Medicina y política en Estados Unidos
Desde hace muchos años sabemos que la ciencia, aunque debería serlo, no es neutral. Debería serlo porque "la última" y la "más importante" justificación de la ciencia es servir a la humanidad. Dentro del mundo indefinible de los "debería" uno quisiera asegurar que los doctores y científicos dedicados a la medicina se rijan por conceptos vinculados con la ética y con la neutralidad. Al menos ésa es una de las enseñanzas que se imparten en las siempre lejanas aulas universitarias. Dos zafios retratos de lo que sucede en dos terrenos de la medicina estadunidense bastan para demostrar los abisales divorcios entre ética y realidad.
Primer retrato. La Food and Drug Administration (FDA, por sus siglas) es la agencia reguladora en Estados Unidos de la mayoría de los temas de salud, tanto los que atañen a la salud pública como los relacionados con la investigación. En septiembre 2005, la FDA hizo caso omiso de la opinión médica y de la sociedad, ya que pospuso, por enésima ocasión, la decisión para permitir que la píldora anticonceptiva de emergencia se venda en las farmacias sin receta médica (en diciembre de 2003 el comité ad hoc de la FDA había votado, 23 contra cuatro, para que se aprobase la liberación del medicamento).
De acuerdo con los conocedores, la postura de la FDA refleja actitudes políticas y no científicas. Quienes sugieren que la píldora del día siguiente se venda sin necesidad de contar con receta se basan en razones biológicas; quienes se oponen lo hacen no sólo por motivos religiosos, sino por congraciarse con la "filosofía Bush".
El factor tiempo es crucial. La píldora anticonceptiva de emergencia debe tomarse lo antes posible y dentro de las primeras 72 horas posteriores al acto sexual sin protección -con mayor razón si se habla de violación. Si el levonorgestrel se utiliza en las primeras 24 horas la posibilidad de embarazo es de 0.4 por ciento; si se ingiere entre 24 y 48 horas la probabilidad aumenta a 2.7 por ciento. De ahí, y de la pésima relación médico-paciente, la lógica de liberar el medicamento, sobre todo porque en Estados Unidos la cooperación de los galenos dista mucho de ser óptima. Debido a que los argumentos expuestos por la FDA no fueron convincentes, la directora de la Oficina de Salud de la FDA renunció. Las voces críticas aseguran que la FDA se dejó "torcer el brazo" por razones políticas o por lo que podría denominarse la "filosofía Bush".
Segundo retrato. La participación de médicos estadunidenses en forma pasiva o activa en la tortura de prisioneros en Abu Ghraib (Irak), y en Guantánamo ha sido bien documentada tanto en forma gráfica como escrita. Aunque moleste y sea exagerado, no puede dejar de recordarse la intervención de los médicos nazis en la tortura de "los otros". Tampoco debe soslayarse el hecho de que uno de los principales brazos de Bush, Alberto Gonzales (antes jefe del Departamento de Justicia), creó un "nuevo término" para explicar el concepto tortura con el que consigue redimir a la mayoría de sus compatriotas médicos y torturadores. La "definición" de Gonzales y de Bush es ad hoc, ya que termina diciendo: "... (la tortura) produce disfunción de órganos, impide la función del cuerpo e incluso lleva a la muerte". Hasta donde se sabe, las maniobras de los galenos estadunidenses no producen la muerte.
Aunque no se conocen las razones por las cuales los doctores modifican sus conceptos éticos, es notorio que algunos de los documentos médicos de la Secretaría de Defensa "alejan" e "insensibilizan" a los galenos estadunidenses con respecto a sus deberes hacia los pacientes-prisioneros. Cito: "los doctores asignados a la inteligencia militar no tienen relación médico-paciente con los detenidos y, en ausencia de emergencias que amenacen la vida, no tienen la obligación de ofrecer ayuda médica". Si bien eso dice la declaración, es imposible entender, desde el punto de vista humano y profesional, la actitud de algunos médicos. La pregunta es obligada: ¿reciben entrenamiento estos médicos para torturar?
No es suficiente razón recargarse en la era Bush para entender la podredumbre encerrada en ambas historias. Cierto, Bush y sus cómplices son dañinos y han sembrado sus semillas por doquier, pero ésa no es la única razón. La insania médico-científica es más profunda y cuenta con historias y raigambres suficientes para explicar los escenarios expuestos. La triste realidad se concatena con la dolorosa impotencia de la razón y colide la siniestra fuerza del poder ciego.
Es imposible encontrar un entrecruzamiento que explique la política de la FDA hacia la anticoncepción de emergencia y la lógica (quizás ética, dirían en Estados Unidos) de los torturadores. Mientras la FDA pretende "salvar vidas inocentes" al prohibir la liberación de las pastillas en cuestión, "alguien", en la misma esquina y bajo el mismo techo, avala y promueve la ética médica, militar y política de la escuela estadunidense de torturadores.