Usted está aquí: miércoles 16 de noviembre de 2005 Política La fallida diplomacia de Fox

Luis Linares Zapata

La fallida diplomacia de Fox

Es de suponer, con las reservas convenientes de duda, que el presidente Fox atraviese por severa cruda personal y profesional. Una de esas cimas que acostumbra sufrir después de sus alocados desplantes de vendedor o las muinas provocadas por reveses y contrariedades tan comunes en el oficio público, en especial el que se despliega en el ámbito internacional. La dosis de mal desempeño que puso en la ahora crisis diplomática entre México y Venezuela es considerable. El canciller Derbez también contribuyó, como acostumbra, con su pequeña aportación. Las altisonantes palabras del presidente Chávez completaron el cuadro para que ahora ambos mandatarios se vean obligados a minimizar las inevitables consecuencias negativas que se tendrán, tanto para la positiva marcha de los negocios mutuos como para restañar las heridas causadas a los sentimientos de dos pueblos que, en mucho, han ido e irán hermanados por la compleja vida de pesares, frustraciones y dichas.

Es preciso ahora, y con el ánimo de aplacar animosidades y rencauzar los asuntos comunes afectados, reflexionar sobre los antecedentes que dieron lugar al proyecto del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Hacer un alto para visualizar las ambiciones integradoras, los afanes de dominio y las pulsiones nacionalistas que, casi de manera obligada, se vienen dando entre los distintos actores del drama del poder continental. Pensar, sin tapujos ni preconcepciones, las muchas condicionantes que actúan en la trastienda de las relaciones entre naciones con desarrollos deformados y las potencias que pretenden incrementar sus privilegios y ventajas. No se trata de sólo exprimir los desplantes groseros, de rego-dearse en el agrio placer de rencores provocados por personalidades protagónicas. Tampoco de bailar al son de comparsas y apropiarse de las rencillas de otros o agotarse por descubrir maniobreros con formas corrientes y torpes, sino de describir, para poderlos manejar, los reales problemas de convivencia que requieren ser explorados. Actuar, al menos en la crítica, con agudeza y valentía para extraer de ellos las bondades que conlleva el propósito de una integración continental buscada con ahínco no bien encauzado.

Los gaffe diplomáticos de Fox no pueden ser soslayados en aras de cerrar filas ante las agresiones verbales de un político tropical envalentonado o por la hiriente respuesta del argentino Kirchner. Hay obligación de alejarse, lo más posible, de tales ribetes histéricos con los que se han enredado tópicos de mayor calado. Esos otros asuntos que definen y condicionan mucho de las diferentes posturas y planteamientos de líderes y conductores de la escena internacional. Los diferendos entre distintas concepciones del comercio existen. La pretendida integración de las varias Américas no es clara ni fácil, menos aún sin sobresaltos y sí repleta de ambiciones, de pleitos efectivos, profundos, que la diplomacia debe suavizar y conducir. Los modelos de gobierno opuestos en sus concepciones básicas, en sus múltiples destinatarios seleccionados, patrocinadores y programas, están a la vista. Muestran sus diferentes matices y no han recibido la debida atención. Menos aún se han aclarado sus modalidades y sentidos futuros. Muchas de las consecuencias de unos y otros permanecen en la trastienda, son controvertidos y no enfrentados con la sinceridad pertinente a su importancia.

La pugna entre dos posturas enfrentadas que circulan por el continente no es para menos. De un lado se colocan aquellos que, siguiendo la pauta marcada por diferentes gobiernos estadunidenses, quisieran imponer una visión comercial globalizada en sólo algunas de sus aristas que, a pesar del lenguaje modernizante utilizado con harta frecuencia, retiene perfiles y resabios de un colonialismo a ultranza.

La propuesta de integración económica que sostiene la administración de Bush tiene un rasgo fundamental: trata de subordinar a los suyos todos los demás intereses. Una línea calcada del TLC de Norteamérica a la que se agrega, con pasión desbocada, el moribundo gobierno de los gerentes capitaneados por Fox. Por el otro, la posición sudamericana de los integrantes del Mercosur (y Venezuela), que se resisten a una integración forzada que por las notorias asimetrías existentes ocasionaría severos problemas a sus economías, acortando así las oportunidades de desarrollo y progreso para su población.

Nadie, a pesar de las acusaciones de Fox, niega las bondades, al menos en sus principios originales, que puede acarrear un intercambio fluido, libre de barreras y protecciones innecesarias. Pero hay obligación de reconocer las trabas, las protecciones, las ventajas comparativas, las prácticas de fuerza prexistentes que descartan, por motivos varios, renglones enteros de la actividad productiva, realidad sin la cual el daño y su derivada de conflicto, es inevitable. A ello debe agregarse el abierto y soterrado forcejeo por los liderazgos, por el diseño de imágenes influyentes, por ser el receptor de las simpatías colectivas del continente que buscan hombres (y mujeres si fuera el caso) como Chávez, Kirchner o Lula da Silva. Como lo entrevió posible hacer Fox, aunque fracasó en el intento al malgastar su inmenso capital político de los días inaugurales. Y más para allá aún, como en los que quiere prolongar Castro su enorme estatura o como demuestra ansiarlo cuanto presidente de Estados Unidos se entroniza en el salón oval de la Casa Blanca.

 
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