La demagogia de libre comercio
La sociedad en la teoría clásica de Adam Smith es la articulación de grupos sociales con diversas formas de trabajo. Esas integran el trabajo social. Sociedad y división del trabajo social aluden a una misma y única realidad, siempre cambiante. Más aún, sólo una continua y creciente división del trabajo permitirá acrecentar la producción de los bienes y servicios necesarios, convenientes o gratos para la sociedad. Y, en consecuencia, el bienestar social. Ser rico o ser pobre depende del grado en que se pueda gozar de esos bienes, es decir, de las diversas formas del trabajo social. Tres son las circunstancias clásicas que permiten y alientan el cambio del trabajo social: 1) mayor destreza de los operarios por la constante simplificación de sus actividades; 2) máximo ahorro de tiempo laboral por la división de esas mismas actividades; 3) creciente innovación técnica hecha posible por la concentración de los operarios en actividades simples y específicas. Estas tres circunstancias permiten mejorar la calidad de los bienes y reducir su costo.
Por eso, según el soñador de la riqueza de las naciones, las múltiples y continuamente modificables formas del trabajo social global suponen una división que se asocia -en ese y en cada momento- a una mayor productividad, a más bienes y servicios útiles para la sociedad por tiempo de trabajo. Sin embargo, el acceso a estos bienes sólo se logra mediante el comercio, accediendo al trabajo ajeno, puesto que el trabajo propio resulta insuficiente para el bienestar propio. Así, para el padre del libre comercio, trabajo y comercio (estructura laboral y estructura mercantil) guardan una relación no sólo estrecha, sino única. Biunívoca. Indisoluble. Precisamente por eso -advierte- la división del trabajo estará limitada por la extensión del mercado. Y éste por aquella, pues en el mercado se reconoce y validan no sólo las diversas formas del trabajo social a través de sus productos, sino el tiempo de trabajo destinado a cada una de ellas.
Pero, lamentablemente siempre ex-post. Nunca ex-ante. Y hay que decir lamentablemente porque el "bondadoso" comercio también termina siendo, "malicioso y terribles" con tipos de trabajo, de producto, y tiempos dedicados a ellos. De aquí la contradicción entre producción y comercio, entre división del trabajo y mercado. De aquí la posibilidad de crisis no vista con nitidez por el mismo Smith. Lo cierto, entonces, es que tipo, calidad y cantidad de trabajo se aceptan, reconocen y validan en el mercado. No antes. Y la configuración específica y extensión del mercado estarán limitadas por las formas y características que asuma, en cada momento, la división social del trabajo, en sus dimensiones interna y externa.
Internamente a cada esfera, la división del trabajo exige el reconocimiento en el mercado de la mayor o menor simplicidad con la que se hace cada una de las actividades laborales. Y externamente a cada esfera, la división del trabajo exige el reconocimiento del tipo de trabajo desarrollado y de la cantidad de tiempo gastado.
El comercio, la concurrencia, la circulación o el mercado (como conceptualmente se elija decir) está ahí para ese doble reconocimiento. Para reconocer la utilidad de cada bien y el tiempo de trabajo social dedicado a su producción, reconocimiento que siempre se da frente a otro bien, proveniente de otra forma y de otro tiempo de trabajo. Por eso el comercio pasa por un proceso -muchas veces violento y dramático- de lo que Smith llama ajuste de diferencias y heterogeneidades.
Se trata de un ajuste que es condición de la marcha económica y social, condición del bienestar, y que termina expresándose en una relación cuantitativa determinada de intercambio, monetariamente expresada en los precios. Naturales cuando corresponden a los tiempos incorporados. De mercado cuando se desvía -al alza o a la baja- de esos precios naturales, con todas sus consecuencias. Formas y tiempos de trabajo individuales quedan borrados en una concurrencia, en un libre comercio homogeneizador. ¿Con quién se homogeneiza? Con el más eficiente o con el más fuerte, no siempre el más eficiente y, menos aún, el más honesto. Y esto porque atrás del libre comercio está una no tan libre división del trabajo. No tan libre porque depende -evidentemente- de los niveles alcanzados de destreza, ahorro de tiempo e innovación tecnológica alcanzados por los concurrentes. Y a nivel del mercado mundial, y por muchas -muchísimas razones- esos niveles difieren radicalmente. Y tardan en ajustarse realmente, aunque artificial y violentamente se ajustan a diario. ¿Cómo? De ordinario intensificando los procesos de trabajo y con salarios bajos. O refugiándose en los mercados regionales. O en los mercados locales. Y es que no todos los procesos productivos son capaces de concurrir a estos tres ámbitos de competencia que, efectivamente, tienden a convertirse en uno sólo con la creciente apertura.
¿Por qué no concurren? Por muchas razones, entre ellas y de manera primordial las que tienen que ver con asimetrías seculares: técnicas, sociales, organizativas. El Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA) es uno de esos intentos globalizadores que tiende a integrar en uno solo los mercados local y regional. Pero, en los hechos -las más de las veces por mala fe- se ignoran nuestras heterogeneidades desventajosas, no sólo respecto de Estados Unidos, sino aun entre nosotros mismos en América Latina. Y se cree o, al menos se dice, que ese mismo comercio resolverá bondadosamente diferencias y heterogeneidades. Sí, sin duda, pero nunca con bondad y aprecio. Siempre dramáticamente y con violencia, como puede dar razón nuestro acuerdo de libre comercio con Canadá y Estados Unidos en el que -obviamente- los débiles han sido destrozados, ignorados y borrados. Ni más ni menos.