Usted está aquí: jueves 24 de noviembre de 2005 Opinión Vuelta a la derecha

Adolfo Sánchez Rebolledo

Vuelta a la derecha

El gran cambio, con mayúsculas, prometido por Vicente Fox no se produjo. Más bien, el sexenio de la alternancia siguió las inercias que ya estaban presentes en la coyuntura del año 2000, así no se reconocieran todos sus signos: la preminencia de los medios como modeladores de la conciencia social, la concentración del poder en una elite divorciada de la ciudadanía, el culto al mercado y el temor clasista a la pobreza, el respeto sagrado al equilibrio macroeconómico, la ausencia de cualquier equivalente de proyecto cultural, la asunción de la democracia con minúsculas, en fin, la falta de una visión de futuro atada a la negación mesiánica del pasado siempre en tinieblas.

Sin embargo, el foxismo ha conseguido concretar un cambio fundamental en un terreno históricamente minado: el de las relaciones con la Iglesia católica. Allí, la rectificación iniciada por Carlos Salinas de Gortari ha dado pasos de gigante. Ningún presidente mexicano había dado tantas pruebas de obsecuencia hacia una institución que combatió desde el comienzo al Estado surgido de la Revolución Mexicana, como lo ha hecho Vicente Fox.

No hablamos de las creencias personales del Ejecutivo o sus secretarios más próximos, sino de la institución presidencial y, en definitiva, del Estado, ante la más poderosa de las congregaciones religiosas del país. Contra lo que suele afirmarse, el tema de fondo no es la libertad religiosa de los funcionarios, ampliamente protegida por la Constitución, sino el laicismo concebido como verdadera -no simulada- separación entre Estado y religión. La presencia del secretario de Gobernación en un acto de celebración cristera no es, como se dice, mera expresión de fe individual, por cuanto la misa realizada en el estadio Jalisco fue un acto público claramente destinado a cumplir, más allá de sus funciones religiosas, con una finalidad grata a la derecha: oponer al mundo creado por la secularización y el laicismo la opción conservada por la "iglesia del silencio", a la que hizo referencia la jerarquía antes de la primera visita papal y de la que paralelamente obtienen Fox y el panismo la visión negativa de la historia mexicana.

Casi al mismo tiempo que en Guadalajara se beatificaba a los cristeros, en México se presentaba el Compendio de doctrina social, obra magna donde se pretenden sistematizar los puntos de vista expresados por la Iglesia católica para comprender y enfrentar los problemas planteados por la sociedad moderna. Allí también estuvo el Presidente y, además de la fórmula de cortesía protocolaria, tomó la palabra para hacer un elogio de la aportación del pensamiento religioso: "Necesitamos de una poderosa ofensiva de espiritualidad, y una intensísima promoción de valores universales; centrar nuestra atención en la persona, en su dignidad, en el bien común". Sin duda, el compendio merece ser estudiado con respeto y rigor, pero es increíble que el Presidente diga, sin inmutarse, que el texto será una "gran guía" y que las "iglesias ecuménicas son el gran aliado" para ganar la batalla al terrorismo, la injusticia, la pobreza y la violación a los derechos humanos", siguiendo así el ejemplo de otros gobernantes que, desafortunadamente, se empeñan en mezclar la religión con la política. No extrañe, pues, que mañana la Iglesia pida la inclusión de la religión en la enseñanza pública o el derecho a marcar con sus propios signos religiosos otros espacios ciudadanos, o que algún candidato reciba por ahí algo más que bendiciones en su parroquia. En definitiva, pasado por este tamiz político religioso, el laicismo queda reducido a una división administrativa entre profesos de la misma creencia, es decir, a la reiteración oportunista, pero inocua, de subrayar que los negocios de Dios y los del césar no se juntan, aunque nuestros gobernantes (y algún entusiasta candidato) olviden el significado de la expresión. Al parecer, a los partidos no confesionales tampoco les importa demasiado defender el laicismo, sin ver que la Iglesia católica ya tiene candidato y no dejará de hacer lo que pueda para asegurar la continuidad del panismo en el gobierno, mal que le pesen sus torpezas.

Con todo, las palabras presidenciales sonaron con un ruido extraño en la cabeza de algunos prelados que, al igual que monseñor Rivera, se adelantaron a decir que la Iglesia sólo busca "hacer política en un sentido más amplio, o sea, la política que mira al bien común y a la sociedad". A estas alturas, la derecha puede sentirse satisfecha con sus logros. El país no.

 
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