Usted está aquí: viernes 4 de noviembre de 2005 Opinión Hollywood Babilonia

Leonardo García Tsao

Hollywood Babilonia

El haber sido invitado a la novena edición del Latino International Film Festival de Los Angeles (LALIFF, por sus suglas en inglés), que concluyó el domingo pasado, me permitió volver a una ciudad que no había visitado en más de 10 años. No puedo comentar sobre las películas vistas en el festival, porque mi participación como miembro del jurado de operas primas lo impide, pero digamos que en el amplio espectro comprendido por la ganadora, la argentina Las mantenidas sin sueños, de Vera Fogwill y Martín Desalvo, y la mexicana Carambola, de Kurt Hollander, las funciones tuvieron algo en común: una escasa asistencia de público. Sin duda el cambio de fechas del festival -antes se realizaba en julio- no fue benéfico en ese sentido. Le toca a Marlene Dermer, la hiperactiva directora del LALIFF, decidir si para 2006 el cambio será permanente.

Un aspecto llamativo del festival es que se realiza en el enfermizo corazón de Hollywood, en el espacio comprendido entre el emblemático teatro Grauman -el palacio chino de allá, digamos- y el Egyptian, la principal sede de las funciones. En esas cuatro cuadras del llamado bulevar de los sueños rotos, uno ha podido comprobar qué tanto más sórdido y roñoso se ha vuelto ese estado de ánimo llamado Hollywood. Ahora los alrededores del Grauman, pantanosa trampa de turistas por ostentar en su banqueta las huellas en cemento de las estrellas, se encuentra plagado por una nueva forma de pordiosero, el que se disfraza de personaje cinematográfico para posar para la foto y sacar una lana.

Un reportaje televisivo me permitió saber que esa es una actividad ilegal. Obviamente, los personajes de Darth Vader, Gandalf, Batman, Superman y el Hombre Araña, entre otros, son de marca registrada. Vestirse como ellos con fines de lucro está prohibido, por lo que uno atestigua el extraño espectáculo de ver cómo suben a la patrulla a Chucky -un negro enano, en realidad- y Elmo. La redada no sirve de nada. Al día siguiente, los pordioseros superestrella están de vuelta con sus desgastados disfraces.

No son los únicos que se disfrazan. Los moradores de Hollywood son tan extravagantes que uno ignora si así visten diariamente, o si es en honor al Halloween. El hotel Roosevelt, donde se hospedaron los invitados del festival, fue alguna vez sede de las primeras entregas del Oscar. El año pasado se remodeló en un tono posmodernamente tenebroso y, tal vez por ello, es un sitio de moda para jóvenes vestidas de putas y/o vampiros en busca de reventón.

Lo curioso es que una adición muy atinada al paisaje decadente ha sido el centro comercial adjunto al Kodak Theatre, diseñado como una réplica de Babilonia, según fue recreada por Griffith en Intolerancia. Estar ahí en vísperas de Halloween permite imaginar una desangelada orgía que será interrumpida con violencia por la versión actual de los guerreros persas.

La decadencia no es sólo aparente. Los medios especializados han reportado el descenso alarmante en las ganancias de taquilla durante el año. Se calcula hasta ahora una pérdida de 6 por ciento -unos 500 millones de billetes verdes, nomás- en relación con 2004. Las hipótesis son varias. Unos le echan la culpa a la mala calidad de las películas; sin embargo, este año hubo blockbusters -Batman inicia y La guerra de los mundos, por ejemplo- bien recibidos por la crítica; y churros como Los 4 fantásticos que, no obstante su ínfima calidad, obtuvieron un público masivo. Otros lo atribuyen a la cercanía del lanzamiento del dvd; ante el alto costo del boleto, la gente prefiere esperarse unos cuatro meses a comprar o rentar la película en cuestión. (Por no mencionar la amenaza de la piratería que hace disponibles los títulos antes de su estreno y a precios mucho más accesibles).

Lo cierto es que, por vez primera, he viajado a algún lugar de Estados Unidos sin sentirme atraído por una película en cartelera. El estreno más taquillero de esa semana fue Doom, la versión cinematográfica del popular juego de video. ¿Voy a pagar 10 dólares por el privilegio de ver a The Rock acabar con monstruos y mutantes que uno ya destruyó personalmente en la comodidad de su hogar? Las otras ofertas eran igualmente de dudoso interés o ya se exhiben en México -El cadáver de la novia, Domino, La leyenda del Zorro- a precios más módicos.

Con sus indigentes agresivos, turistas ridículos y tiendas de souvenirs pinches, Hollywood Boulevard es la mejor representación física de cómo ha decaído un sistema que hace décadas localizaba su meca en esas calles. Ese mismo aire de baratura mercachifle es el que ha permeado a sus productos.

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