EU promueve el aislamiento de Uzbekistán tras retirar a sus tropas de esa república
Frágiles alianzas mantienen el equilibrio geopolítico en el espacio post-soviético
Moscú, 22 de noviembre. Los equilibrios geopolíticos en Asia central, en constante recomposición en el flanco meridional de Rusia desde que se desintegró la Unión Soviética en 1991, penden del hilo de las frágiles alianzas que establecen los gobernantes de los países de la región para salvar sus regímenes autoritarios.
Esta hipótesis preocupa a los analistas locales que no comparten la euforia del Kremlin por el reciente cierre de la base aérea de Estados Unidos en Hanabad, Uzbekistán, el cual dio por concluida en forma por demás abrupta la "cooperación militar" entre Tashkent y Washington.
Por las circunstancias que llevaron a la ruptura, no son pocos los que se preguntan aquí cuánto tiempo durará Moscú en el papel de nuevo "aliado estratégico" del cuestionado mandatario uzbeko Islam Karimov.
El idilio de Tashkent con Washington terminó en el momento en que la Casa Blanca dejó de hacerse de la vista gorda y criticó los excesos de Karimov, y en consecuencia suspendió la entrega de los cientos de millones de dólares que gastaba en "promover la democracia" en Uzbekistán, peculiar forma de comprar lealtad incompatible con noticias como la matanza de 700 civiles en Andizhán, en mayo anterior.
El crimen de esa gente desarmada, muchas mujeres y niños entre los manifestantes, fue protestar en las calles de esa ciudad del valle de Ferganá contra un gobierno que, según denuncian desde hace años, nada hace para sacarlos de la extrema miseria.
Tashkent, como justificación del baño de sangre, difundió la versión de que el ejército uzbeko sofocó una "revuelta de terroristas islámicos". Moscú y Pekín, a despecho de Washington, no tardaron en elogiar la firmeza con que Karimov acabó con los "sediciosos" en aras de la estabilidad regional.
En medio de un creciente aislamiento internacional de Uzbekistán, promovido por Estados Unidos y respaldado por la Unión Europea, el presidente Vladimir Putin tendió la mano a su colega uzbeko, y ambos proclamaron toda una "alianza estratégica" entre sus países.
Por ahora no hay intención de ceder la base aérea de Hanabad a Rusia, pero los rumores apuntan a que esa posibilidad está abierta y se concretaría en caso de que el ejército ruso acuda en ayuda del uzbeko en el eventual escenario de una nueva rebelión en el valle de Ferganá, siempre que pueda ser atribuida a "extremistas islámicos".
Al margen de la indiscutible connotación simbólica que encierra la retirada estadunidense de Hanabad, es prematuro vaticinar qué impacto tendrá el retroceso en Uzbekistán, en términos de la presencia militar de Estados Unidos en la región toda.
Está en marcha el reforzamiento de las bases militares que el Pentágono mantiene en Kirguistán y Tadjikistán, cuyos gobiernos ya dieron las respectivas garantías de continuidad a cambio de nuevas promesas de financiamiento por parte de Estados Unidos, que no es sino la redistribución del dinero que estaba presupuestado para Uzbekistán.
En el medio plazo, y aunque la secretaria estadunidense de Estado, Condoleezza Rice, aseguró en Moscú que Estados Unidos no tiene planes de abrir nuevas bases en Asia central, el Pentágono podría ampliar su infraestructura militar en la región, habilitando sendas instalaciones en Turkmenistán y Kazajstán, bajo cualquier pretexto creíble.
No se explica de otro modo que en Turkmenistán, a pesar de su "neutralidad", una constructora de Emiratos Arabes Unidos, ligada a intereses estadunidenses, lleve ya dos meses modernizando la abandonada base de Mary-2, que usaba la aviación estratégica soviética, mientras en la costa del Caspio Estados Unidos financia la edificación de una base, presuntamente, para uso exclusivo del ejército kazajo.
Paralelamente, en la región adyacente del Cáucaso, Estados Unidos afianza sus nexos, políticos y militares, con Azerbaiyán y sobre todo con Georgia, cuyo Parlamento inició este martes "consultas" para formalizar la salida del país de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), que intenta reanimar Rusia.
La sola posibilidad de que ello pudiera ocurrir irritó tanto a la Duma rusa, que el legislador Aleksei Mitrofanov llegó a proponer desde la triubuna: "Debemos bombardear Tbilisi, como los estadunidenses bombardearon Belgrado en 1999. Sólo podremos detener a los georgianos con un demoledor golpe preventivo, antes de que se salgan de la CEI y, con ayuda de Estados Unidos, se apoderen de Abjazia y Osetia del Sur".
De manera encubierta el Kremlin apoya los ánimos escisionistas de Abjazia y Osetia del Sur, que Georgia considera parte inalienable de su territorio, con igual obstinación que Rusia respecto de la separatista Chechenia.
El panorama en Asia central y el Cáucaso, complejo de suyo, confirma que este segmento del espacio post-soviético, con recursos naturales que valen mucho y gobernantes que se venden barato, por mucho tiempo seguirá marcado por la disputa de quienes aspiran a poner bajo su control la estratégica región.