Usted está aquí: lunes 7 de noviembre de 2005 Opinión Sabotage: en el infierno también se canta

Hermann Bellinghausen

Sabotage: en el infierno también se canta

La densidad poética de la cultura popular y la música brasileñas es un fenómeno que viene del encuentro (brutal) de tres continentes, y alcanzó piso firme en los años dorados de la samba, bendecida por Vinicius de Moraes en su ascenso al jazz vía bossa-nova, y enseguida con los grandes trovadores Chico Buarque, Caetano Veloso, Raimundo Fagner, Milton Nascimiento y tantos otros. Después el rock, el punk y la onda funkadélica de Río de Janeiro.

Quién sabe qué magia del mestizaje en Brasil produjo temprano en el siglo XX un peculiar "modernismo", que abriría paso a un respeto por la poesía como riqueza nacional único en el mundo. ¿Dónde más pudo nacer una novela como Macunaima tan irrepetible? Hay que estar bien locos.

En otras naciones no es posible dar saltos como el que propone esta nota, pero sí en Brasil, donde comparten linaje un poeta mayor como Drummond de Andrade y Sabotage, el rapero paulista de vida no sé si ejemplar, pero sí paradigmática de nuestro tiempo, quien habló a los jóvenes de las favelas con una contundencia poética a la vez humana, terrible y revolucionaria.

En los años 90 el rap alcanzó al país entero, convertido en uno de los epicentros del movimiento de danza, voz, graffiti y scratcheo que hoy domina las calles del mundo. Brasilia, Recife, Porto Alegre y Belo Horizonte se sumaron a las seminales escenas paulista y carioca, y superaron su generalizado origen gangsteril para ofrecer alguna "salida" a los jóvenes del inframundo.

Sabotage creció en Heliópolis, la eufemística Ciudad del Sol, explosión urbana al sur de Sao Paulo (esa explosión urbana). Era sobrino del famoso dealer Monarca, fichita que merece el récord Guinness de permanencia en Carandiru, la más célebre prisión, y una de las más violentas del mundo. El penal también fue una importante escuela del rap brasileño, como lo prueba la experiencia del dúo 509-E, líder del movimiento hip-hop que usó como nombre el número de la celda donde estuvieron confinados Dexter y Afro X, condenados a 10 años por asalto armado. En 2000, participaron con el más famoso gángster de Río de Janeiro, José Carlos Dos Reis Encina, alias Escandinha, en la antología Haciendo justicia con las propias manos. Afro X salió libre en 2002, y Dexter fue cambiado de penal al cerrarse Carandiru.

Otro grupo formado en esa cárcel fue Detentos do Rap, miembro de la novísima generación del género, que en su primer disco advertían: "Contrataciones y presentaciones, de momento no disponibles".

Si bien hizo hip-hop desde 1981 y vivió arriesgada y azarosamente en este ambiente "cultural", Sabotage sólo alcanzó amplio reconocimiento público 20 años después. El mismo contaba que conoció a su padre a los 15 años: "Estaba yo recargado en un muro con una pistola en la mano cuando vinieron estos cuates a decirme 'oye, ese de ahí es tu papá'. Lo saludé y le dije que se hiciera a un lado, no le fuera a tocar un tiro. Pero luego nos dimos un toque juntos y estuvo chido". (Citado en The Rough Guide to Brazilian Hip-Hop, World Music, 2005).

El rapero tomó su nombre de guerra de su hermano mayor, quien sería acribillado en 1992 cuando la policía ocupó Carandiru a sangre y fuego, matando 111 reclusos, entre ellos el Sabotage original. Por ese entonces le ocurrieron dos cosas trascendentales: murió su madre y se asoció con la banda Instituto, un colectivo de virtuosos electrónicos que enseñaban música a niños en las favelas de Sao Paulo.

Sabotage habló con una fuerza de realidad que ya quisiera Eminem para un fin de semana. Y llamó a la resistencia, a no dejarse ir en la delincuencia y las farmacodependencias, que junto con el sida hacen la chamba para los malthusianos en el Tercer Mundo. Traía la samba suave en el alma, pero lo inundaba una rabia callejera. Alcanzó éxito popular en 2001, compuso música para películas y murió asesinado, de dos tiros, cuando se dirigía al aeropuerto de Sao Paulo para viajar a Porto Alegre, donde Instituto & Sabotage sería un número estelar durante el Foro Social Mundial. Hubo quien quiso impedir su presencia, y lo consiguió.

En vida, Sabotage habló y habló, micrófono en mano; era su manera de trovar. Tuvo tiempo de darse un histórico téte a téte con Chuck D, el gran MC de Public Enemy. Para los adeptos al hip-hop, aquel dueto non plus ultra fue el puto Nirvana.

Con su disco Instituto National Collective, Sabotage se consagró como autor y figura del expresionismo urbano de Brasil. Y marcó la senda a los que han seguido en el hip-hop, e incluso llegó más lejos.

Así Curumin, la nueva sensación de la incesante "movida" brasileña y putativo hijo funky del venerable trío Mocotó, no oculta en Agachados y perdidos (Quannum Projects, 2005) la impronta de Instituto & Sabotage. El sertón urbano no tiene fin.

 
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