Usted está aquí: martes 22 de noviembre de 2005 Opinión ¿Y nosotros por qué?

Magdalena Gómez

¿Y nosotros por qué?

Llama la atención que en el conflicto México-Venezuela se pretenda revivir el nacionalismo patriotero antes que dar cuenta de cómo han de-saparecido las bases que sustentaron una política exterior respetada de manera interna. Desde los sectores sociales que en nuestro país históricamente hemos sido solidarios con los pueblos, en especial con el cubano y ahora con el venezolano, resulta un verdadero agravio que la actual titularidad de la Presidencia de la República se ejerza con ánimo y acciones de subordinación a los intereses bushianos. Por ello con toda razón podríamos responder a Vicente Fox: ¿y nosotros por qué?

Resulta fácil confirmar a través de una simple cronología que quien representa a nuestro país anduvo por Argentina promoviendo los intereses del vecino del norte y que además abrió fuego contra quien postula una política contraria; particularmente cuestionó al presidente Chávez por su participación en la movilización social contraria a la cumbre de Mar del Plata. Ahí empezó el descalabro diplomático, y no en la respuesta a sus descalificaciones, de cuya forma no tenemos por qué hacernos cargo.

Lo que queda claro es que el alineamiento oficial mexicano es sólo una de las puntas del iceberg de otro más amplio desde el cual los principios tradicionales de no intervención y de respeto a la autodeterminación de los pueblos han sido sustituidos por la promoción del libre mercado con las siglas que sea. Desde esta óptica bien podemos preguntarnos: ¿a cuál investidura presidencial se agredió desde Venezuela? Sin embargo, no escapa al análisis que aún los mexicanos somos muy susceptibles a ese mensaje alienante frente a la cabeza mayor, por nuestros resabios de adoración al tlatoani, pero ojalá que recordemos a presidentes como Lázaro Cárdenas del Río, cuya investidura personal daba la talla con la oficial, así que nada que ver con la actual y deplorable situación.

Atender el llamado a cerrar filas con la postura oficial, cuyo consuetudinario desacierto provoca pena ajena, nos colocaría como cómplices de una política que ha dinamitado principios que vienen de muy hondo.

Por lo demás bien podemos dar cuenta de que la crisis de Estado no solamente pasa por los incidentes referidos; se asienta y coloca en los tres poderes que lo integran. Basta que observemos la actuación de la máxima instancia del Poder Judicial y revisemos las decisiones que desnudan su atrabiliario concepto de Estado de derecho, igual cierran la puerta a los pueblos indígenas y al esclarecimiento y justicia frente a los crímenes del pasado, que a una cooperativa emblemática por la enjundia con la que ha defendido su fuente de trabajo, todo ello bajo una lógica positivista que excluye de la mira los valores que deberían orientarlo, entre ellos precisamente el de la justicia.

En este último caso resulta paradigmático que excluya de la utilidad pública una expropiación que fue decretada por el Gobierno del Distrito Federal para cumplir con el perfil social de un gobierno democrático. ¿Ya se olvidaron de que la justificación del Fobaproa fue que se salvaría a los ahorradores y no a los banqueros?

Del Poder Legislativo bien podemos avergonzarnos al dar cuenta de cómo pasan de un día en que un -¿valiente?- diputado denuncia cabildeos con premios de viajes internacionales que otorgó una empresa cigarrera para que al día siguiente la valentía se sustituya por la amnesia y el olvido generalizado. Por sus viajes los conoceréis, podríamos decir a los diputados. Y ni hablar de toda la legislación que en materia de recursos naturales han aprobado para colocar a modo el remate y la intervención extranjera en torno a tales recursos.

En las decisiones enunciadas a nivel de muestra se reflejan los intereses en juego, los que de manera metaconstitucional nos están gobernando. Con estos marcos debemos evaluar la posibilidad de que se produzca un cambio de fondo a corto plazo. Si vemos de conjunto las señales nos encontramos con un escenario altamente preocupante, pues los márgenes de ejercicio de un poder estatal realmente democrático están previamente acotados. Siendo realistas encontramos que se ha convertido al Estado en el administrador de una política que no augura soluciones de fondo para las grandes mayorías y que en lo esencial ha sido definida afuera. Así que más nos vale recuperar por lo menos la visión latinoamericana.

En todo este contexto debemos leer los recurrentes conflictos diplomáticos, que llamarían a risa si no implicaran una y otra vez la subordinación a intereses neoliberales. Y para colmo ahora nos quieren hacer tragar la rueda de molino de que "las agresiones" fueron para todos y todas y hay que envolverse en la bandera al grito de "Viva Fox".

 
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