Usted está aquí: lunes 28 de noviembre de 2005 Opinión Sin ti... ¿no podría vivir jamás?

Armando Labra M.

Sin ti... ¿no podría vivir jamás?

A casi 15 días después de varias tortuosas jornadas legislativas y de la aprobación del dictamen correspondiente, aún no sale publicado el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2006, aparentemente porque aún no se resuelve el caso del IMSS, lo cual, según algunos, podría derivar en nueva controversia constitucional a iniciativa del Ejecutivo. Ojalá y no, pero existen otras consideraciones de mayor importancia que vale la pena compartir.

Una de fondo. En ninguna democracia sobreviviría un gobierno que plantea un presupuesto público menor al del año anterior. ¿Qué pasaría en Francia, España, Estados Unidos, Suecia, si a sus gobernantes se les ocurriese proponer gastar menos, desatendiendo destacadamente los sectores sociales? Se caerían, punto. Claro que un gobierno más caído que el que ya tenemos sería difícil de imaginar y quizás eso explique que, a pesar de las cifras que siguen, no se cimbre la cima política del país.

Para el ya cercano 2006 los diputados aprobaron un presupuesto de un billón 973 mil 500 pesos, superior en 92 mil millones al proyecto enviado por el gobierno foxista. Aun con tal aumento, el presupuesto anual entrante, en términos reales, resulta uno por ciento inferior al que, según la Secretaría de Hacienda, se ejercerá este año. En consecuencia, respecto al PIB, el gasto federal disminuirá de 23.4 a 22.4 por ciento .

El presupuesto se aplica a gastos no programables, es decir, que no se pueden modificar, como el servicio de la deuda pública, y a gastos programables, que son aquellos destinados a las tareas de gobierno. El gasto programable es el que afecta a las entidades federales, estatales municipales en los renglones tradicionales de salud, comunicaciones, educación, etcétera. Este gasto programable decrece, en términos reales, en 3.2 por ciento respecto al ejercicio previsto para 2005 y de esa manera su participación respecto al PIB disminuye de 17.1 a 16 por ciento el año entrante.

Para muestra basta un botonzote: la educación. Se prevé un gasto educativo de 327 mil 158 millones de pesos en 2006, que, aunque es un monto mayor en más de 13 mil millones al que propuso el Ejecutivo, en términos reales viene a ser menor en 1.3 por ciento comparado con el ejercicio de 2005. De esta manera, como proporción del PIB, el gasto público total en educación decae de 3.9 por ciento en 2005 a 3.7 por ciento en 2006. Y eso que se dice que la educación es la prioridad.

En el caso de la educación superior la situación empeora a pesar de los discursos y las batallas de muchos legisladores conscientes. Las universidades pidieron un aumento al proyecto de presupuesto equivalente a casi 12 mil millones de pesos, de los cuales fueron aprobados 6 mil 820, monto que se compara con más de 8 mil millones adicionados obtenidos como subsidio extraordinario el presente año, escamoteados a las universidades públicas estatales, las más pobres, durante a la célebre controversia constitucional.

Como sea, el presupuesto total para la educación superior en universidades públicas para 2006 asciende a 50 mil 812 millones de pesos, monto que si bien es 15 por ciento superior al proyecto original del Ejecutivo, viene a ser realmente inferior en 4.5 por ciento frente al ejercido este año. De tal forma que, como proporción del PIB, el gasto federal en educación superior decae de 0.63 a 0.58 por ciento, ubicándose no sólo al más bajo nivel de la presente administración, sino comparable al que se tenía en 1995. Retrocedimos una década. En materia de ciencia y tecnología se gastarán en 2006 unos 30 mil 600 millones de pesos, 3 por ciento menos que este año, en términos reales, y con ello, como proporción del PIB se cae de 0.37 a 0.35 por ciento. Y lo mismo: son datos que nos regresan al nivel de 1995. Piense en lo que esto significa.

Las cifras frías revelan la derrota de los planes de gobierno en todos los órdenes sustantivos. Pero eso sería lo de menos. Es habitual que no se cumplan los criterios de política económica y sus metas en México. Lo que en realidad estamos contemplando es un presupuesto recesionario en tiempos en que todas las estimaciones económicas mundiales son poco alentadoras y exigirían, en nuestro país, un redoblado esfuerzo para crecer y compensar lo que viene, a la vuelta de la esquina, y a largo plazo.

El Banco Mundial (BM) prevé que el volumen de comercio estadunidense decrezca a partir del año entrante, de 3.4 por ciento que aumentó en 2005, a 3.0 y 2.4 por ciento en los dos años próximos, y que su actividad económica se mantenga creciendo al nivel presente (3.5 por ciento), lo cual, como podemos deducir, es mala noticia para nosotros. La economía latinoamericana, que creció en 4.6 por ciento este año, decaerá, según el BM, a ritmos de 3.9 y 3.6 por ciento en los próximos dos años. Y ya sabemos que nosotros no rebasamos esas tasas de crecimiento.

La política económica impuesta en México no tiene por qué ser suicida, pero lo es. Podríamos vivir, y bien, sin ella. Sus presupuestos revelan no sólo ineficiencia, sino miopía de cara al entorno mundial, pero más aún frente a las demandas económicas, políticas y sociales siempre pospuestas de una nación que reclama soluciones mientras su gobierno le ofrece dogmas. Presupuestos que implican sacrificios innecesarios para la población con el peregrino, servil y ominoso fin de congraciarnos con países e instituciones que hacen lo opuesto a lo que nos imponen. Así, y con un presupuesto negativo en verdad, no se entiende cómo sobrevive un gobierno. No en una democracia. ¿La respuesta estará en las urnas y después? Es posible.

 
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