Felipe Angeles: "Cada cual morirá por su lado"
Ampliar la imagen El general Felipe Angeles (1869-1919), fotograf�del Fondo Casasola, tomada del libro Im�nes de Pancho Villa, de Friedrich Katz, coeditado por Ediciones Era y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional de Antropolog�e Historia. El foro Felipe Angeles y la Revoluci�exicana comienza hoy a las 10 horas, en el auditorio Ricardo Flores Mag�e la Facultad de Filosof�y Letras de la Universidad Nacional Aut�a de M�co, en CU
Extraña figura de la revolución mexicana, el general Felipe Angeles: educado en el Ejército Federal de Porfirio Díaz, destacado teórico y técnico militar, respetado entre los oficiales del Antiguo Régimen, a sus cuarenta y tres años de edad el presidente Francisco I. Madero lo trajo de Francia, en cuyo ejército perfeccionaba sus conocimientos de artillería, para designarlo a inicios de 1912 director del Colegio Militar de Chapultepec.
En agosto de ese mismo año, ante el fracaso de la sanguinaria campaña del general Juvencio Robles en Morelos (a la que sus propios amigos llamaban ''campaña de exterminio"), Madero envía a Angeles como jefe de la zona militar. Cambia éste métodos y política y logra, si no la amistad, pues en campos enemigos estaban, sí el respeto de los jefes y los insurrectos bajo el mando de Genovevo de la O y Emiliano Zapata.
La señora Rosa King, británica, dueña del hotel Bella Vista en Cuernavaca, adonde iban a alojarse en esos años personas destacadas, desde Francisco Madero hasta Victoriano Huerta y otros, en su libro Tempestad sobre México (CNCA, México, 1998) lo recuerda así:
''El general Angeles era delgado y de buena estatura, más que moreno, con la palidez que distingue al mejor tipo de mexicano, de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre. Se describía a si mismo, medio en broma, como un indio, pero sin duda tenía el aspecto que los mexicanos llaman de indio triste. Otros grandes atractivos se encontraban en el encanto de su voz y sus modales.
''Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades que había echado de menos en sus antecesores, las de la compasión y la voluntad de entender. Me agradó, incluso antes de escuchar entre sus jóvenes oficiales que no toleraba crueldad ni injusticia alguna de sus soldados [...]
''Un día en que el general Angeles y yo hablábamos del sufrimiento de los pobres indios contra quienes se hallaba en campaña, me dijo con un gesto de acentuado desaliento: 'Señora King, soy un general, pero también soy un indio'. Era en efecto un indio, y lo parecía: un hombre distinguido en su tipo, educado en Francia."
Este general, descrito así en los recuerdos de la dama inglesa como una figura extraña en una revolución, vista de cerca, aún más extraña, fue el único -o casi- que se mantuvo leal a Madero durante el golpe de Félix Díaz y Victoriano Huerta y los días sucesivos de febrero de 1913 conocidos como la Decena Trágica. Huerta lo apresó junto con Madero y Pino Suárez y, mientras mandó asesinar a éstos después de obligarlos a renunciar entre amenazas y falsas promesas, dejó en libertad al general Angeles, a quien la solidaridad de casta de sus colegas militares ponía al abrigo, al menos entonces, de un crimen semejante.
''Perro no come perro", me decía en Guatemala hace ahora precisamente cuarenta años mi inolvidable teniente coronel Augusto Vicente Loarca, único militar de alta graduación que se había sumado a la guerrilla del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, encabezada por los tenientes Marco Antonio Yon Sosa y Luis Augusto Turcios Lima. Murió poco después, enfrentando en la ciudad a calle abierta y metralleta en mano a la policía judicial, para cubrir la retirada de un grupo de sus compañeros campesinos.
Al general Felipe Angeles no lo mató Huerta entonces, pero le fraguó un proceso pretextuoso, lo tuvo unos meses en la cárcel y luego lo mandó al exilio en Francia el día último del mes de julio. De allá el general maderista regresó clandestinamente en octubre de 1913 para incorporarse en Sonora al gabinete de Venustiano Carranza. De allí pasó, en los primeros meses de 1914, a formar parte de los mandos de la División del Norte: quería combatir, no ser subsecretario de Guerra a cargo del despacho.
Estuvo presente en la toma de Torreón el 3 de abril de 1914 y, junto con Francisco Villa, fue el artífice de la toma de Zacatecas el 25 de junio de 1914, la batalla donde se quebró el Ejército Federal y se decidió la caída de Victoriano Huerta tres semanas después.
No narraré aquí las victorias, las derrotas y las vicisitudes de este general, cuya intervención personal fue decisiva para convencer en octubre de 1914 a Emiliano Zapata y sus jefes -con quienes se había enfrentado con las armas desde bandos enemigos precisamente dos años antes- de que se incorporaran a la Convención de Aguascalientes, y luego para que en ésta se aprobara el Plan de Ayala.
Muchas y grandes cosas sucedieron después de ese octubre: la ocupación de México por zapatistas y villistas, la contraofensiva constitucionalista de Obregón, las derrotas de la División del Norte en las cuatro sucesivas batallas del Bajío en 1915, el exilio de Angeles a Estados Unidos en la segunda mitad de ese mismo año, la Constitución de febrero de 1917, la prolongación de la guerrilla villista contra el presidente Carranza en Chihuahua y Durango y el regreso solitario del general Angeles en diciembre de 1918 para sumarse a las fuerzas de Villa, convencido de que así podría evitar la que creía inminente intervención de Estados Unidos en México.
Lo apresaron el 17 de noviembre de 1919 -''en el Cerro de la Mora le tocó su mala suerte", dice el corrido-, le montaron una corte marcial a sala llena en el Teatro de los Héroes de Chihuaha, hizo ante sus jueces y el público una extensa defensa donde expuso una también extraña mezcla de ideas liberales, humanistas y socialistas que era en verdad su testamento político y espiritual, lo condenaron a muerte y lo fusilaron en la madrugada del 26 de noviembre de 1919. El general había regresado a México nomás para morirse en su ley, en lugar de andar arrastrando penas y nostalgias entre los políticos conservadores del exilio.
Un grupo de historiadores se reunirá en los días miércoles 16 y jueves 17 de noviembre -también precisamente ochenta y seis años después de aquel apresamiento- para considerar desde sus diversos saberes, entenderes y mirares la figura singular del general Felipe Angeles. Entre ellos estarán Friedrich Katz, autor de la biografía clásica de Pancho Villa publicada por Ediciones Era, y Odile Guilpain, autora de un estudio biográfico de Felipe Angeles publicado en 1991 por el Fondo de Cultura Económica. El foro, abierto al público, tendrá lugar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y en el Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana.
¿Qué puede salir, del estudio de este personaje solitario, que no haya sido ya analizado y dicho sobre el curso y los significados de la revolución mexicana? Mucho, creo, mucho de lo que pese a todo no ha sido dicho todavía: cierto aire del tiempo, cierta visión sobre militares de entonces (y de siempre), ciertas fantasías que hoy sabemos que son tales pero que quienes las llevaban en sus almas no sabían que lo eran.
En una entrevista reciente, el italiano Carlo Ginzburg, uno de los grandes historiadores de nuestros días, daba la siguiente respuesta a una entrevista sobre su oficio:
''Al empezar mi carrera de historiador me ocupé de cuestiones que se hallaban más bien en la periferia del campo de trabajo de los historiadores académicos. Mi objetivo consistía en demostrar que fenómenos en apariencia secundarios tenían gran importancia. Partí de protagonistas desconocidos del pasado para llegar a tratar cuestiones que todos consideraban importantes. Sin embargo, uno de los principales motivos de mi trabajo como historiador es 'decir', y evitar repetir lo ya dicho: el análisis de acontecimientos menos conocidos, pero retrotraíbles a trayectorias históricas muy exploradas, resulta en muchos casos útil para explicar de manera más profunda aspectos a menudo pasados por algo. He podido comprender, por lo demás, que el problema no tiene que ver con el objeto estudiado, sino con la mirada que ponemos sobre él."
El 30 de marzo de 1914 el secretario de Guerra de Victoriano Huerta dio de baja al general Felipe Angeles, con retroactividad al 8 de noviembre de 1913, ''por indigno de pertenecer al Ejército Federal". Bajo ese estigma, el 3 de abril siguiente este ''general indigno" participó con su artillería en la toma de Torreón por la División del Norte, derrotando al Ejército Federal.
El 21 de abril de 1914, día del desembarco de las tropas de Estados Unidos en Veracruz, un grupo de altos oficiales de ese mismo Ejército Federal (cinco generales, cuatro brigadieres, seis coroneles y tenientes coroneles, un mayor y un capitán), desde Saltillo, Coahuila, dirigió a Felipe Angeles una carta de sonoras palabras la cual, invocando ''la muerte heroica, si es necesaria, a la que podrá llevarnos el destino", entre otros párrafos decía:
''En estos momentos en que la angustia de la patria parece haber recibido el golpe final, [...] nosotros, todos hijos del Colegio Militar, compañeros de armas de usted [...] en días que parecen querer repetir nuestro épico calvario del 47, dirigimos a usted ésta como el llamamiento supremo para la guerra de razas que se avecina. [...] Todos reconocemos en usted un jefe de alta intelectualidad y resta a su honor tan sólo acudir al llamamiento que le dirigimos, confiados en lo absoluto, en que mexicano e hijo del Colegio Militar que es usted", responda a este llamado y acuda a recibir ''el abrazo cordial que ya lo aguarda sincero, exento de rencillas y el completo olvido del pasado que nos separó, y sentirá usted renacer una época para todos grata en la que aprendimos un absoluto ejemplo: el todo por la patria."
El general Felipe Angeles, con fecha 30 de abril de 1914, hizo publicar esa carta en el periódico Vida Nueva, de Chihuahua, con la respuesta que sigue, dirigida sólo a los tres oficiales de más baja graduación entre los firmantes, un capitán, un mayor y un teniente coronel. ''Si fracasan los diplomáticos, cada cual morirá por su lado", tituló el periódico esa nota:
''Con pena he visto sus nombres entre los de muchos generales a quienes empujó en su carrera el viento de la traición. Los conozco muy bien a todos y comprendo las causas complejas que retienen a algunos de ustedes en las filas huertistas, muy a su pesar.
''Dice el telegrama que se avecina una guerra de razas. Esto es falso. Se avecina una guerra provocada deliberadamente por Huerta para hacer fracasar el triunfo próximo de nuestro partido democrático. Esta guerra va a constituir el segundo gran crimen en que colabora el ejército.
''Si ustedes todos fueran clarividentes y patriotas podrían con un solo ademán conjurar la guerra extranjera, diciéndole a Huerta: 'Hasta aquí'. No espero ese ademán: confío en la grandeza del presidente Wilson, en la sensatez del pueblo americano y en el verdadero patriotismo de los directores de nuestro partido democrático, para conjurarlo.
''Y si todo fracasa, muramos cada quien por nuestro lado: no puedo unirme con los cómplices de los dos crímenes de lesa Patria. Firmado: Felipe Angeles."
Tres semanas después, el 21 de mayo de 1914, la División del Norte tomaba la ciudad de Saltillo. La vieja trampa de las clases dominantes, la ''unión patriótica" para que sus adversarios depongan sus armas, no había funcionado con este general. No sé cuál fue la trayectoria de los dieciesiete oficiales firmantes. Por su parte, el general Felipe Angeles fue leal a su palabra: el 26 de noviembre de 1919 murió del lado de los suyos. No poseía además en ese entonces ni siquiera el traje que llevaba puesto.
México, DF, 13 de noviembre de 2005.