Usted está aquí: lunes 28 de noviembre de 2005 Opinión La naturaleza de la competencia

Javier Oliva Posada

La naturaleza de la competencia

El anuncio del Instituto Federal Electoral (IFE), respecto de la suspensión de actividades proselitistas para los candidatos presidenciales y sus partidos políticos, fue complementado el sábado pasado con un exhorto al Presidente de la República y su gobierno para que acate a su vez la disposición, que, de no hacerlo, incurriría lógicamente en un acto de inequidad en favor de su partido y candidato. Ambos señalamientos forman parte de la preparación de lo que será una contienda donde los partidos políticos serán uno de los actores principales, pero habrá, hay, muchos más.

La pretensión de acotar y propiciar una competencia equilibrada puede llevarnos a señalamientos absurdos y conductas persecutorias. Así, nos movemos lentamente hacia un escenario donde la reglamentación y sus excesos intentarán suplir sin éxito la responsabilidad y la noción que los participantes deben tener de lo que es la búsqueda del voto. Por más reglas, acuerdos, exhortos, leyes que se procuren y firmen no tendrán posibilidad de éxito en tanto los contendientes busquen con afán las formas de evadir, disfrazar, simular o desvirtuar sus actos de campaña. En el estricto sentido de que la actividad política es puesta en práctica por ciudadanos con méritos suficientes para atreverse a dirigir y organizar el destino de la comunidad es que se reclaman políticos con sentido de la responsabilidad y apego a la ley.

Y no es asunto de ahora la necesidad de la relación entre la ética y el quehacer político. Los llamados del IFE para suspender las actividades del 11 de diciembre al 18 de enero harán de éstos días propicios para observar qué tanta disposición y acatamiento hay de los partidos políticos y sus candidatos; eso será evidencia de lo que podemos esperar una vez que sus propuestas electorales se conviertan en políticas públicas. Si se atiende a la experiencia más reciente en la relación de conducta entre el candidato y el Presidente de la República, Vicente Fox fue congruente en cuanto a guiarse por la circunstancia, las encuestas y las ocurrencias.

La etapa de fin de año es propicia para reflexionar con sensatez y madurez respecto del necesario balance que reclaman nuestros pensamientos y acciones. De forma análoga, los candidatos presidenciales y sus equipos tendrán la última oportunidad para reflexionar sin la presión del tiempo ni las intensas actividades de la campaña en torno a sus recursos ideológicos y políticos para promover su imagen y oferta de gobierno. Es de esperar que aprovechen esa opción. Después del 18 de enero, los ritmos, las agendas, los eventos, se darán en tal número que el espacio para la evaluación a fondo será muy escaso.

La democracia mexicana, además de leyes e instituciones, reclama de los actores acciones y actitudes que en los hechos reflejen el compromiso con un proyecto y con la viabilidad del país. Porque tener normas y reglamentos no garantiza en absoluto el respeto a los mismos, el proceder imparcial, equitativo y transparente reclama personalidades identificadas con esas características de la democracia en México y cualquier parte del mundo en donde la competencia electoral se basa en las ideas. Cuando los ataques y las descalificaciones son eje de cualquier contienda, por alguna extraña razón, tarde o temprano, se vuelven en contra de su promotor. Así ha pasado muchas veces en la historia contemporánea. Un caso reciente y visible, la campaña desatada por el equipo de George W. Bush contra el candidato demócrata John Kerry. O más cerca aún, la dirigida contra Angela Merkel en Alemania.

Las evidencias de que la sociedad tiene elementos propios y no sólo los que le acercan los medios de comunicación para definir sus prioridades, deben ser considerados como un renglón clave en las campañas y es allí donde los prestigios y la conducta pública adquieren relevancia.

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