada? Lo dudo.
El agua es vida. Poder. El apogeo de las cubetas no es un símbolo, sino un hecho cargado de futuro.