La orfebrería en El Quijote
Tomás y Estruch publicó en 1905, (en una revista catalana sobre literatura y bellas artes) un interesante escrito que versa sobre la orfebrería en la composición y redacción del Quijote. Se inicia con una deliciosa escena. Tras haber degustado Don Quijote suculento banquete, de pronto el ingenioso hidalgo es sometido a remojo, que entre jabonaduras y manoseos, amén de limpia de las barbas a manos de cuatro doncellas, Cervantes describe de la siguiente manera:
''Llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata, y la otra con un aguamanil asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas -acaso alemanas- al hombro, la cuarta descubriendo los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos (que sin duda eran blancas), una redonda pella de jabón napolitano. Llenó la de la fuente, y, con gentil donaire y desenvoltura, encajó la fuente debajo de la barba de Don Quijote; el cual, sin hablar palabras, admirado de semejante ceremonia, creyó que debía ser usanza de aquella tierra, en lugar de las manos lavar las barbas; y así tendió la suya todo cuanto pudo, y, al mismo punto comenzó a llover el aguamanil y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha fuerza, levantando copos de nieve -que no eran menos blancas las jabonaduras- no sólo por las barbas, más por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero; tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza. El Duque y la Duquesa, que de nada de esto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil que fuese por ella, que el señor Don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó Don Quijote con la más extraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar. Mirábanle todos los que presentes estaban, que eran muchos y como le veían con media vara de cuello, más que medianamente moreno, los ojos cerrados y las barbas llenas de jabón, fue gran maravilla y mucha discreción poder disimular la risa; las doncellas de la burla, tenían los ojos bajos, sin osar mirar a sus señores; a ellos les retozaba la cólera y la risa en el cuerpo, y no sabían a qué acudir: ó a castigar el atrevimiento de las muchachas, ó a darles premio por el gusto de ver a Don Quijote de aquella suerte".
Para Tomás y Estruch esta guisa halla su fundamento en la exageración, llevada a lo grotesco, de una costumbre (uso del aguamanil) de la Edad Media y del Renacimiento que se prolongó hasta finales del siglo XVII y que prácticamente desapareció debido a la aparición del tenedor de mesa.
Aparecido éste, cayó en desuso el empleo del lavamanos al levantar los manteles. Debido al auge del uso de utensilios para el empleo doméstico que fue sofisticándose progresivamente, la platería tuvo un gran desarrollo, coincidiendo con el Renacimiento, época de transformación y florecimiento en toda Europa, que fue favorable a la vida social, los placeres, la ostentación y el lujo, íntimamente relacionado con las riquezas que derivaron de los descubrimientos y conquistas de América y Asia Oriental.
Este enigmático pasaje del Quijote sirve al escritor catalán para hacer una interesante reflexión que lo lleva a un análisis social, económico y hasta político de la época. Pero hay en dicho pasaje, entre líneas, otras posibles lecturas latentes y baste, como ejemplo, enfocar los sentidos al famoso aguamanil. Objeto de uso profano en el que se inscriben desde la costumbre hasta el ritual religioso, desde lo grotesco a lo sofisticado, la limpieza o la sordidez, el halago o el escarnio, la riqueza y el poder de los usuarios y tras de ello el sufrimiento y el sometimiento de los conquistados y colonizados, etcétera. Aguamanil, objeto que, como todo El Quijote es lectura y escritura enigmática, espejo de doble faz y lenguaje abierto a significaciones múltiples; siempre invitándonos a descifrar ''gestos" y enigmas.