Usted está aquí: viernes 4 de noviembre de 2005 Política La sombra de Nixon

Jorge Camil

La sombra de Nixon

La historia registra cómo terminó el escándalo de Watergate. La víspera de su renuncia, enfrentado a un desafuero inevitable, Richard Nixon apareció en cadena nacional y, con voz que manifestaba la tragedia, anunció: "mañana al mediodía renunciaré a la presidencia; inmediatamente después, el vicepresidente rendirá el juramento de ley". Al día siguiente, a la hora señalada, abandonó la oficina oval, y frente a una multitud de camarógrafos se despidió de sus más cercanos colaboradores desde la escalerilla del helicóptero que lo trasladaría al juicio inflexible de la historia. Con los brazos elevados, y los dedos de ambas manos haciendo una "v" de la victoria fuera de lugar, el controvertido presidente dijo adiós, sólo que ahora la sonrisa enigmática de Tricky Dick (Dick el Tramposo, el mote que lo persiguió durante su vida pública) revelaba una tristeza infinita.

Así terminó, en menos de 24 horas, el cerco político que surgió con las investigaciones de los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, y que después de dos años de audiencias legislativas acorraló al presidente y a su círculo de incondicionales, provocando la renuncia de aquél y las consignaciones de Harry Robbins Haldeman, John Ehrlichman y John Dean. Nixon recibió el indulto presidencial del sucesor, pero sus asesores cumplieron penas carcelarias. Su crimen no fue autorizar o condonar el espionaje en las oficinas del candidato demócrata; su pecado fue mentir y fabricar historias para encubrir al presidente.

Las investigaciones fueron más allá de Watergate: revelaron una administración clandestina, dirigida por un estadista colérico, desconfiado y maldiciente, que bebía más de la cuenta y espiaba a sus enemigos. Otros, como el periodista William Shawcross, habrían de revelar el contubernio de Nixon y Kissinger, y sus maquinaciones para utilizar la excusa de Vietnam y los recursos militares destinados a ese conflicto para destruir Camboya a espaldas del pueblo.

John Dean, protagonista importante de Watergate -hoy analista político-, publicó un libro que proyecta 30 años después la sombra ominosa de Nixon sobre la administración actual. En Peor que Watergate: la presidencia secreta de George W. Bush, el autor reconstruye los discursos presidenciales sobre la invasión de Irak y concluye que el engaño consistió en presentar datos imposibles de verificar, o que teniendo visos de autenticidad no resisten un análisis profundo. El Waterloo de Nixon fue la filtración de los archivos secretos sobre la guerra de Vietnam, pues a medida que los asombrosos "papeles Ellsberg" (el analista que filtró la información) eran publicados por The New York Times, Nixon comenzó a retirarse de los reflectores anticipando el principio del fin. Las mentiras, la manipulación y los caprichos del presidente se convirtieron entonces en el orden del día para el círculo íntimo, hasta que explotó el escándalo Watergate.

En el caso de Bush, el principio del fin pudiera ser el tema de las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein; mentira urdida por Dick Cheney, Paul Wolfowitz y los neoconservadores que secuestraron la política exterior de Estados Unidos para justificar la invasión. Con el fin de adquirir credibilidad, la oficina de Cheney, quizá por conducto del hoy atribulado Lewis Scooter Libby, pidió al embajador Joseph Wilson que viajara a Africa para corroborar el rumor de que Hussein compraba uranio enriquecido de Níger. A su regreso, y habiendo comprobado que el rumor era parte de una maquinación, Wilson publicó en The New York Times su famoso artículo "Lo que no encontré en Africa", donde concluyó con una frase lapidaria: "han muerto 200 jóvenes en Irak (escribía en julio de 2003, hoy son 2 mil muertos); debemos asegurarnos que su sacrificio no haya sido en vano".

La venganza no se hizo esperar: Karl Rove, asesor principal de Bush, y Libby, ex jefe de gabinete de Cheney, filtraron a los medios que Valerie Plame, esposa de Wilson, era agente encubierta de la CIA, mientras ésta cumplía una misión. Libby ha sido consignado por perjurio, y la investigación contra Karl Rove continúa. En un comentario que parece extraído de Watergate, el fiscal afirmó que la oficina de Cheney "era el centro donde se concentraban informes sobre los enemigos de la guerra de Irak". La consignación de Libby llegó después que Brent Scowcroft, amigo personal y asesor de Bush padre, y mentor de Condoleezza Rice, rompió lazos con Bush hijo denunciando los verdaderos motivos de la invasión.

En una entrevista que denota fastidio con el gobierno actual, describió un George W. Bush cada vez más parecido a Richard Nixon. Con la mira en Watergate algunos se preguntan: ¿caerá Cheney? ¿Habrá desafuero? La gran diferencia con Watergate es que ahora el Congreso está controlado por republicanos. Pero habrá elecciones legislativas en 2006, y Bush, habiendo perdido popularidad, y sin ayuda de Rove, pudiese perder el control. Algunos imaginan ya el helicóptero que trasladó a Nixon al exilio político sobrevolando la Casa Blanca como ave de mal agüero...

 
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