Ultramar
Rosenda Monteros compendió en una sola obra en dos partes los tres textos de Luisa Josefina Hernández El galán de ultramar que cuenta la saga de una familia de origen español, los Santander, aposentada en una región costeña de México en el siglo XIX y sus relaciones con otros personajes, criollos, mestizos, indios y negros, lo que permite a la autora dar un mosaico de las costumbres de la época que podemos atraer hasta la nuestra. Luisa Josefina no evade el folletón y los elementos melodramáticos, que en realidad podemos encontrar en cualquier vieja historia de familia, ya que lo que aparece como intención principal es delinear un personaje femenino que, a pesar de la pasión amorosa que la corroe, puede en ese tiempo saltar alguna norma y escribir poemas y canciones, por una parte. Por la otra, permea toda la obra la denuncia del racismo, el que, a pesar de lo que digamos, todavía subyace en nuestros días (y si no se acepta, basta ver los anuncios televisivos que muestran a los triunfadores como rubios y blancos y a los tipos mexicanos como dedicados a tareas menores, o saber de un presidente de la República que tutea a una señora mayor indígena). Contrasta con la postura de Sebastián Santander, que se opone al noviazgo de su hija Encarnación con el mestizo Gervasio Cabrera, con la del Dr. Apolinar Camdem que enamora y se desposa con la mulata Lugarda Palomo, como un contrapunto necesario en esta denuncia.
La ceñida síntesis que hace la directora logra dar todo el ámbito de pasiones en que se desarrolla la acción y delinea a los personajes, aun los secundarios, aunque en el caso de Chona se pierden algunos rasgos, como su pasión por la poesía y su elaboración de canciones, que sólo conocemos al final cuando el médico le dice que serán editadas, o la razón del desdén de don Sebastián hacia su hijo varón. Pero se nos cuenta una entretenida historia que abarca el diseño de un patriarca criollo que tiene muchos amoríos fuera de matrimonio, la locura de su esposa que reniega del matrimonio, y la rivalidad de sus hijas, la gorda e insatisfecha Agustina y la desdichada Encarnación. También nos muestra las pasiones encontradas de Gervasio por Encarnación, la de ésta por Juan José Fierro de Lugo -el galán llegado de Ultramar que desata la acción- y de Juan José por la mestiza Amanda Baeza, sobrina de la dueña del burdel. Rivalidades, celos, el brutal desdén racial y social de los criollos, se ligan con personajes principales y secundarios en esta historia tan cercana al melodrama que no es ajena a la reivindicación que de este género ha emprendido Rosenda Monteros con su Foro Dramático de México.
La también actriz ha demostrado su capacidad en la dirección escénica desde que se inició en tal disciplina en 1966 con Los carvajales de Sabina Berman, punto de partida también de su compañía de repertorio, pero en muchas ocasiones la parquedad de su producción -sobre todo en el vestuario, porque ha tenido buenas escenografías de Arturo Nava- no dejó que sus propuestas tuvieran completo lucimiento. Ahora, con una escenografía e iluminación de Philippe Amand -consistente en una especie de caja rectangular con un módulo corredizo que dará, junto a algún mobiliario, los diferentes espacios-, con vestuario diseñado por Tolita y María Figueroa, la musicalización de Joaquín López ''Chas" y el apoyo coreográfico de Rossana Filomarino y con algunos actores y actrices invitados, es decir, con la producción que le procuraron tanto el Festival Internacional Cervantino como otras instituciones, se pueden apreciar mejor su trazo limpio y fluido, así como las excelentes resoluciones que le son propias, como sus juegos de sombras, y el cuidado en cada escena, en cada detalle. En un reparto tan extenso como es éste existen desempeños actorales de alguna desigualdad, debidas también a la diferencia de edad y trayectoria, de los componentes del elenco, a pesar de que, por ejemplo, las jóvenes actrices María Barbosa como Encarnación y sobre todo Elizabeth Arciniega como Chona, o Jana Raluy como Amanda al igual que Arturo Barba como Juan José, por citar a los papeles más importantes, no desentonan de actores muy formados, como podrían ser Oscar Narváez como don Sebastián, Lucía Guilmain como Francisca Baeza, Luis Cárdenas como don Jerónimo Cabrera y desde luego la siempre excelente Margarita Sanz como doña Dulcinea Brito de Santander.