Diplomacia, no confrontación
Cómo se extraña la tradición diplomática del Estado mexicano en el absurdo e innecesario diferendo, que ya derivó en virtual ruptura de relaciones, a nivel de encargados de negocios, entre México y Venezuela, dos pueblos hermanos. Hace falta visión de estadista, fraternidad y civilidad en las partes. Hace falta revisar una historia plena de esfuerzos conjuntos, nada que ver con estos juegos de pirotecnia verbal, para ubicar el tamaño del dislate. Pasamos de Contadora y la solidaridad latinoamericana para proveer de energéticos a los más vulnerables a un compendio de denuestos.
En lo que a nosotros toca, pasamos del liderazgo moral en el continente, compartido con Brasil, a una parte beligerante más. De una voz privilegiada y diferente en los conflictos, a ser parte de ellos mismos.
Se han violado los principios elementales de la prestigiada tradición diplomática de México. Para empezar, la regla de oro de la no intervención. También la de la cooperación para el desarrollo. Las formas elevadas de convivencia internacional, en todo caso. La urbanidad, para no hacer de las naturales diferencias de posiciones injurias personales.
Lo más grave, desde luego, son las ofensas al país y a su principal representante. No podemos tolerarlas. La Presidencia de la República es una institución toral del andamiaje que sostiene a la nación. Es mucho más que quienes la encabezan sexenalmente. Tenemos que preservarla, no envilecerla. Nadie tiene derecho a vilipendiarla, mucho menos desde el exterior. Ahí no se puede transigir. No por xenofobia, sino por defensa del patrimonio común de los mexicanos.
Eso no significa convalidar errores y desatinos diplomáticos. En realidad, todo está mal desde el principio. Cuando se debiera estar debatiendo el tema de fondo, la necesidad de suscribir o no un acuerdo continental de libre comercio, bajo el nombre que sea, ALCA u otro, o quedarse anclado en los mercados regionales, norte de un lado, sur del otro, la discusión desembocó en un duelo de descalificaciones recíprocas. Los adjetivos ocuparon el lugar de los conceptos. Qué pena.
Lo medular debiera ser definir en qué condiciones nos insertamos los americanos, y en especial los latinoamericanos, en la globalidad inexorable que vive el mundo. Marcar las reglas, no ser embestidos por otro. Construir acuerdos, no recoger los saldos. Ser sujetos, no objetos, de una dinámica inevitable.
El diálogo debe ser la premisa de esa construcción de nuevas reglas para transitar el siglo XXI. La otra opción es ver desfilar a los vencedores. Ver cómo despegan otras regiones, como el sudeste asiático y el oriente, en particular China, que ya es una potencia económica mundial, por el volumen de sus exportaciones, que paulatinamente desplazan a las mexicanas de los principales mercados, como Estados Unidos.
Finalmente, no hay incompatibilidad de planteamientos. El Mercosur puede mantenerse y aun fortalecerse. Pero al mismo tiempo puede discutirse la conveniencia de abrir un mercado común para todo el continente, como ya ocurre en Europa y otras latitudes. El tema no debe ser tabú ni materia de fundamentalismos. Tiene años que viene debatiéndose en México, con distintos esquemas y contenidos, aun por figuras prominentes y prestigiadas de la izquierda, como Cuauhtémoc Cárdenas.
No hay que temer al libre mercado. Sí a los términos desiguales y parciales en que se suscriben. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, por ejemplo, ha potenciado las exportaciones de México y ha obligado a modernizar la planta productiva nacional. Pero sus bondades serían mayores, y menores sus efectos negativos, si hubiera contemplado una cláusula avanzada de asimetría, como la Unión Europea. Mayores serían sus saldos positivos también si hubiera incluido el libre tránsito de personas, no sólo el libre tráfico de mercancías y servicios, como allá.
El diálogo y el debate de conceptos sirven para definir los términos de la inserción del continente en la ineludible competencia mundial. Asia y Europa están revisando fórmulas para ganar mercados y elevar las condiciones de vida de sus pueblos.
Pero qué lejos estamos de eso en la coyuntura latinoamericana. En lugar de analizar escenarios de costo-beneficio en los distintos planteamientos, acuerdo continental o acuerdos regionales, los gobiernos de México y Venezuela se desgastan en ver quién da el primer paso. Quién extiende la mano.
Es cierto que la disculpa del gobierno de Venezuela por las injurias proferidas es indispensable, pero qué mal que se precise la intervención de otros gobiernos para allanar el camino. Un esfuerzo de conciliación de las partes debiera ser suficiente. Elevar la mirada.
Ojalá que no se prolongue este artificial conflicto y se normalicen las relaciones diplomáticas. Por ambos países, no sólo por sus gobiernos. Urge dar el siguiente paso, que debió ser el primero. Abrir el debate en cada nación sobre la conveniencia o no de abrir un mercado común de comercio para todo el continente o seguimos contemplando lo que hacen otros bloques económicos.
La respuesta, en todo caso, no debe ser postergar las decisiones. Tampoco quedarse instalado en los diferendos y los duelos de vanidades. El sentido de oportunidad es definitivo. Reivindiquemos la diplomacia mexicana y llamemos a este debate. No por mandato de nadie, sino por decisión soberana de México.