Frida y Eloesser
En el Museo Frida Kahlo (la Casa Azul de Coyoacán) aún está vigente la exposición La medicina, el dolor y la muerte, integrada por las cartas que Frida Kahlo escribió a Leo Eloesser (1881-1974); con el tiempo éste se convirtió en su confidente, probablemente en su amante ocasional y sobre todo en su médico por antonomasia, aunque desde luego hubo muchos más.
Las cartas manuscritas (hay dos mecanografiadas) se leen con facilidad dada la buena museografía, que está acompañada por un escaparate que contiene medicamentos, además de los corsets que utilizó para aliviar sus dolores. Sirve verlos, para comprobar su incomodidad y también para calibrar la estatura y el volumen de ella; no la conocí personalmente, pero debe haber medido 1.60 de estatura, su torso era esbelto, como aparece en sus autorretratos, de volumen normal. Da la impresión de que cuando ella sabía que iba a ser fotografiada, no utilizaba los corsets, pues las tomas lo evidenciarían en demasía. Hoy día tales artefactos médicos son antigüedades.
El Hospital General de la Universidad de California, en San Francisco, prestó el retrato que ella hizo de Eloesser, con el brazo apoyado en una consola alta sobre la que se posa un barquito de vela, alusivo a los múltiples viajes que realizó con propósitos filantrópicos, y de investigación. El cuadro es de 1931, de modo que no alude a su enlistamiento en la Guerra Civil española (por supuesto del lado republicano) o a sus viajes a Brasil.
Eloesser vivió en Tacámbaro, Michoacán por varios años, al lado de su compañera de existencia, bastante más joven que él: Joyce Campbell. Hace tiempo ella tuvo la gentileza de proporcionarnos a algunos investigadores copias de ciertas cartas. La colección de la correspondencia Frida-Eloesser que ahora se exhibe procede del Taller Martín Pescador de Juan Pascoe y ha sido clasificada por ADAB a instancias de Carlos Philips Olmedo, quien presenta la exhibición ideada por Hilda Trujillo.
La misiva más temprana, fechada en Coyoacán, es del 15 de junio de 1931. Para entonces Frida ya se había entrevistado con Eloesser en San Francisco, el año anterior. Diego lo conocía desde 1926. Muy poco después le comunica, desde el hotel Barbizon Plaza, en Nueva York, que la exposición de Diego en el MoMa se abriría el 20 de diciembre. El año siguiente le escribe el 29 de julio en papel membretado del The Waldorf Hotel en Detroit. Se firma Frieda, tanto en ésta como en consecutivas cartas, su letra es muy clara, respeta los interespacios de manera regular y el ritmo izquierda-derecha acusa una ligerísima tendencia ascendente. Tiene problemas con los acentos y algunas faltas ortográficas, que en cambio no cometía cuando escribía en inglés, cosa que llegó a hacer con tónica muy personal como lo ejemplifican las cartas que Raquel Tibol ha publicado en Escrituras de Frida Kahlo. La reciente edición por Plaza y Janés ofrece algunas de estas misivas, completas o en fragmento, y se espera próximamente otra edición ampliada.
Entre los rasgos interesantes de la muestra está la caligrafía de Frida, que pocas veces se ve deformada, aunque sí se modifica ligeramente a lo largo del tiempo, como nos sucede a todos. Las últimas cartas son de 1952, de modo que la etapa postrera de su existencia, particularmente álgida, no se encuentra registrada en esta correspondencia.
En una carta escrita en México dice que tiene proyectado hacer un pequeño fresco en una escuela para niños que se encuentra en la calle de Tacuba (no realizado), pero a la vez añade: ''ojalá se me quite la neurastenia estúpida que tengo y vuelva a ser mi vida, más normal, pero usted sabe que para mi es bastante difícil y necesito mucha voluntad". En la siguiente aventura el origen de esa neurastenia cuando comunica: ''Ahora después de meses de un verdadero tormento perdoné a mi hermana".
En una tarjeta postal y en cartas bastante posteriores la tónica cambia; ella tutea a su médico-amigo, flirtea escrituralmente con él e imprime arriba de su firma la huella de sus labios pintados.
La secuencia de cédulas ofrece un error. La carta del 19 de abril de 1950 no fue escrita por Frida ni dictada por ella. Es una carta que su media hermana Matilde Kahlo de Hernández (con elegante caligrafía) dirige al doctor, diciéndole que Frida desea ''que vea sus letras como si fueran las de ella".
El numeroso público sabatino asistente a la Casa Azul ve los artefactos médicos, rota las hojas protegidas con envases de acrílico. Poco ve las pinturas exhibidas, entre ellas La tortillera, de Diego, y algunos cuadros cubistoides suyos, entre ellos el precioso despertador de 1914.