El mensajero
La lucha que viene es la buena: la de veras. Es la que pondrá a prueba de qué están hechos los partidos y los candidatos. Es la que más nos importa a los mexicanos. En el imaginario colectivo y en la realidad social, dos proyectos están en juego: de un lado el que representan Calderón y Madrazo, y del otro el que encabeza López Obrador.
Ante el desgaste de los años en el poder, la crispación y el escándalo de sus principales figuras, el PRI llega a la contienda electoral en clara desventaja frente a sus adversarios.
Después de casi un sexenio errático y desgastado, el PAN toma aire mediante un proceso interno donde quien gana no es el candidato oficial del Presidente. Sus primeras propuestas de continuidad con los proyectos de Salinas, Zedillo y Fox producen algarabía entre el alto empresariado mexicano y trasnacional. La oligarquía mexicana, al estilo de El Padrino, a través del periódico Reforma envía un mensaje a Madrazo: "El bueno es Calderón, no tú". Se lo dicen mediante una "encuesta" (sic) que disfraza el mensaje. La lana, la marmaja, la pachocha, va a estar con Calderón; Madrazo sólo tiene a la nomenklatura priísta.
Del otro lado están la mayoría, los más, que siempre son los que menos tienen. Los que por lo anterior nada tienen que perder y todo por ganar, quienes ven en López Obrador la posibilidad de un cambio, la esperanza por modificar su injusta realidad. Los más llenan las plazas, discuten, se defienden y ahora se muestran dispuestos a votar. Los que votan, se sabe, hacen la diferencia.
El enorme reto de López Obrador es poder construir una plataforma y una conducción política capaces de dirigir la batalla que viene ante unos adversarios, dueños del arsenal de recursos que han acumulado durante décadas de expoliación del patrimonio nacional. Su actuación será descarnada, inmisericorde, cínica y cruel. No es nada fácil deponer los privilegios acumulados durante décadas.
En esta batalla cualquier error tendrá consecuencias funestas. La contienda interna del PRD en el Distrito Federal deberá procesarse en forma impecable. De no ser así, el PRD quizá podrá seguir gobernando la capital, pero no el país. De ese tamaño es su responsabilidad, así que más vale que se pongan de acuerdo, porque de lo contrario millones de luchadores sociales del país se lo reclamarán (con justificada razón).
Acción Nacional se ha reagrupado en torno a un complaciente Calderón comprometido con singular alegría a seguir entregando las riquezas mexicanas, dignidad y territorio nacional al capital globalizado. Su discurso es el mismo de los tres presidentes anteriores. No cambia un ápice. El empresariado, acostumbrado a esquilmar los recursos públicos, está de plácemes con la idea de que Calderón continúe en la ruta Salinas-Zedillo-Fox.
Su "avance en las encuestas" es resultado de una campaña publicitaria intensa, mediante el derroche de recursos, cuyo origen de desconoce, acompañada de otra campaña publicitaria paralela financiada con el erario, donde Fox pretende convencernos con la peregrina idea de que "México ya cambió".
El despilfarro es brutal. De todo se vale para pretender esconder debajo de la alfombra, sin éxito aparente, los yerros gubernamentales. Sin embargo, la percepción de la mayoría, a pesar de tanto dinero invertido, apenas bordea el límite del voto duro panista. Su algarabía del mercadeo electoral finge desconocer que en la República del Espot López Obrador aún no hace uso de ellos, y que abajo, en el México del que se olvidaron, está la simiente y el fermento del cambio social que se avecina.
Los consejeros del IFE agradecen a sus padrinos, el apoyo recibido para su nombramiento y conminan a los partidos a realizar una tregua a las campañas electorales en la etapa navideña, pero dejan suelto a Fox con una campaña mamila, de frases repetitivas y machaconas, para convencernos de que no ha regado tanto el tepache y así apuntalar al candidato de su partido.
Ante esta realidad no basta tener la razón hay que tener la capacidad de elaborar la agenda de la contienda y sus diversas variantes. El periodo de acumulación de fuerzas requiere de la mayor de las voluntades y de una humildad precisa para construir alianzas formales y de facto con quienes hemos luchado desde diferentes trincheras por los mismos anhelos.
Los certificados de buena conducta no existen; sólo prevalecen los compromisos y el esfuerzo por reconstruir el país. En esta lucha tratémonos como compañeros de ruta; la sumisión se quedó en los viejos moldes de la política mexicana. No puede ser racional quien reclama incondicionalidad, quien filtra su hígado en las columnas políticas o quien no es consecuente en su actuar con su discurso.
La lucha que se avecina, es decir, en la que todos estamos en medio, reclama la mejor de nuestras actitudes para encararla, con nuestros ánimos al alza e inteligencia. Enfrentar a la derecha mexicana requiere mayor imaginación de la que se ha demostrado hasta hoy. El esfuerzo debe ser colectivo y en todos los rincones del país.
La incorporación de todos los cuadros que han participado en las luchas sociales del país es hoy un imperativo. Debemos producir una práctica política que siga siendo democrática, pero que al mismo tiempo sea efectiva, contundente, creativa y convincente.