Usted está aquí: miércoles 9 de noviembre de 2005 Opinión La utopía protestante

Carlos Martínez García

La utopía protestante

Con distintos ritmos, pero más o menos por los mismos años, a partir de la segunda mitad del siglo XIX el protestantismo echó raíces en los distintos países de América Latina. En sus inicios los seguidores de esa propuesta religiosa hicieron causa común con los liberales -el caso de México es nítido en este sentido- en la lid sostenida contra el dominio ideológico, social, político y económico del catolicismo. Ya con comunidades bien asentadas, modestamente crecientes y misioneras, vino el proyecto de intentar permear a toda la sociedad, o por lo menos a una parte significativa de la misma.

El libro de Carlos Mondragón González Leudar la masa: el pensamiento social de los protestantes en América Latina, 1920-1950, es una muy acertada investigación que da cuenta de los proyectos y tareas realizadas por un grupo de protestantes para diseminar sus ideas en los medios educativos y de opinión desde México hasta Argentina.

El volumen se gestó, en parte, en las reuniones de trabajo e informales que su autor tuvo con otros integrantes del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, que él y otros colegas conformamos hace unos años. Es de subrayar el exitoso esfuerzo de Mondragón por hacer a un lado los lugares comunes que sobre el protestantismo se siguen reproduciendo en muchos centros académicos ("es la lanza de penetración del imperialismo estadunidense"), para en su lugar comprender el fenómeno en su lógica interna, documentarlo incansablemente y resumirlo con el fin de que lectores y lectoras tengan una imagen más realista de los motivos que llevaron a un pequeño grupo de intelectuales evangélicos a defender sus creencias y proponer soluciones a la problemática social latinoamericana.

Una premisa metodológica que singulariza la investigación de Carlos Mondragón es que tiene presente la necesidad de adentrarse en las creencias religiosas de un grupo cuando la identidad primaria de ese grupo es religiosa. Parece una obviedad, pero no lo es, sobre todo cuando conocemos infinidad de estudios sobre protestantismo que todo lo quieren explicar por intereses políticos y económicos, y relegan lo propiamente religioso a un segundo plano.

Fueron las convicciones teológicas (la Biblia como autoridad en asuntos de fe y conducta) las que condicionaron la pedagogía protestante y su inserción en la sociedad, afirmando algunos rasgos de la misma, pero también buscando su cambio y renovación. A menudo los investigadores sociales que no tienen creencias religiosas proyectan a su objeto de estudio su incredulidad y concluyen que las motivaciones religiosas son una máscara detrás de la cual necesaria y obligatoriamente se hallan las verdaderas razones que mueven a un grupo hacia determinada conducta. Como ya dijimos, no es el caso de Leudar la masa, ya que estudia con sensibilidad el ethos que identifica a los actores protestantes investigados.

El protestantismo del que se ocupa la obra de Mondragón González, el segmento de su liderazgo intelectual que escribió libros y fundó diversas publicaciones periódicas, refleja bien la convicción que tuvo por impulsar la educación en todos sus niveles, desde la alfabetización hasta los estudios universitarios. Por eso abrieron escuelas y muchas fueron la opción educativa a la que recurrieron liberales que no querían que sus hijos se formaran en colegios controlados por el clero católico. Este fue el caso en Perú, donde el misionero escocés presbiteriano Juan A. Mackay fundó en 1916 el Colegio Anglo-Peruano, hoy San Andrés, que vino a ser un centro escolar libre del dominio católico donde impartieron clases Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez y otros posteriores fundadores de la Alianza Popular y Revolucionaria Americana (APRA). Incluso el marxista José Carlos Mariátegui matriculó a su hijo mayor en este colegio. El misionero, por carta fechada el 6 de marzo de 1929, hizo saber a Mariátegui del interés con el que iba a leer Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, obra del pensador de izquierda en la que un capítulo está dedicado al problema religioso.

Mucha de la actividad literaria de los intelectuales protestantes, cuidadosamente estudiados por Carlos Mondragón, estuvo dedicada a una tarea apologética: demostrar que el protestantismo era una propuesta benéfica para América Latina, que no se trataba de anglosajonizar a nuestros países. Por ello rescataron lo que el chihuahuense Alberto Rembao (1895-1962) denominó la vertiente latina del protestantismo.

La otra gran tarea fue mostrar que los anteriores esfuerzos por traer el Evangelio a Latinoamérica quedaron truncados o distorsionados por la teología y el clericalismo católico romano. Se trataba, desde su perspectiva, de poner en manos del pueblo la Biblia para que con su lectura descubriera al Jesús de los Evangelios. La cuestión iba más allá de un mensaje espiritual: incluía una ética que se desprendía de ese mensaje, y que debía evidenciarse en ciudadanos responsables, más educados, capaces de examinar por sí mismos todas las cosas, en una sociedad democrática y más justa. Esa fue su utopía, de la que brillantemente da cuenta el autor del libro.

 
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