Por
Erika Flores
De acuerdo con la Encuesta Nacional
de Salud Reproductiva 2003, 14.8 por ciento de las mexicanas refieren
problemas de fertilidad primaria, es decir, no han logrado embarazarse
nunca, a causa de alguna alteración física. Según
el Instituto Nacional de Perinatología (INP), sesenta por
ciento de los casos logran resolverse gracias a las técnicas
de reproducción asistida. Este servicio sólo se da,
de manera reconocida, en el instituto y en once hospitales particulares.
Múltiples clínicas pequeñas ofrecen tratamientos
para la infertilidad, pero sin control. No existe una reglamentación
específica y las iniciativas presentadas al Congreso de
la Unión están congeladas, por considerarse un tema “sensible”.
Aún cuando existen normas aisladas e incompletas sobre investigación
en fertilización asistida y disposición de células
germinales, en la Ley General de Salud y en los reglamentos relativos
a la investigación para la salud, la discusión para
incorporar con claridad el asunto en las leyes ha sido pospuesto,
en buena medida por el conflicto ideológico que representa.
La Iglesia Católica es una férrea opositora a cualquier
avance científico en la materia. Para la Academia Pontificia
por la Vida, todas las técnicas de reproducción asistida “lejos
de ser una terapia real para la esterilidad de la pareja, representan
un modo no digno de originarse una nueva vida humana, cuyo comienzo
dependería en gran parte de la acción técnica
de terceras personas externas a la pareja”.
El discurso eclesiástico, adoptado por algunos políticos
y temido por otros, mantiene en la indefinición el tema,
lo que favorece la operación de clínicas sin ningún
tipo de certificación, en las que, se estima, hay aproximadamente
mil embriones congelados. Con la legislación actual, para
operar un centro de reproducción asistida sólo se
deben cubrir los requisitos que la Secretaría de Salud (Ssa)
pide para practicar procedimientos médico quirúrgicos.
La Ssa está por terminar un proyecto de norma sobre el tema,
en el cual ha trabajado desde hace varios años, para sumarla
a las iniciativas que ya existen en el Legislativo.
Que las mujeres decidan
La reproducción asistida cuenta con varias técnicas.
La más conocida, la fertilización in vitro, consiste
en depositar en una placa uno o varios óvulos junto con
esperma, en espera de que los gametos masculinos atraviesen las
paredes de los óvulos. En Europa ha repuntado la práctica
de otra técnica, la inyección intracitoplasmática,
que consiste en la inyección directa de un espermatozoide
en un óvulo, lo que garantiza la fecundación. En
la Unión Europea, durante 2002, se realizaron 122 mil 343
fecundaciones por inyecciones espermáticas, y 112 mil 867
fecundaciones in vitro. En México no hay datos sobre el
número de fecundaciones in vitro, técnica que aún
domina nuestro panorama en materia de reproducción asistida.
La
implantación en el endometrio de un óvulo fecundado
in vitro suele ser difícil, por ello es común la
transferencia al útero materno de más de un embrión.
Los consensos médicos internacionales recomiendan transferir
un máximo de tres embriones para evitar el peligro de un
embarazo múltiple, pero la falta de normas en la materia
favorece que en México el número de óvulos
fecundados transferidos se determine a criterio del médico.
En los casos en que más de tres embriones se implanten se
puede recurrir a la técnica de “reducción embrionaria”,
práctica que se realiza comúnmente en aquellos países que han legalizado
el aborto o cuando sus legislaciones no lo penalizan en los casos
en que peligre la salud de la mujer.
El legislador panista José Ángel Córdoba Villalobos,
presidente de la Comisión de Salud en la Cámara de
Diputados, afirma que la reducción embrionaria es “un
acto delictivo” que debe castigarse. “Con las leyes
que nos rigen, esa práctica motiva el encarcelamiento del
profesionista y su inhabilitación para el ejercicio profesional”.
Más allá de la condena con tintes moralistas, existe
la necesidad de crear una legislación que regule el ejercicio
de la reproducción asistida, tomando en cuenta, sobre cualquier
otra consideración, la salud y el derecho de las mujeres.
Pedro Morales Aché, abogado con especialidad en temas reproductivos
y asesor en la redacción de una iniciativa de modificación
a la Ley General de Salud para adicionar varios artículos
sobre reproducción asistida, señala al respecto: “La
legislación debe estar elaborada desde la perspectiva de
los derechos humanos de la mujer, porque si no, puede convertirse
en un mero instrumento para la reproducción humana”.
De igual forma, Morales se pronuncia por involucrar a la mujer
en todas las decisiones sobre los procedimientos a realizar en
su cuerpo: “¿Por qué sólo implantar
un embrión en lugar de poner un tope hasta tres? Se debe
tomar en cuenta las condiciones de salud y las necesidades reproductivas
de la mujer. Si elegir tres representa riesgo para su salud, es
su decisión determinar si el embarazo se interrumpe o continúa,
siempre y cuando esté perfectamente informada”.
En la iniciativa, presentada por el PRD en esta legislatura y pendiente
de discusión, se plantea el derecho de toda mujer a ser
usuaria de las técnicas de reproducción asistida.
Asimismo, entre otras disposiciones, limita la transferencia de
embriones a tres como máximo; prohíbe cualquier forma
de alquiler de útero y maternidad sustitutiva; y regula
la autorización de unidades o servicios como bancos de semen,
unidades de inseminación artificial, centros de fecundación
in vitro y bancos de embriones.
Ética médica, el único
criterio
Para Samuel Karchmer, Jefe de la División de Ginecología
y Obstetricia del Hospital Ángeles de las Lomas, la reducción
embrionaria bien practicada es una opción importante. “Moralmente,
sin fanatismos, mucha gente ha pensado que es mejor eso que no
hacer nada. El no hacer nada es prácticamente condenar a
que una mujer infértil, que ha buscado el embarazo con toda
la ilusión de la vida, espere a ver qué pasa. A pesar
de que es un procedimiento muy sencillo no se hace porque la ley
lo impide. Pero si el gíneco-obstetra actúa médicamente,
en forma moral y ética -que es muy diferente a la religión-,
tiene la obligación de decirle al paciente ‘mire,
aquí no puede hacerse, pero se hace en estos lugares’ y
que la pareja tome la decisión, no el médico. De
otra forma, es anti ético”.
Samuel Karchmer no descarta que en México
se practiquen reducciones embrionarias en forma clandestina, lo
que,
al igual que el elevado número de abortos realizados sin
las condiciones mínimas médicas y de higiene, representa
un grave peligro para la salud de las mujeres.
El ex presidente de la Red Latinoamericana de Reproducción
Asistida, Alfonso Gutiérrez Nájar, se inclina por
retomar los avances que desde Finlandia se han difundido a Europa:
evitar los embarazos múltiples desde el momento en que se
transfieren los embriones en el útero materno. La técnica
de single embrion transfer requiere la transferencia de sólo
un embrión, multiplicando las posibilidades de una implantación
exitosa. El resultado: un solo bebé. Para elegir el embrión
que presente las mejores posibilidades de implantación exitosa
se aplican novedosas técnicas de diagnóstico preimplantacional.
Los embarazos múltiples con reducción embrionaria,
afirma Gutiérrez Nájar, son un problema de salud.
“
Estamos en una época primitiva en reproducción asistida.
Los problemas deben prevenirse y solucionarse a partir de criterios
médicos, y no tratar de resolverlos cuando el problema ya
existe. En los casos de la reducción embrionaria y los problemas
derivados de su mala aplicación es posible prevenirlos llevando
una inducción de ovulación y una fertilización
adecuada a cada paciente”. No está previsto llenar
pronto las lagunas legales.
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Reducción
embrionaria, un expediente mal manejado
Valentina y Emiliano no tuvieron la misma suerte de Jorge aunque
los tres fueron intensamente deseados. Trillizos nacidos el primero de marzo
de 2002,
resultado de una fertilización in vitro y de un embarazo de seis meses
y medio, no se puede saber con certeza si su muerte se debió a las complicaciones
de su prematurez o a los desaciertos del gíneco-obstetra responsable.
Emiliano vivió 24 días en una incubadora y Valentina año
y medio, con problemas de audición y rigidez muscular en brazos y piernas.
Finalmente falleció por problemas respiratorios y gástricos que
le provocaban constantes crisis.
Jorge tiene tres años y medio. Pero también presenta problemas
de audición y flacidez muscular en brazos y piernas; sus fisioterapeutas
han logrado que pueda mover sus manos y extremidades.
Balbucea, pero aún
no se sabe si podrá hablar. Sus padres apuestan a brindarle una mejor
oportunidad de vida y han renunciado a tener más hijos.
La dificultad de concebir
En abril de 1999, Guadalupe Aire González y su esposo Jorge informaron
a
su
ginecólogo
que deseaban tener un bebé. Pese a la suspensión de los anticonceptivos,
en un año y siete meses no pasó nada. Tras algunos estudios, el
médico diagnosticó a Guadalupe esterilidad primaria causada
por poliquistosis ovárica. Entonces propuso a la pareja intentar un embarazo
por fertilización in vitro. Fue necesario iniciar un tratamiento hormonal.
Guadalupe confió en el médico: “Me dio la esperanza
de ser mamá, confié al ver que era un médico reconocido,
amable, que nos explicó los tratamientos de manera general. Fue de menos
a más: empezó con una pastillita y terminó con una fertilización
y más allá, con una reducción embrionaria. Cuando supimos
de la posibilidad de tener una familia nos unimos más como pareja, nos
dio una ilusión”.
Tras ocho meses de tratamiento hormonal, el ginecólogo remitió a
Guadalupe al Hospital Ángeles del Pedregal para una extracción
de óvulos y su posterior fertilización. De 25, sólo 15 dieron
resultado positivo: 11 fueron congelados y cuatro embriones fueron transferidos
al útero de Verónica en espera de que alguno se implantara. El
tratamiento hormonal siguió adelante.
Tres días después, Guadalupe llegó al consultorio
ginecológico, ubicado en la colonia Roma Sur, con dolor e inflamación
abdominal. Diagnóstico: ascitis por hiperestimulación ovárica.
Su médico le realizó cuatro punciones abdominales de las que obtuvo
más de cuatro litros de líquido; luego la remitió en ambulancia
al Hospital Santa Fe, donde determinaron que la crisis fue por un exceso de hormonas
aplicadas. A los pocos días, el ginecólogo informó a la
pareja que se había logrado un embarazo de cuatrillizos.
Cuatrillizos, trillizos y gemelos
El estado de salud de Guadalupe no era bueno para un embarazo múltiple.
Sólo entonces el médico habló de la reducción embrionaria;
propuso que dos de los embriones fueran eliminados. La pareja preguntó si
era un aborto, pero el ginecólogo dijo que no, “porque se realizaba
a nivel celular y no embrionario”, que era sencillo y se llevaría
a cabo en su consultorio. No hubo consentimiento por escrito. A cinco semanas
de la transferencia de los embriones, se llevó a cabo el procedimiento.
El informe señaló, “(…) 4 sacos gestacionales intrauterinos
de 37 días de gestación, todos con vesícula vitelina, por
lo que el día 13-09-01 bajo anestesia general se efectúa reducción
embrionaria, dejando únicamente dos sacos gestacionales (…) el pronóstico
se espera bueno para el binomio”.
La reducción embrionaria consiste en una inyección de cloruro de
sodio en el embrión que se va a eliminar para dejar más espacio
a los restantes. Idealmente deben quedar dos, para elevar la probabilidad de
que terminen su gestación normal. Su costo es de alrededor de mil 500
dólares y se practica, con autorización de la ley, en algunas clínicas
de Houston y Canadá.
Dos semanas después, el doctor se sorprendió cuando vio en el ultrasonido
tres embriones, y no dos, de siete semanas de gestación. La reducción
embrionaria fue mal practicada y uno de los dos embriones a eliminar seguía
implantado.
La pareja cuestionó al médico pero, recuerda Guadalupe, éste
nunca pudo explicar qué pasó. Argumentó que fue “el
destino”, porque científicamente él había hecho el
procedimiento correcto. Tampoco pudo aclarar los efectos que tendría la
inyección aplicada en el tercer embrión; dijo que habría
que esperar el desarrollo del embarazo para conocer las consecuencias.
Guadalupe preguntó si podría repetirse la reducción,
para que sólo quedasen dos, pero el ginecólogo se negó;
consideró que una segunda inyección podría afectar el corazón
de la madre.
Los futuros padres confiaron en el médico recomendado por varios conocidos,
con un consultorio siempre lleno de pacientes, que ostenta en sus recetas servicios
de “Ginecología, Obstetricia, Esterilidad, Colposcopía, Ultrasonografía”.
Sin embargo, supieron después, el especialista no aparece en el directorio
de médicos gíneco-obstetras con certificación vigente para
el ejercicio de la especialidad, que se encuentra en la página de Internet
del Consejo Mexicano de Ginecología y Obstetricia. Al consejo pertenecen
médicos especializados que saben —aunque no practican en México
por cuestiones legales— de la reducción embrionaria.
Confrontar la realidad
Cuando la familia recuperó el ritmo de vida normal, tras la muerte de
dos de sus hijos, Guadalupe decidió cambiar de ginecólogo.
Luego de revisar su historial, su nuevo médico le dio la noticia: la reducción
embrionaria es ilegal en México. Surgió la duda en Guadalupe, “¿en
quién tuve confianza?”.
Guadalupe y Jorge recuerdan las actitudes de su médico tratante
durante el embarazo, ahora con otros ojos: “su reacción siempre
fue de sorpresa, para él, siempre caí en lo que estadísticamente
no estaba previsto. Si sólo un muy reducido número de mujeres con
cuatro embriones implantados podía tener cuatrillizos, o si en el tratamiento
hormonal un porcentaje mínimo podía caer en la hiperestimulación
ovárica, yo caía en ese porcentaje. Decía, ‘yo esperaba
que se implantara sólo una célula’; ‘no esperaba que
tuvieras una hiperestimulación ovárica’; ‘no esperaba
que hubiera un error en la reducción embrionaria’. Pero siempre
fui la excepción. Siento que al final dijo ‘yo logré tu embarazo
y lo que sigue no es responsabilidad mía’. Fui un expediente mal
manejado y nunca tuve información completa y clara sobre mi caso”.
(Érika Flores) |
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