Usted está aquí: sábado 12 de noviembre de 2005 Política Rarámuris contra el arrinconamiento

Víctor M. Quintana S.

Rarámuris contra el arrinconamiento

Los han arrinconado desde hace siglos. A los rarámuris y a los otros pueblos indios de Chihuahua. En la Colonia se les expulsó de las vegas de los ríos y se les arrinconó en la sierra. Todo el siglo XX les quitaron sus bosques y los arrinconaron en las barrancas. Ahora que las barrancas son atractivo para la explotación turística, el arrinconamiento puede devenir aniquilamiento.

El arrinconamiento no sólo es geográfico, también es social y jurídico. Eso es lo que trae a la capital chihuahuense a los rarámuris de Pino Gordo, los últimos gentiles, no bautizados, remontados en el suroeste de la entidad. Acampan desde hace dos semanas buena parte de las 162 familias que no existen ni agraria ni jurídicamente para las leyes de los chabochis. Su presencia tozuda, su existencia conquistada desde su lucha, desnuda lo rabón, lo insuficiente, lo extraño que resultan las leyes y las instituciones agrarias para las formas de habitar, poseer y amar la tierra de los pueblos indios.

Tres son sus reclamos: que se les reconozcan sus derechos agrarios; que les respeten su territorio; que se detenga la tala de su bosque. Resulta que ahí han estado desde siempre, pero la ampliación y la dotación ejidales, apenas de 1961, sólo reconocieron a unos cuantos de ellos, con nombres inexistentes y cambiados. Luego un líder de la comunidad logró que se dotara a 50 con la promesa de que éstos incluirían en seguida a todas las familias del ejido. La avaricia tentó a los 50 y ahora, con los legalismos a favor, pretenden excluir a 162 familias de su comunidad y de su tierra. Un problema semejante -excluidos de las tierras ancestrales que habitan y cultivan- fue lo que encendió la primera movilización rarámuri de los nuevos tiempos: la de Norogachi en 1989, como cuenta El Ronco Robles.

No sólo luchan por su reconocimiento. También por sus hectáreas de pinos, maguechis, piedras y arroyos. La Reforma Agraria les dio sus tierras y les puso como referencias los cerros y las barrancas que no se han movido de ahí desde hace 2 millones de años, señala Héctor Salayandía, su asesor. Y poseyeron toda la extensión. Luego vino la Reforma Agraria a decirles que ellos no tenían derecho a las 34 mil hectáreas comprendidas en esos puntos, sino a sólo 14 mil. Se ampararon para que no se les movieran los linderos y ganaron. Pero las autoridades agrarias continuaron su batuque y le entregaron casi 20 mil hectáreas a la comunidad de Coloradas de los Chávez.

Y ahí se origina el tercer problema. Pino Gordo-Choreachi constituye uno de los últimos tres rincones de bosque virgen que hay en Chihuahua, lleno de pinos y vegetación nativa. La codicia de los talabosques se abalanza de inmediato manipulando a la gente de Coloradas de los Chávez y apoyándose en los laberintos legaloides. Los de Pino Gordo se amparan y logran que la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente suspenda el aprovechamiento. Los rarámuris de Pino Gordo, al defender sus bosques defienden los escurrimientos que nutren al río Verde, que a su vez alimenta al río Fuerte, irrigador de los ricos valles sinaloenses. Pero los beneficiarios río abajo de la lucha de este pueblo ni siquiera los hacen en el mundo.

Hasta ahora, pese a la buena voluntad de los diversos niveles de gobierno, ninguno de ellos se aboca a resolver de fondo el batidero provocado por las propias autoridades agrarias. Y ese es asunto cotidiano cuando se trata de los ejidos y comunidades indígenas: les han declarado sus territorios terrenos nacionales, los ricos chabochis los han denunciado y logrado que se los titulen individualmente, y luego explotan sus bosques. Los juzgados de pueblo están saturados de juicios de jurisdicción voluntaria donde los vivales logran apoderarse de los territorios indígenas; de demandas de despojo en contra de las comunidades que habitan ahí desde siempre.

Detrás de la lucha de los rarámuris hay dos verdades del tamaño del cerro de Mohinora: la primera es que los pueblos indios poseen estas tierras desde siempre, con su manera peculiar de poseer, con un concepto de dominio que tiene que ver más con domus: casa, hogar, que con dominus: el señor, el dominador. La segunda es que sus usos y costumbres no son los del individualismo y de la exclusión; todas las familias de la comunidad, por el solo hecho de ser parte de ella tienen derecho de ocupar y usufructuar su territorio, sin necesidad de ningún papel o título. El problema no es del derecho y la justicia de los pueblos indios; es del derecho que se les han impuesto y sobrepuesto.

 
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