Usted está aquí: jueves 24 de noviembre de 2005 Opinión Disturbios en les banlieues

Miguel Marín Bosch *

Disturbios en les banlieues

Hace más de 40 años visité las oficinas de un renombrado abogado catalán en Barcelona. Mientras esperaba que me recibiera, su secretaria me preguntó de dónde venía; le respondí que era mexicano, pero que estaba estudiando en una universidad estadunidense.

Ah, me dijo, sin duda me podrá explicar lo que está pasando en Estados Unidos con el problema de los negros.

Estados Unidos estaba en plena efervescencia política y social. Eran los años de la lucha por los "derechos civiles" y hubo un sinnúmero de incidentes abiertamente racistas. Le dije a mi interlocutora que a veces el racismo aflora cuando un grupo étnico empieza a hacer los trabajos que los demás rehuyen.

Es, le dije, algo parecido a lo que está ocurriendo ahora en Cataluña con la llegada de mano de obra barata proveniente de Galicia y Andalucía.

-¡Qué me está diciendo! -exclamó la secretaria-, lo que padecemos aquí es una invasión de charnegos, un grupo de infrahumanos que, sin duda, acabará por destruir nuestra sociedad catalana.

-Señora -le dije-, me acaba de dar la respuesta a su pregunta.

Décadas más tarde, con la llegada a España de grupos marroquíes, senegaleses y otros, la segunda generación de esos charnegos de Cataluña (y otras partes de España más avanzadas económicamente) de los años 60 empezó a despotricar en contra de esos inmigrantes "infrahumanos". ¿Curioso? Creo que no tanto.

Lo que ocurrió en las afueras de París (les banlieues) es, a mi modo de ver, muy distinto de lo antes descrito. Aquí no se trata de competir por trabajos que otros no quieren hacer. Simplemente no hay trabajo, y la tasa de desempleo entre ciudadanos franceses adolescentes y de origen magrebí, así como subsahariano, es el triple de los demás. Eso ha sido el principal (pero no único) detonador de la ola de disturbios, los peores en 40 años (y el primer toque de queda en 50). La chispa que prendió la hoguera fue la muerte de dos jóvenes, accidentalmente electrocutados en una subestación eléctrica en el suburbio parisino de Clichy-sous-Bois, cuando pretendían esconderse de la policía. Como ese barrio hay unos 700 en Francia, en los que viven 5 millones de personas, 8 por ciento de la población.

Sin duda los franceses amanecieron un tanto desconcertados el 28 de octubre, al día siguiente de los disturbios, que pronto se esparcieron a otros suburbios de París y a otras ciudades de Francia y Europa. Durante las siguientes semanas se incendiaron miles de automóviles y se saquearon centenares de tiendas y otros negocios.

En su editorial del pasado 5 de noviembre, Le Monde señaló, bajo el título "Modestia y ambición", que Francia no es el único país europeo con suburbios que se han convertido en guetos étnicos. Pero -agrega el periódico- "nos duele mucho que, siendo la cuna de los derechos humanos y el santuario de un modelo social generoso, Francia no haya podido ofrecer condiciones de vida dignas a esos jóvenes franceses, nietos de aquellos inmigrantes que tanto contribuyeron a la construcción de un país moderno. Lo único que queda en el horizonte a esos adolescentes -concluye el editorial- es el desempleo, la regresión tribal, el racismo".

Ya en 1990, François Mitterrand los había descrito en una de sus frases célebres: ¿Qué puede esperar un ser joven que nace en un barrio sin alma, que vive en un edificio feo, rodeado de otras cosas feas, con paredes grises en un paisaje gris para una vida gris, rodeado de una sociedad que prefiere desviar la mirada y no intervenir hasta que él se ha enojado?

Lo ocurrido en Francia podría ser el síntoma de una profunda convulsión social en la Europa de mañana. Ya vimos como reaccionaron algunos sectores de la población al posible ingreso de Turquía a la Unión Europea. Pero también es un ejemplo de los errores del gobierno en materia de atención a los grupos marginados.

A raíz de los daños ocasionados por el huracán Katrina, sin duda hubo muchos franceses que observaron, con fascinación malévola, la presencia en Nueva Orleáns de una subclase social compuesta mayoritariamente por estadunidenses negros que fueron filmados saqueando tiendas y desafiando a la policía. Ahora resulta que Francia tiene su propia subclase social capaz de excesos parecidos.

En los últimos años del siglo pasado, el tema de los inmigrantes ocupó un lugar importante en los debates políticos en Francia. El Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen obtuvo muchos votos con su discurso de ultraderecha y antinmigrante. Si bien no ha logrado recuperar el nivel de popularidad que registró en las elecciones presidenciales de 2002, ahora Le Pen insiste en que él había vaticinado que ocurriría algo parecido a los disturbios recientes. Y aconseja que se retire la ciudadanía francesa a los manifestantes.

Por su parte, el gobierno del presidente Jacques Chirac ha endurecido su discurso. El ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, reconocido antinmigrante que se opone al ingreso de Turquía a la Unión Europea, ha encabezado la línea dura e, inclusive, ha pedido la expulsión de Francia de todo manifestante extranjero. Hijo de inmigrantes húngaros y precandidato a la presidencia, Sarkozy sigue subiendo en las encuestas. En efecto, el tema de los inmigrantes ya ha secuestrado el debate político con miras a las elecciones de 2007. Y la pregunta que se hacen muchos franceses es: ¿quién es francés? En una entrevista, un ciudadano francés de origen senegalés decía que había vivido toda su vida en Francia, casado con una francesa, pero sabía bien que muchos de sus compatriotas no lo consideraban francés.

Hace escasos años, Francia ofrecía al mundo una imagen de armonía social y étnica. Y lo hizo en parte a través de sus triunfos en los campeonatos de futbol, a nivel mundial y europeo. Bastaba con escuchar los nombres y apellidos y ver las caras de los integrantes de los Bleus. Ahora la imagen es muy distinta.

*Director del Instituto Matías Romero y ex subsecretario de Relaciones Exteriores

 
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