La patria perdida
La profundidad del debate teórico entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo sin duda marca el final del viejo régimen. La forma, el fondo y el medio en el que se dieron simbolizan el estado verdadero de la clase política, que bajo esas pasiones y nivel de diferencias muestran la enfermedad terminal no sólo del PRI, sino de toda la estructura política y el sistema de partidos en México.
Y en los partidos nadie escapa a esta descomposición. La crisis del debate político nacional, de la asociación partidaria y, en sí, del paso de la crisis política a la crisis "de la política", establecen tareas en lo más profundo del país.
No basta decir que la gobernabilidad y la salvación descansan en la sociedad civil, pues ésta también, tras un largo periodo de movilización, manipulación y dispersión en múltiples causas, que no han podido hacer un proyecto o programa, se encuentra sumida en la confusión y la incertidumbre, sin banderas propias ni una causa general.
Hemos pasado de las tácticas del voto útil a las del "voto por el menos peor", hasta convertir al elector en un ciudadano inútil, cuyo voto es determinado por los medios de comunicación, que al final son quienes se han apropiado del sufragio, las encuestas y los órganos electorales. ¿Acaso no fue Televisa quien dio el resultado electoral en 2000?
Es indudable que en este sexenio han existido cambios, como son: el vacío presidencial, nuestra integración absoluta al bloque de América del Norte con un claro deslinde de Latinoamérica; la destrucción, a consecuencia de la política exterior mexicana, desde el "comes y te vas" hasta el papel abyecto en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata como embajadores de un libre comercio desventajoso para los paises al sur del río Bravo.
En este sexenio el PRI ya carecía de la capacidad de unificar; sin embargo, mantuvo el poder suficiente para impedir que los nuevos gobernaran. Su apuesta fue no por el fracaso de Fox y el PAN, sino del país, manteniendo el veto a todo lo nuevo y sólo apoyando las defecciones del mismo Vicente Fox para cambiar y transformar al país desde el poder. Por ello, la peor afrenta del foxismo es no haber cumplido aquello de que iba a "sacar al PRI de Los Pinos".
El viejo presidencialismo se transformó y Fox no ejerció el mandato, ya que fue un "encargado del despacho" dejando un gran vacío y una Presidencia comparable a las efímeras de Lascuráin, León de la Barra o Pascual Ortiz Rubio. No obstante, este vacío se transformó en 32 poderes absolutos. El viejo poder presidencial se trasladó con todos sus vicios a los estados de la Federación y por eso cada gobernador es dueño absoluto de su territorio y presupuesto. Por eso en la última ley de egresos repartieron a cada entidad lo que correspondía a educación y cultura.
Ante la crisis de la política, el instrumento de la gobernabilidad ha sido el "pactismo". Por ello pactan los gobernadores, pactan los partidos, pactan los grupos, pactan todos, pero al mismo tiempo se traicionan unos a otros en función de las circunstancias.
No obstante la gobernabilidad determinada por los medios de comunicación y la crisis del debate que hemos presenciado entre Madrazo-Gordillo, Calderón-Creel-Cárdenas Jiménez, Marcelo Ebrard-Jesús Ortega y López Obrador contra sus propias incongruencias, el resultado es un futuro incierto para el país.
De los otros partidos pequeños, el juvenil Bernardo de la Garza, del PVEM, constituye una abierta prostitución que busca quién los compre. El PT y Convergencia en lo último que pensarían es en adoptar una posición propia, pues han sido beneficiarios directos del actual sistema de partidos y de la inexistencia de una fuerza mayoritaria.
La historia del país, los símbolos de la patria, yacen amontonados como viejos bártulos de decoración ante la identidad perdida. Es una época que sólo es comparable con la que corre desde el imperio iturbidista hasta 1855, cuando hubo cuatro constituciones, más de 100 pronunciamientos y 45 periodos presidenciales con sus interinos.
En estas circunstancias, hasta el juarismo ha sido convertido en un pensamiento de derecha y ante la ausencia de conceptos claros de hacia dónde debe caminar el país, la salida dentro de los partidos es el culto a la falta de personalidad de los que se promueven en la propaganda mediática y electorera como los verdaderos salvadores de la patria.
A todos les sobra una pierna para ser Santa Anna, pues al final, como Lorenzo de Zavala, el anexador de Texas a Estados Unidos, nada más ven hacia el norte, haciendo de esta democracia, donde sólo vale el voto de los dueños del dinero, una república decadente que ya nadie respeta.
Las tareas en busca de un futuro viable, que quizá no radican en la pureza, pero sí en la rectitud y la congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, así como en la oferta electoral de todos los partidos y candidatos, no existen ahora. Somos nuevamente una nación errabunda y trashumante en busca de destino. Una patria perdida.