Décimo aniversario de Religiones del mundo
Ser testigo de los principales acontecimientos político-religiosos ha sido un privilegio. A lo largo de estos diez años, el programa radiofónico Religiones del mundo, de Radio Red, me ha permitido ser observador de primera fila; desde ahí he constatado las transformaciones de las creencias y he analizado los intereses de las principales instituciones religiosas. Perdón si hablo en primera persona y por abordar un tema de interés propio, pero creo que vale la pena destacar que mantener durante tanto tiempo una emisión al aire responde, en cierta forma, al creciente interés que la sociedad tiene en estos temas.
Abordar lo religioso en medios electrónicos desde una perspectiva laica, abriendo espacios a académicos y analistas sociales, en un principio desconcertó a muchos, especialmente a los propios actores religiosos. Estos se escudaban en que abordar la temática religiosa y eclesial era tabú y pocas veces su actuación y pensamiento eran analizados y criticados con nuevos enfoques que fueran más lejos que el ramplón jacobinismo. Si La Jornada y Proceso abrieron el tema religioso en medios impresos con nuevas vertientes de análisis, Religiones del mundo lo hizo en los medios electrónicos. Aunque parezca ahora increíble, abordar críticamente lo religioso en radio era delicadísimo hace tan sólo una década.
En este periodo hemos sido testigos de un fuerte sacudimiento de la Iglesia católica en México y me atrevería advertir de cierta decadencia. El triunfalismo mediático de las masivas visitas del papa Juan Pablo II contrasta con el avance de pujantes movimientos religiosos como el de los pentecostales y de emergencia de nuevas religiosidades populares como el culto a la Santa Muerte.
La jerarquía católica se siente impotente ante el éxodo constante y la pérdida progresiva de fieles, especialmente de origen popular, pero en lugar de responder con novedosas propuestas pastorales los prelados se refugian en la tradición de sus principios y en la fuerza del poder. Los reiterados escándalos sobre abusos sexuales por parte de sectores del clero prenden los focos rojos de una institución que goza de doctorados en adaptaciones históricas a nuevas realidades.
Los atentados del 11 de septiembre constituyen otro evento central en estos diez años. Más allá del choque de civilizaciones y luchas de identidades religiosas al estilo conservador de Samuel Huntington, la preocupación gira en torno al reavivamiento de los fundamentalismos y de las intolerancias. Definiendo el fundamentalismo religioso como la ideologización de los valores trascendentes de una sociedad amenazada, dicha politización y radicalización del factor religioso surgen de momentos de vacíos o de crisis de identidad de una sociedad, etnia o comunidad.
El fundamentalismo religioso lleva a George W. Bush en 2004, por segunda ocasión, a la Casa Blanca; ese mismo fundamentalismo, no exclusivo del universo musulmán, alimenta el odio del terrorismo religioso, que no es más que expresión dramática de acciones frontales y violentas manipulaciones de la religión como justificación. Por tanto, el fundamentalismo no es enfermedad de las religiones, sino una patología de las propias sociedades, donde lo religioso parece llenar los vacíos que han dejado las ideologías y los proyectos históricos frustrados. Más que el Islam, me preocupa el fundamentalismo cristiano tipo Bush, que hace eco al invocar al Dios castigador e identificarlo de su lado: decididamente en favor de Estados Unidos. Bajo el mundo globalizador y unipolar, Malraux bien podría cambiar su tesis por la de que el siglo XXI será fundamentalista o no será.
Otro acontecimiento central fueron las exequias de Juan Pablo II y el cónclave que elige al cardenal Ratzinger como nuevo pontífice. Recordamos a los cerca de 6 mil periodistas que se atrincheraron en Roma y las grandes cadenas internacionales de televisión beneficiadas por la política de "puertas abiertas" del Vaticano. Las ceremonias del funeral pontifical atrajeron el glamur y el jet set se dio cita en Roma: 200 jefes de Estado, la realeza europea y distinguidas personalidades del mundo fueron a rendir el último homenaje a Juan Pablo II. La fascinación de las formas predominó, acapararó sorprendentemente el interés y el embeleso de los presentes y de las grandes audiencias; los liturgistas, a través de los micrófonos, explicaron sabiamente los protocolos, gestos, símbolos rituales que se creían perdidos en la Edad Media y embalsamados en la cuna de Occidente, pero ahora fueron rescatados por la Iglesia. Aquí pasado y presente se concilian; la tradición visual vincula legados evocados quizá por la pérdida de significados actuales. El show fue absolutamente eficiente y la Iglesia se percibió poderosa y triunfalista, a pesar de que los primeros pasos de Benedicto XVI sean tímidos, midiendo una inmensa realidad, cruda e incierta.
Religiones del mundo, más que un programa religioso, ha sido una emisión sobre religiones, un espacio de búsqueda y de diálogo, de crítica e investigación. A través de las más de 30 llamadas que se reciben, y a pesar de que buena parte del escucha es agnóstico, se percibe la búsqueda de lo espiritual y del misterio. Quizá intentan llenar los vacíos que dejan la cultura y las propias instituciones religiosas, pero muchas personas están en la búsqueda de Dios.